18 abril, 2011

On the air (IV). Jeff Koons, el Señor de los Elementos.

Tres balones llenos de aire y perfectamente suspendidos en un tanque de agua pueden ser una metáfora de todo lo que se te ocurra. En la página de la Tate, uno de los museos que pagó por ellos, dan varias interpretaciones posibles: que si representan el estado definitivo del ser (la muerte), que si aluden a la nostalgia o a la ambición, que si son una ironía sobre la diferencia entre chicos blancos y chicos negros porque unos se entretienen con arte y otros con deportes callejeros... Como digo, todo lo que se te ocurra. A los musiqueros, estas pelotas les harán pensar en la portada del Thirteen de Teenage Fanclub, un plagio descarado sobre el que, sorprendentemente, no he encontrado nada en Google. A mí, que soy sensible a lo sobrenatural, me producen el asombro de los fenómenos imposibles. La primera vez que los vi tuve la sensación de estar asistiendo a una subversión de las leyes de la física, como cuando los santos levitan. Más tarde he aprendido que el milagro de la suspensión del balón no es eterno, que cada cierto tiempo hay que cambiar el agua para que siga flotando. Pero sigo pensando que Jeff Koons -el autor- es una especie de Señor de los Elementos, capaz de doblegar al aire según su antojo. De hecho, este mismo año Koons ha ido a los tribunales para reclamar la propiedad intelectual de los globos con forma de perro. ¿Por qué iba a hacer algo así, si no fuera porque sabe que el aire es suyo?

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10 abril, 2011

On the air (III). Nocilla Experience y Albert Einstein.

"1922. Ante un auditorio japonés, Albert Einstein cuenta cómo, a finales de 1907, se le ocurrió la idea: "Estaba sentado en mi mesa, en la oficina de patentes, cuando, de repente, un pensamiento me vino a la cabeza: si alguien cae libremente no siente la fuerza de la gravedad, no siente su propio peso. Me quedé sobrecogido. Esa idea tan simple dejó una profunda huella en mí y fue la que me impulsó hacia una Teoría de la Relatividad General. Fue el pensamiento más afortunado de mi vida". Einstein, a la vez que la creó, borró la gravedad de un plumazo. Crear objetos, procrear, generar masa gravitante, consiste en intentar descubrir, sin éxito, adónde fue a parar toda esa fuerza".

(Capítulo 11 de Nocilla Experience. Santillana Ediciones, 2010)

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08 abril, 2011

On the air (II). Mad Men y la enjundia de una larga caída libre.

"Un tipo sin rostro se despierta y toma el desayuno con su familia perfecta. Se pone el abrigo, los guantes, y se va al trabajo. Monta en un ascensor, sube a su oficina, abre la ventana y se tira". Ésta era la idea original que Matt Weiner, guionista y productor ejecutivo de Los Soprano, tenía en mente cuando encargó los créditos de Mad Men. Un planteamiento con el que cualquier hijo de vecino se podría identificar porque, quien más o quien menos, todos ocultamos un drama detrás de nuestra aparente normalidad. Y encima, con sorpresa final. Matt Weiner se presentó con esos mimbres en la agencia que diseñaba los créditos para las películas de Spielberg y les encargó que creasen la cabecera de su nueva serie. Pero los señores de la agencia, que eran todavía más sabios que él, se saltaron el guión impuesto y cambiaron el desenlace. En lugar de ser un tipo vulgar y corriente que acaba tirándose por una ventana, que fuera al revés: un tipo que se acaba de tirar por una ventana y, al final, resulta ser vulgar y corriente. El vuelo en picado de Don Draper es mucho más enjundioso que su día a día en el curro, por mucho que tenga la profesión más molona del mundo. Al contrario de lo que argumentan en El Odio, lo importante en este caso es la caída. El aterrizaje da igual; por mí, como si tarda cinco temporadas más en llegar.

Imaginary Forces - Mad Men from Imaginary Forces on Vimeo.

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06 abril, 2011

On the air (I). Sánchez Cotán y el misticismo de las lechugas.

Empiezo confesando una verdad incómoda: los bodegones me producen pereza. Pero, al mismo tiempo, reconozco que también me fascinan. Las dos emociones juntas, si es que eso es posible. Me fascinan porque veo en ellos cierta espiritualidad, un sentido trágico de la vida que tiene que ver con la certeza de la podredumbre final. Y me aburren porque, para qué negarlo, suelen ser bastante monótonos. Mi pintor de bodegones favorito es este señor: Sánchez Cotán. Además de ser uno de los primeros que cultivó el género, allá por el siglo XVII, fue uno de los pocos que colgaba las frutas. Lo normal era que se colgasen los conejos muertos, pero no las frutas. ¿Para qué iba a atarse una lechuga del techo? El hecho de que Sánchez Cotán estuviese tan colgado me despierta una simpatía inmediata. Pero es que, además, la lechuga en suspensión queda estupenda. A mí, particularmente, me agudiza la sensación de gravedad. Y de paso, también esa impresión de que al final es inevitable que todo se acabe. Igual que la manzana de Newton se descolgó del árbol, tú te vas a morir, este curro no te durará toda la vida y tu ordenador acabará echando humo. Son certezas jodidas, pero que caen por su propio peso. ¿Y cuál es la lección, entonces? No pienso ponerme profundo: la lección es que no se puede subestimar el misticismo de las lechugas. Sobre todo si están en el aire.

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04 abril, 2011

Anuncios que dan mal rollo (y III). El doctor Chams.

Cuando era niño lo que más miedo me daba del mundo mundial era que se colase en mi cuarto el zombi de La casa al lado del cementerio. El Doctor Freudstein, que así se llamaba, era un monstruo manco y sin ojos que utilizaba los cuerpos troceados de sus víctimas para regenerar sus propias células sanguíneas y garantizarse una vida eterna. Yo vi la película en casa de mis tíos y me pasé cuatro años sin pegar ojo, hasta que alguien me explicó que en la vida real no existen doctores así y pude volver a dormir. Desde entonces han sido veinte o treinta años de paz y sueños (casi) plácidos. Pero mira tú por dónde, hace algunas semanas me topé con este anuncio en EL PAÍS y he vuelto a tener pesadillas. Por mucho que haya cambiado, sé que este señor es el Doctor Freudstein. A mí no me engaña, aunque se haya cambiado el nombre y se haga llamar Doctor Chams. Es él, lo sé, el monstruo de La casa al lado del cementerio. Sigue buscando la inmortalidad pero ahora se ha sofisticado: ha dejado de ser tuerto, se ha puesto una mano de plástico y ha sustituido el hacha carnicera por la asepsia de la jeringuilla. Pero, como digo, en esencia sigue siendo el mismo doctor obsesionado por conseguir la vida eterna. En foros de internet he leído que el Doctor Chams hablaaaa estirandooo las palabraaaas y que cobra 1500 euros por clavarte la jeringuilla en la frente. Con el descubrimiento ha regresado, intacto, ese terror de mis ocho años que creía haber superado: el miedo a cerrar los ojos por la noche y sentir el escalofrío de las gotas de la jeringuilla cayendo sobre mis párpados. Uf, qué mal rollo...

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03 abril, 2011

Anuncios que dan mal rollo (II). Dolce & Gabbana.

Hubo un tiempo en que la felicidad vendía. Si abrías una revista y veías un anuncio donde aparecía alguien sonriendo al lado de una hamburguesa, felicidad y hamburguesa se convertían automáticamente en binomio indisoluble; comprendías que lo uno dependía de lo otro y te ibas al burguer a por un menú Whoper porque tú también querías ser feliz. Los anuncios que más calaban eran los que exaltaban el hedonismo de forma casi irresponsable, y el único atisbo de mal rollo que se veía en la tele era algún que otro cura vegetariano. Pero ay, ahora todo ha cambiado y los agoreros son mayoría. El otro día, cuando abrí el periódico, me topé con esta campaña de Dolce & Gabbana. Ni rastro de sonrisas contagiosas, ni de señores que bailan mientras se afeitan, ni de volteretas en la playa. Sólo dos pijas cabreadas que parecen a punto de pegarte en la cara con un bolso de encaje. ¿De dónde sale tanta ira, señores de Dolce y Gabbana? Se me ocurren dos explicaciones: o bien las tendencias publicitarias han cambiado, o bien los pijos han decidido tomar la calle. Yo, personalmente, soy más de la segunda opción. Me da que ustedes los ricos se han hartado de tanto quejica, tanto mileurista y tanto pringado en paro como yo y quieren callarnos la boca a golpe de bolso. "¿Querías pasta?", me dicen, "pues toma hostia pret-a-porter!" Y lo peor es que a 500 pavos que debe de costar el bolso, la hostia me sale a un euro como mínimo. Tal y como está el patio... ¡lo mismo y vuelvo a por más!

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