24 diciembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Mecánico.

La niña turca estaba llorando junto al parque. No tenía más de diez años, quizás once, morena y chorreando lágrimas. Me conmoví y le pregunté si podía hacer algo por ella. "He perdido mi Schlüssel", me dijo. Pero yo estaba recién llegado y mi vocabulario dejaba mucho que desear. "¿Schlüssel?", dije, "lo siento, pero no sé lo que es un Schlüssel". Ella dejó de moquear, me miró como quien mira a un oso panda que se ha escapado del zoo, y siguió llorando. Schlüssel, Schlüssel... ¿Qué sería? Me rasqué la cabeza, fruncí el ceño y traté de acordarme. Schlüssel... Entonces me vino a la mente. ¡Una Schlüssel es una llave! ¡La niña había perdido sus llaves! Me explicó, entrecortada por una pena inconsolable, que las llevaba colgadas de un llavero largo, que iba tan contenta por la calle, balanceándolas, cuando salieron despedidas y se perdieron en un seto. "No te preocupes", dijo el oso panda, "yo las encontraré por ti". Y busqué y busqué, metiendo los brazos entre ramas afiladas, rasgando mi piel, soportando el dolor y esforzándome por no perder la esperanza. ¿Aquí? No. ¿Aquí? No. ¿Aquí? Tampoco. Al final, a punto de rendirme, vi un objeto metálico que brillaba. ¡La llave! Metí el brazo hasta el hombro y la arranqué de aquel agujero boscoso. Y a la niña turca, que había llorado el Cuerno de Oro entero, se le encendió la cara de alegría.
PREGUNTA: ¿Y el mecánico? ¿Qué tiene que ver con esta anécdota?
RESPUESTA: Poco. Cuando me encontré a la niña acababa de hacer la foto. Y las dos historias se quedaron unidas para siempre.
PREGUNTA: ¿Y ya está?
RESPUESTA: Sí, ya está. Con esta foto y esta historia se acaba Ich bin ein Berliner. Para ver las fotos grandes y hermosas hay que pinchar aquí. Espero que, si ha habido lectores, hayan disfrutado. ¡Feliz Nochebuena!

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23 diciembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Vagabundo.

El señor de la foto se tapa la cara, pero no importa. Lo que importa es que en la imagen hay mucho Berlín. Para empezar está la botella de cerveza encima de la cabina. En esta ciudad todo el mundo va por la calle bebiendo cervezas, y luego las botellas vacías son un tesoro que se vende por ocho céntimos de euro. Hay buscadores de botellas profesionales, armados con linternas, que rastrean las papeleras de la ciudad como detectives de tebeo. Y luego está el perro, colgado del cuello del señor que se tapa la cara. He oído contar que en Berlín, si tienes un perro, el gobierno te da una ayuda económica. No hay punki ni yonki que no tenga el suyo, perros siempre sorprendentemente bien amaestrados, perezosos, sucios y fornicadores. Y por último, está el señor que se tapa la cara. La foto se la hice en las escaleras del metro, en Kreuzberg. Allí esperaba a los viajeros para pedirles su billete. Luego los vendería, y con eso y lo de las botellas y lo del perro, ya tendría para salir adelante.

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20 diciembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Dama decimonónica.

El otro día vimos El Gatopardo en casa y me gustó tanto que tenía que hacerle algún tipo de homenaje. Por eso cuelgo esta foto. Para cualquiera de los mortales, esta señora va vestida de época. Pero para un observador tan refinado como Luchino Visconti seguro que cabría hacer mil matices y alguna puntualización extra. Su adaptación de la novela de Lampedusa me gustó, sobre todo, porque la sociedad del XIX aparece retratada con fidelidad documental, como si se hubiese llevado las cámaras a 1850 y hubiese filmado los bailes, las misas, los cortejos y los formidables banquetes tal cual estaban teniendo lugar en aquella Sicilia polvorienta. Meticuloso y maniático legendario, Visconti no sólo saca la pompa del pasado, sino también el sudor y el aburrimiento del protocolo. Como ya he contado más de una vez, yo me cortaría una falange del dedo izquierdo si pudiese darme una vuelta por ese mundo de tafetán y miriñaques. Pero como no puedo, me conformo con ver películas como El Gatopardo, leer libros como La Regenta y hacer fotos de simulacros como éste. Para ver el vals de la película sólo hay que pinchar en "leer más".
Artículo relacionado: Somos débiles. El siglo XIX en el Prado.


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19 diciembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Músico callejero (II).

Como le pasa a todo el mundo, a mi también me dan ganas de hacerle fotos a los mimos, a los titiriteros, a los que hacen música con copas de cristal y a los que pintan cuadros en la calle. Pero me lo impiden mi sufrido sentido del trabajo y mi elitismo artístico: sería demasiado fácil, cualquiera puede hacerlo igual. Por eso, cuando veo a alguien que se gana la vida con su arte en la calle sólo le hago una foto si puedo sacarle desprevenido, sin la máscara pública y el bote para que eches dinero. A este señor me lo encontré en Kreuzberg, muy cerca de la casa donde solía vivir mi amigo Mikto Kuai, cuando ya se estaba apagando el día. Probablemente se había pasado la tarde tocando en el metro y estaba de regreso a casa. No tengo la más mínima idea del tipo de música que hacía, pero me gusta esa acumulación de elementos que tiene la foto, con el bajo, el radiocasette ochentón y la madeja de cables dentro del carrito. Por si alguien tiene alguna duda, este músico callejero no es el mismo que salió aquí mismo hace un mes.
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18 diciembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Contorsionista.

Durante mis primeros años en Madrid me encantaba pasar el rato en la tienda del VIPS. En parte, porque siento debilidad por las revistas y los best sellers baratos, pero sobre todo porque era uno de los pocos sitios donde podías ver los libros de Taschen. Así descubrí a Wolfgang Tillsmans, un fotógrafo alemán. Su libro estaba lleno de fotos de colegas en casas okupa, todas en un estilo documental crudísimo, sin coartadas formales ni manierismos pedantorros. Eran fotos de escrotos, gente de fiesta, amantes desnudos o moderniquis con piercings durmiendo la mona en el salón de su casa, y a mí me impresionaban porque, de tan directas como eran, transmitían una intensa sensación de vida. Yo no soy capaz de fotografiar el mundo así, tan casualmente, pero Wolfgang Tillsmans me dejó una profunda huella. Probablemente, la foto que más me marcó era la que salía en la portada del libro: una pareja de chavales que se retorcían los brazos. Desde entonces he pensado que la relación entre el contorsionismo y la calidad de un retrato es directamente proporcional, y por eso hice esta foto. Para ver el libro de Tillsmans y comparar, sólo hay que pinchar en "leer más".
Artículo relacionado: El retrato de Tony Blair.

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17 diciembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Vecino.

Berlín es una de las pocas ciudades del mundo donde puedes escoger a tus vecinos. Los pisos están tan baratos que si no te gusta el tuyo, te vas a otro. La gente se pasa tardes enteras en la penumbra de los cafés discutiendo sobre qué barrio mola más para vivir. El barrio es como el equipo de fútbol, inspira una suerte de abstracta lealtad que marca tu personalidad. Neuköln es turco, Prenzlauer Berg es bio y burgués, Charlottenburg está lejos y Lichtemberg es territorio skin. Nosotros hemos vivido en dos barrios distintos: Kreuzberg, multicultural, y Friedrichshain, okupa. En cierto modo, estos dos barrios son las dos caras del Berlín alternativo. Nuestra calle de Friedrichshain estaba llena obreros abotargados, prostíbulos, máquinas expendedoras de jeringuillas, suciedad, punkis y gritos en mitad de la noche. Y la casa de Alis en Kreuzberg estaba en un edificio tan limpio y bien gestionado que te hacía creer en el futuro de la raza humana. Lo maravilloso del asunto es que tanto en un sitio como en el otro, la gente está tan orgullosa de dónde vive que lucharía para defenderlo. Y por eso, cada año se juntan en el puente que separa los dos barrios y libran una Wassershlacht, una "batalla de agua". He colgado un documental buenísimo sobre ello en la segunda parte del post. Para verlo hay que pinchar en "leer más". La única pena es que está en alemán.


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16 diciembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Vendedor de salchichas.

El lunes pasado me sacaron las cuatro muelas del juicio y me dejaron la boca llena de remiendos. Cuando me fui del hospital, en vez de decirme adiós, me dijeron: "no puedes masticar hasta dentro de ocho semanas". Dos meses a base de puré. Una eternidad líquida y pastosa que pienso dedicar a evocar sabores, recordar chuletones o, como hago hoy aquí, rendir sentidos homenajes a las salchichas berlinesas. Sí, es cierto lo que dicen, los alemanes se inflan a salchichas. Tienen tamaños, colores, sabores y salsas suficientes para que el concepto "dieta salchichera" resulte mucho más prometedor que en español. La receta típica de Berlín (tan famosa que hasta tiene un museo) es el Currywurst, una salchicha troceada y bañada en ketchup con curry. A mí no me disgusta, pero prefiero la Bratwurst, que viene entera, con un desproporcionado (por pequeño) trocito de pan y (opcional) una capa de Senf (la deliciosa mostaza alemana). Además de los sabores, para gozar con el menú y tener una experiencia típica es fundamental guardar las formas: hay que comer de pie. Por eso toda la ciudad está llena de vendedores ambulantes como este, que cargan sobre sus riñones con la parrilla, el ketchup, el paraguas y, cómo no, el género salchichero. ¡Salud!
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15 diciembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Peluquera.

Madre mía, cuánto me repito. Creo que la primera vez que escribí sobre este tema fue en Sindrogámico, el 30 de junio de 2006. Hace tres años y medio. El blog estaba recién creado, yo me acababa de comprar la cámara... y ya entonces tenía dudas sobre qué es mejor, blanco y negro o color. Aquel primer post no aclaraba mucho la cuestión, pero un año después (junio 2007) retomé el asunto y escribí lo siguiente: "Tengo una debilidad especial por el blanco y negro porque pienso que esa mínima diferencia con respecto a la realidad es los que hace que las fotos sean fotos, y no meros testimonios". Sigo pensándolo, pero con el tiempo he matizado mis reflexiones. El año pasado, por ejemplo, escribí un post sobre Marruecos donde decía que un buen efecto de luz puede justificar una renuncia al gris. Cuatro meses después, aquí, matizaba de nuevo argumentando que a veces el color puede ser la única excusa para hacer la foto. Y (ya acabo) en noviembre de 2008 colgué otra foto en color sólo "por una cuestión de moda". ¿Conclusión? A veces, sólo a veces, es imposible quedarse con el blanco y negro.
Artículo relacionado: USA. Bosque quemado (18).

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14 diciembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Bañista II.

Te pasa a veces, que descubres a un fotógrafo que ha tenido la misma idea que tú. Si es novato no importa, pero si es un clásico te sientes halagado porque, de algún modo, legitima tu trabajo. A mí me ocurrió el otro día, cuando fui a ver la exposición de Lisette Model que hay en Madrid. Cuando esta señora vivía en Nueva York fue maestra de mi admiradísima Diane Arbus. Pero antes de eso nació y vivió en Europa, y allí se dedicó a hacer fotos a los ricos que veraneaban en Niza. Como admirador a ultranza que soy de La Muerte en Venecia (el libro, no tanto la película), yo también siento debilidad por esa esplendorosa decadencia, a caballo entre el siglo XIX y el XX, que consistía en ir a la playa a sentarse en un sofá. Igual que Lisette Model, yo también intenté hacer una serie sobre estos individuos. Y tuve que sacar mis limitadísimas armas de seductor para convencer a esta dama de que ella era la modelo ideal, la más guapa de la playa, la mejor. Si alguien quiere comprobar hasta qué punto se parece la foto a las que hacía Lisette, sólo tiene que pinchar en "leer más".
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02 diciembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Padre ciclista.

Cuando era mozo sentía una pasión recalcitrante por Depeche Mode. Me gustaban todo: sus ropas negras, las baladas ñoñas sobre lujuria o culpa y las fotos promocionales. Sobre todo eso, las fotos. En aquella época Depeche Mode estaba formado por cuatro miembros, y las fotos casi siempre las hacía Anton Corbjin. En blanco y negro, con mucho grano y unos negros muy saturados, esas fotos a cuatro bandas me encantaban porque ofrecían mil posibilidades para colocar al personal, sin que ninguna quedase mal. Pero pasó el tiempo y uno de los cuatro mosqueteros depechemodianos dejó el grupo, condenando a los otros tres a pasarse el resto de la vida posando como trío. Y ahí se echó a perder el encanto. A partir de entonces las composiciones de Anton me parecieron rebuscadas, y yo deduje que era porque las fotos de tres personas siempre quedan más forzadas que cuando son dos, uno o cuatro los que posan. Pero mira tú por donde, el otro día leí que no, que en realidad es todo lo contrario, que siempre es mejor tener tres elementos en el cuadro, ya sean músicos, flores o edificios. Y me pregunté si no habrían dejado de gustarme las fotos de Depeche Mode porque el grupo ya no me interesaba, y punto. Sea como fuere, el debate es tan sugerente que no he podido evitar colgar uno de mis pocos tripletes, para dar mi versión del asunto. En este caso, la solución por la que yo aposté fue convertí a los tres en uno.
Para ver fotos de Depeche Mode (antes y después de que fueran un trío) hay que pinchar en "leer más".










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01 diciembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Predicador.

Esta es la primera foto que hice en Berlín este verano. Al menos, es la primera que me tomé en serio. Hasta que di con este señor lo mismo le hacía fotos a una torre de aguas, a los reflejos en una ventana o a los Trabant que me encontraba aparcados. Vamos, que estaba perdido. Según mi programa de gestión de imágenes, antes de sacar esta foto había sacado 287, y de esas sólo una era un retrato. El resto, palos de ciego. Después de encontrarme con el predicador hice 1323 fotos más, entre ellas todos los retratos que han salido en esta serie y los que colgué en PHE. De algún modo, este señor, su perro y su Biblia me abrieron los ojos y me enseñaron cuál era el camino a seguir. Encontrar una respuesta a la gran pregunta de "a qué puedo hacer fotos" es una especie de milagro, un don divino. Por eso no me extraña haber visto la luz con un predicador.
Artículo relacionado: Vendedor de estampas (en PHE)

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30 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Cocinero (II)

Esta fotografía estuvo a punto de costarme la vida. Sí, sí, va en serio. Es un milagro que no sean pedacitos de mí, de mi mano o mi pie o mi nariz griega, lo que hay en esa fuente que el señor maneja con tanta soltura. Y todo porque un día, mientras iba dando yo un paseo, se me ocurrió colarme en la cocina de un restaurante de lujo para sacar el retrato de un cocinero. ¿Pudo pasar?, le dije a la camarera. Claro, me dijo ella. Y cuando ya estaba dentro, click, sin escapatoria posible, click, escuché una voz que me gritaba desde el cogote: ¿qué cojones haces aquí? Ay, pensé, ya estoy muerto, ya me van a trocear, ya tienen un plato nuevo para añadir a la carta. Clac, clac, clac (castañeo de dientes). Me giré despacio y me encontré con que allí detrás estaban el jefe del restaurante, la jefa y sus respectivas miradas homicidas, afiladas como cuchillos de carnicero. Ay, lo siento, les dije, yo no quería, clac, clac, sólo soy un tonto español que hace fotos, por favor dejen que me marche, juro que no se lo contaré a nadie, me gustaría seguir viviendo, no quiero que me corten en trocitos. Creo que incluso me eché a llorar, no sé. El caso es que aquellos dos tipos y sus miradas de asesinos se ablandaron y me dejaron salir. Pero que sea la última vez, me dijeron. Uf, uf, qué alivio. Y aquí estoy, todavía entero.
Artículo relacionado: Ich bin ein Berliner. Cocinero (I).

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27 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Mecánico de bicicletas.

Se llama la regla de los tercios, y te la enseñan cuando empiezas a hacer fotos. Si trazas cuatro líneas imaginarias, dos y dos, y con ellas divides el cuadro en nueve tercios, tres, tres y tres, las intersecciones de esas líneas señalan los puntos de interés de la imagen. O sea, que si pones al sujeto en un lado, la foto queda mejor. Yo, que soy tan dogmático como falto de imaginación, apliqué la regla de los tercios durante años y tiré miles de fotos con el punto de interés ladeado. Pero con el tiempo me di cuenta de que muchos de mis fotógrafos favoritos no hacían ni caso,y me planteé romper con esa norma. Ahora practico el culto de la simetría a ultranza, coloco al individuo en el centro y busco el equilibrio de toda la vida, mitad y mitad. A veces sospecho que si sigo por este camino acabaré renunciando también al formato rectangular y lo sustituiré por el cuadrado, donde la balanza está menos forzada. Pero de momento todavía ando explorando las posibilidades del centro exagerado. Y, en casos como el de esta foto, creo que poder mostrar todas las herramientas del mecánico hace que merezca la pena.
Por cierto, siempre se me olvida recordar que todas las fotos de esta serie se pueden ver también aquí, en mi fotolog.
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24 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Chico en un banco.

Estos últimos días ando obsesionado con una fotógrafa llamada Diane Arbus. Diane Arbus (pronunciado "Dian", no "Dayan") ha pasado a la historia de la fotografía por sus retratos de frikis y gente triste. Uno de los múltiples jefes que tuvo cuenta que se la encontró en la calle un domingo soleado y le preguntó: "¿Qué haces en un día tan maravilloso?". "Tratando de encontrar a alguien infeliz", le contestó ella. Hay muchas cosas que me dan envidia de Diane Arbus, pero lo que más me impresiona es su entrega a la búsqueda de retratos, a pesar de que padecía una timidez enfermiza. Sus cuadernos de notas están llenos de nombres de gente que conocía por la calle. Veía a alguien interesante y se las apañaba para convencerlo de que posara para ella. En Central Park, uno de sus lugares favoritos, Diane iba de banco en banco y se tragaba la vergüenza con patatas para hacer click y volver a casa con un retrato, como quien vuelve con un trofeo. Mis fotos son mucho peores que las suyas, pero mi dilema es el mismo: soy un tímido al que le pirran las fotos de gente anónima. Y por eso, aunque me muero por meter la cabeza en un agujero, mi mayor reto es inventarme una sonrisa y convencer a extraños de que sean ellos mismos delante de la cámara. Como este tipo de Treptower Park, mi parque favorito de Berlín.
Para ver fotos de Diane Arbus en Central Park hay que pinchar en "leer más".
Artículo relacionado: Diane Arbus, en la Revista Trazos.




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23 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Conductor de tranvía.

Los recién llegados a Berlín se hacen siempre la misma pregunta: ¿en qué lado estoy? ¿Estoy en el Este o en el Oeste? La respuesta está chupada. Si hay un tranvía cerca estás en el Este, porque en el Oeste no existen. Los tranvías de Berlín son trenes de cristales oscuros, muy oscuros, y la leyenda dice que nunca hay revisores para controlar los billetes. Cuando llegan a la parada suena una campana que a mí siempre me recuerda a una canción de los Hidden Cameras, pero Alis dice que son sólo imaginaciones mías. Una vez, a mi amigo JA se le quedó enganchada la rueda de la bicicleta en el raíl del tranvía cuando el tren estaba a punto de llegar. JA levantó la mirada para calcular cuánto tiempo le quedaba de reacción, y lo que vio fue a la conductora del tranvía, amonestándole con el dedo como si fuese un niño pequeño, mientras se le acercaba a un kilómetro por hora. Me habría gustado colgar una foto de esa señora, pero tengo que conformarme con la su compañero.
Para escuchar la canción de Hidden Cameras hay que pinchar en "leer más". Como no hay vídeo original he colgado uno que he encontrado por ahí. Las notas del principio son las mismas que suenan en el tranvía, por mucho que Alis diga que no.
Artículo relacionado: Buenos Aires. Autobús.


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22 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Sombrerero.

Cuando Alis se fue a vivir a Alemania, su profesor le dijo: "en Berlín, si no llevas un sombrero la gente pensará que estás loca". La anécdota, que ya es lo suficientemente significativa, gana enjundia si piensas que ocurrió antes de que H&M pusiera de moda los gorros para modernos. ¿Por qué será que los españoles, aunque somos una raza con propensión a la alopecia, conservamos un reparo pudoroso a la hora de adornarnos la testa? Tenemos tan poca imaginación para el cubrimiento que hasta nos hemos desecho del tricornio, uno de los más originales hallazgos de este país. Pero los alemanes... ellos no. Ellos han hecho del sombrero un arte, una disciplina y un signo de distinción. Por eso existe una profesión tan respetada como la de sombrerero, señor que fabrica sombreros. El de la foto me gusta porque, además de llevar su propia creación, tiene una pintilla de rabino que va muy a tono con la historia de la ciudad.
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21 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Cartero.

La bici de un cartero puede llegar a ser muy molona. Yo he visto gente guapa en Berlín, lo juro, que iba por la vida montada en una bici de cartero. La compras en un mercadillo, la pintas y eres el tío más original de toda la ciudad. La diferencia, ya se sabe, es un valor añadido. Una bici de cartero se reconoce porque no lleva barra en el centro, porque tiene una enorme cesta delante y, sobre todo, porque lleva ruedines. Para ser un buen cartero hay que ser capaz de bajar los ruedines cuando todavía estás en marcha, para que cuando la bici se detenga ya estés tú contando cartas. Parece fácil, pero exige destreza y elegancia para no acabar estampado contra una farola. Yo nunca he montado en la bici de un cartero, pero una vez entré en una oficina de correos con bici cargada de paquetes, así que supongo que he estado bastante cerca. Ah, otra cosa: en Berlín el cartero nunca llama dos veces porque tiene llaves de todos los edificios. Como los antiguos serenos, pero con ruedines. Este, el de la foto, me mola porque se parece a Jack Bauer.
Artículo relacionado: Hincha (en PHE).

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20 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Bañista.

Strasse, Weg, Allee, Damm, Chaussee... Todo son palabras alemanas para poner nombre a la calle, a ese espacio que te encuentras cuando no estás en tu casa, ni en la de tu amigo, ni en el bar ni en el supermercado. Cinco palabras distintas para una misma idea, calle: es evidente que esta gente se toma el asunto en serio. La calle, para un berlinés, es un espacio fundamental de desarrollo y socialización. Mucho más que para nosotros, por mucho que nos jactemos de ser un pueblo callejero. En Berlín son tan chulos que reservan enormes descampados para montar un Biergarten que sólo está abierto desde junio hasta septiembre. Cuando empieza el frío, en lugar de cerrar las terrazas colocan mantas en las sillas, para que la gente se quede fuera y pueda abrigarse. Y en verano, con el calor, todo el mundo al parque. Allí hacen barbacoas, toman el sol medio en pelotas y se bañan en las fuentes públicas, como este señor. Sin que nadie levante la ceja de asombro o diga Dios, este agua está verde, qué asco. Menuda lección.
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18 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Traje tradicional.

El otro día leí un artículo bastante curioso donde se explicaba que todo lo que llevamos puesto, desde la chaqueta hasta la corbata, se lo hemos copiado a los militares. Por muy jipis que seamos, algo de lo que vestimos se lo inventó un señor antes de salir por ahí a pegar tiros. El cárdigan, por ejemplo, toma su nombre de un aristócrata que peleó contra los rusos en la guerra de Crimea; y la corbata de unos mercenarios croatas, fíjate tú qué cosas. Dado que esta serie es sobre arquetipos y uniformes, a mí me habría encantado colar en esta serie a algún militar alemán. Pero en Berlín los soldados son raros, raros, y los pocos polis que te cruzas llevan tantas metralletas que ni se te ocurre preguntar qué tal. Habrá que conformarse entonces con este hamburgués cargado de medallas, fotografiado en una especie de desfile tradicional donde abundaban los sombreros tiroleses, las plumas y el ante verde. La foto es de las pocas que no está hecha en Berlín.
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17 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Galeristas.

El arbol genealógico del arte es más sorprendente de lo que parece. Por ejemplo: puede que seas un artista urbano y que, inesperadamente, tu obra se exponga en galerías institucionales, al amparo de la subvención y de la palmadita estimulante del concejal de turno. O que pintes en el muro de Berlín protegido por los mismos poderosos que contrataron a Bon Jovi para que cantase en el 20 aniversario de la Reunificación. En contra de lo que presuponen los románticos, si tiras de la hebra del arte puede que no vayas saltando de genio en genio (como en la oca), sino que te encuentres muy pronto con el prosaísmo del ricachón, el político o el pedante. Y no seré yo quien lo censure, sino más bien quien lo señale con una foto. Siempre se dice que Berlín es el centro mundial del arte, que bla bla bla y que tracatrá, pero cuando vas a una feria como Art Forum, epicentro de ese centro, los que cuecen las habas no son artistas atormentados ni grafiteros con barba postiza, sino individuos tan elegantes como estos. El día que le enseñé la foto a mi amigo Walter, me dijo: "jejeje, lo único que puedo decir es que yo también tengo botines".
Artículo relacionado: Pintor del muro (en PHE)

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15 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Músico callejero.

No hagas caso del título, estos no son los pies de un músico callejero. Son los pies de Pelé. Hace un millón de años, cuando a Annie Leibovitz le pidieron que retratase al futbolista brasileño, sólo sacó sus pies desnudos. Y todo este millón de años me lo he pasado queriendo copiar la idea... hasta que llego a Berlín y descubro que es un sitio lleno de gente guapa que va por la calle descalza. Es la mía, pienso. Persigo a un descalzo por dos kilómetros de aceras salpicadas de caca, le detengo y le digo: ahora tú serás Pelé. Y después le dejo que se vaya (sin zapatos) a tocar la guitarra en algún parque.
He buscado la foto de Annie Leibovitz, pero no la he encontrado.
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14 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Bebé.

Mi amiga Blanca dice: "Berlín es la ciudad de los niños buenos". Las estadísticas dicen: "Berlín tiene el barrio con el mayor índice de natalidad de toda Europa, se llama Prenzlauer Berg". Lonely Planet (edición de 2004) dice: "Lo mejor de Berlín para niños es hablar con Bao Bao, el oso panda y otras estimables criaturas del zoo". Pink Floyd, en Another Brick by The Wall, uno de los himnos no oficiales de la caída del muro, dicen: "¡hey, profesores, dejad a los niños en paz!". La prima de Alis que vive en Berlín y que tiene cuatro hijos pequeños, dice: "dos veces al año, los padres tenemos que ir a limpiar a fondo el cole". Sofía, una niña de 11 años que aprendía alemán conmigo en Berlín, decía: "me gusta ir al parque y ver dibujos animados en la habitación de mi hotel NH". Un señor entró a una tienda de bicicletas y dijo: "quiero un asiento para llevar a mi hijo sentado en el manillar". Yo digo: "¿puedo hacerle una foto a tu bebé?". Y la madre, que no tiene ni 25 años y es una moderna, dice: "claro, ¿por qué no?".

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13 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Chico con perro.

Esta semana he re-visitado el libro que Richard Avedon hizo con retratos del oeste americano. In the American West, se titula. Ese libro ha sido toda una obsesión para mi durante años. Avedon iba con su equipo a un rodeo, a una misa o a una fiesta de serpientes, buscaba un rincón en sombra, pegaba un fondo blanco y se paraba a mirar a la gente pasar. Tú, tú y tú. Escogía a vagabundos, a cowboys, a efebos y a millonarios, a mineros con la cara manchada de carbón, a matarifes y a muchachitas embarazadas. En total, 752 personas fotografiadas después de cinco años de búsqueda. Algunas veces me he pasado tanto tiempo mirando a esta gente que me sé las arrugas y el desencanto de casi todos. Y me pasa que voy por la calle, veo a tal o cual persona, y pienso que se parece a tal o cual modelo de Avedon. Por eso le hice la foto a este chico, porque se parecía a un crío de 9 años que posó en Montana para el fotógrafo. El niño de Avedon tiene un rifle en las manos, podría matarte. El chico de mi foto no tiene rifle, pero tiene un perro que podría arrancarte un brazo. En cierto modo, ambos me dan un poco de miedo. Para compararlos hay que pinchar en "leer más".
Artículo relacionado: Herrero (en PHE).


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12 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Cantante de karoke.

¿Cuántas personas hay en esta foto? ¿Cien? ¿Doscientas? ¿Cuatrocientas? Sí, supongo que algo así. Lo que no tengo tan claro es por qué están ahí. El lugar es un karaoke al aire libre de Berlín, justo al lado del muro. Cada domingo llega un tipo con un ordenador, una sombrilla, un micro y un par de altavoces, y se coloca delante de un incómodo anfiteatro. La leyenda dice que es irlandés, que un día se hartó de su curro de mensajero y que decidió poner a los berlineses a cantar. Era febrero de 2009. Poco a poco empezó a correr el rumor de que allí se estaba cociendo algo, y con el buen tiempo llegaron las multitudes, los vendedores de cerveza, los turistas. Ahora se dice que el karaoke de Mauerpark ("el parque del muro") es el mejor del mundo. Pero... ¿por qué? Yo he estado unas cuantas veces y puedo decir que hay momentos en que se produce una magia especial, algo que no tiene nada que ver con cantar bien, ser guapo o que la canción que suena haya sido número uno en los cuarenta. Esa magia se contagia entre las cuatrocientas, doscientas o cien personas que han venido, y todo el mundo tiene la sensación de estar en el lugar apropiado, en el momento apropiado.
Para ver lo que ocurrió cuando murió Michael Jackson hay que pinchar en "leer más".




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11 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Cocinero (I).

El otro día me compré un libro de un fotógrafo murciano que se llamaba Fernando Navarro. Cuando el siglo XX no había hecho más que empezar, Fernando Navarro montó un pequeño estudio en Totana y se dedicó a sacar fotos de todo el que pasase por allí. De su galería de retratos llama la atención que sólo necesitase cuatro cacharros para hacerlos inequívocos, apenas una alfombra, un telón y un elemento de atrezo. No hace falta leer el título para saber quién de entre todos los que posaron para él es el monje, quién el mago, el ganador del concurso de feos, el militar, el músico, el monaguillo o el agricultor. Fernando Navarro no pasará a la historia por ser especialmente original, ni bueno, ni excéntrico, pero hubo dos cosas que me sedujeron de él: esa extraordinaria economía de recursos y el toque antiguo de sus imágenes. A mí me gustaría hacer fotos como las suyas en pleno siglo XXI. Y para demostrarlo, aquí dejo una de un cocinero. Si alguien quiere ver las fotos de Fernando Navarro, que pinche en leer más.
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10 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Anciano.

Lo primero que me enseñaron en la facultad es a distinguir un hecho noticiable de uno que no lo es. Al parecer, la clave está en la lógica. "Si un perro muerde a un hombre no es noticia", decía mi profesor, "pero si el hombre muerde al perro, entonces sí". A partir de este razonamiento, me gusta pensar que lo que hace interesante esta foto es que nada encaja, que nada responde a lo que uno se esperaría. ¿Qué hace un señor tan mayor con un traje así de molón? ¿Por qué, si se ha puesto tan guapo, va en bicicleta por el mundo? ¿Desde cuando los abuelos pedalean en lugar de arrastrarse en andador? Pero existe una segunda posibilidad, al margen de lo que me enseñaron en la facultad. ¿Y si al final la foto sólo es buena porque la mirada del señor es potente, y nadie se fija en todo lo demás? A veces, lo juro, pierdo el sueño tratando de solucionar dilemas como éste.

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09 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Turista del muro.

Nueve de noviembre. Hace 20 años cayó el muro de Berlín. Como soy un amante de las casualidades, he escogido esta fecha para empezar a publicar aquí una serie sobre la ciudad. Se titulará "Ich bin ein Berliner", la frase de Kennedy que más repiten los alemanes. "Soy un alemán", en español. Arranco con una foto del muro, como todos los periódicos del mundo han hecho hoy, pero mi objetivo no es hablar de esta cicatriz de piedra. Me interesa más el señor de delante, el que saca su cámara y se pone a hacer una foto a algo que queda fuera de campo. El que da la espalda al monumento histórico más fotografiado de la ciudad. Este señor forma parte de una serie de individuos que he ido retratando por las calles de Berlín durante el verano. Mi idea, como ya enseñaré, era encontrar el equilibrio entre lo menos típico y lo más típico, entre lo que uno no se espera de Berlín y lo que uno ya ha visto mil veces.
Como siempre, las fotos se pueden ver mucho mejor aquí, en mi fotolog.

Artículo relacionado: Pintor del muro (en PHE)

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05 noviembre, 2009

España en bandeja

Nunca me había parado a pensar cuánto se le hace la pelota al turista en España. Nunca, antes de ser maltratada como turista en otros sitios. Hay países en los que al viajero desorientado no le queda otro remedio que comprar ¡en una librería! y a precio hinchadísimo un cutre-mapa turístico de la ciudad correspondiente. Ese mismo mapa que en cualquier ciudad, ciudadita, pueblo o aldea de España te ofrecería un/a amabilísimo/a empleado/a de una de las miles de oficinas de información que pueblan nuestra geografía. Lo haría, además, con la mejor de sus sonrisas y, por supuesto, de forma absolutamente gratuita.
Lo del mapa no es más que un ejemplo. Muchas otras diferencias de trato te llevan a la conclusión de que en España el turista es especialmente querido.
¡Faltaría más! ¡Si viene aquí a dejarse los dineros!
Esta idea, aun siendo cierta, tiene su vuelta de hoja: cuando se repara en la cantidad de negocios turísticos -esos hoteles, apartamentos y urbanizaciones que hormigonan nuestra costa- cuya gestión es extranjera, entonces empiezan a surgir dudas sobre la supuesta rentabilidad millonaria de un sector en el que el Estado, además, debe invertir cada año para dotar a las zonas turísticas de las infraestructuras necesarias –autovías, paseos marítimos, servicios de limpieza adicionales...- para que aquello no se congestione demasiado y no acabe convirtiéndose en una batalla campal o un merdel.
Escepticismos aparte, la cuestión es que desde los medios oficiales de este país se nos ha inculcado desde siempre la cultura del turismo y la idea de que el turista, sea del tipo cultural urbano o del tipo playero borracho, es siempre bueno; así como la obligación moral de recibirlo con los brazos abiertos. Es tal el nivel de ofrecimiento, simpatía y agasajo que el español muestra hacia sus visitantes extranjeros que llega al extremo de entregarle, literalmente, su país en bandeja. O de hacerlo todo para que al pasear por sus ciudades se sienta a sus anchas, como un rey pisando sobre alfombra roja.
No es que me parezca mal que se trate bien al turista. Simplemente, me ha llamado la atención cuando me he dado cuenta de que en otros países no ocurre lo mismo. Ah, y también cuando me he encontrado con estos dos carteles, uno de 1964 y el otro de hoy mismo, que venden exactamente ese mismo concepto. Qué poquito han cambiado las cosas.

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10 septiembre, 2009

Curiosidades de una tesis. Was ist anders in Spanien?

El famoso eslogan que no se inventó, pero sí explotó, el Ministerio de Información y Turismo de Fraga, tuvo un éxito sin precedentes. Vaya si lo tuvo. No sólo porque nuestras playas se llenaran y con ello se diera un empujón a la construcción y con ello a la economía en general y con ello a la buena imagen del régimen; no sólo. El famoso eslogan caló tanto en la sociedad que incluso ha pasado a formar parte del acervo popular como un refrán más: Spain is different!
No obstante, frente al turista de sol y playa con el que Fraga soñaba, durante los años 70 fue aumentando la cantidad de viajeros independientes atraídos por nuestro país. Estos turistas no venían con un paquete all-inclusive de un touroperator, sino en vehículo propio; y no buscaban lo mismo que los demás veraneantes, sino que cuestionaban más. Los autores de esta guía de España para alemanes, por ejemplo, se preguntan: “Was ist anders in Spanien?” (¿Qué es lo que es diferente en España?)
Este otro tipo de turista, germen del actual mochilero, venía buscando paisaje, cultura, tradición; en resumidas cuentas, lo auténticamente español. Pensando en él, estos alemanes se plantean algo totalmente diferente de las guías al uso, con sus itinerarios y sus capítulos ordenados por áreas geográficas. La guía turística del nuevo viajero debía consistir en una orientación a fondo dentro de la cultura del país –y, por qué no, ordenar los diversos temas sobre los que el viajero debe saber de forma alfabética, para su cómoda consulta mientras se va en el coche: con la A, alcázar; con la B, Basken (vascos); con la C, Cortes (acababan de celebrarse las primeras de la España democrática); con la D, naturalmente, Don Quijote … con la F, fiesta; con la S, siesta; y con la Z, Zigeuner (gitanos).
No es esta simplificación de la cultura de un país por medio de estereotipos tan vistos lo que más clama al cielo, ni tampoco la reducción de un pueblo entero a asépticas entradas alfabéticas perfectamente clasificadas. No, lo que en última instancia más indigna es que después de toda esa palabrería sobre conocer a fondo un país y una cultura, parece que la finalidad del viaje no es otra cosa que el propio deseo de aventura, la realización de la idea de vacaciones ideales que estos mochileros motorizados llevaban en mente –y que traían consigo desde Alemania.
De ahí la importancia del componente “coche”, pues esta guía se plantea especialmente pensada para conductores, con consejos sobre conducción y tráfico, recomendaciones sobre las mejores vías, sugerencias de paradas, etc. De hecho, hablan de un nuevo tipo de viaje: el “Volkswagenreise”; literalmente “viaje Volkswageniano”. Las fotos con que ilustran tal experiencia turística son bastante elocuentes al respecto: me da igual si atravieso los Pirineos, si conduzco entre olivos o por campos de Castilla; lo observo todo atentamente… desde la ventanilla de mi coche – mi casa – mi país.
Pues oigan; para ese viaje, no hacían falta alforjas –y este sí es un refrán de verdad.

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