27 enero, 2011

No somos nadie (XXVIII). Luis Alfonso y el deseo de ser rey.

En la página 94 del número 3470 del ¡Hola! hay un artículo con el siguiente titular: "Luis Alfonso de Borbón. La interesante historia de cómo llegó a su poder la cabeza embalsamada de Enrique IV, el primer Borbón que reinó en Francia". El artículo tiene seis páginas y muchas fotos de Luis Alfonso con el ceño fruncido mientras mira una calavera. Lo leo y me entero de que en 2009, dos periodistas se presentaron en su casa para contarle que habían encontrado la cabeza de su antepasado. La cabeza de Enrique IV, el que toleró la matanza de los hugonotes y pasó a la historia por decir que "París bien vale una misa". El artículo del ¡Hola! explica que los dos periodistas habían localizado la cabeza después de cuatrocientos años. Al parecer, el descendiente de un funcionario decimonónico se la había regalado a la bailarina que se estaba tirando, de ahí pasó a venderse en una subasta, de ahí a quedar olvidada debajo de una cama, y de ahí a que un jubilado se la diese a ellos. Con esos mimbres se presentaron en casa de Luis Alfonso y le pidieron dinero para pagar a un investigador conocido como "el Indiana Jones de la Historia". Y, contra todo pronóstico razonable, el duque de Anjou puso la pasta. ¿Por qué? Porque se considera heredero del (inexistente) trono de Francia. O lo que es lo mismo: porque no soporta no ser nadie. Para que luego digan que los aristócratas son unos insensibles.

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24 enero, 2011

No somos nadie (XXVII). Val del Omar y el empeño de filmar a Dios.

La religión mola, no entiendo por qué no está considerada algo cool. En mi universo plástico personal siempre ha habido lugar para Dios, el clero o el tremendo filón estético que supone el catolicismo. Y siempre he lamentado que las revistas de tendencias no reserven un hueco para el santoral o la moda vaticana. Por fortuna, no todo está perdido. Este 2011 ha comenzado para mí con el hallazgo de un espíritu afín, un hermano, un compañero de inquietudes: José Val del Omar. Un señor que hace cincuenta años tuvo el sentido común de conciliar tecnología y cristianismo. Lo cual, si lo piensas, es como si ahora alguien te dice que la manzana de Apple no está tan lejos de la manzana del Antiguo Testamento. En la gris España del franquismo, José Val del Omar vivía obsesionado con inventar los mecanismos adecuados para filmar a Dios. ¡Sin renunciar a la vanguardia! Desde el punto de vista técnico, sus cinegrafías eran cortometrajes experimentales, rodados con los cachivaches que él mismo diseñaba y concebidos como experiencias sensoriales absolutas. Una especie de 3D avant la lettre. Pero desde el punto de vista antropológico funcionan también como testimonio del lugar que Dios (y el miedo a Dios) ocupa en nuestro ADN cultural. Más o menos, lo que viene a decir es que en este país no somos nadie sin catolicismo. Para suscribirlo me he apropiado de Fuego en Castilla, la segunda parte de su Tríptico Elemental de España, "una tactilvisión del páramo del espanto". ¡Que Dios nos pille confesados!

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18 enero, 2011

No somos nadie (XXVI). Canino, mejor película de 2010.

Mi película favorita de 2010 ha sido Canino, de Giorgos Lanthimos. Una fábula sobre la fragilidad del ser, sobre lo complicado que es mantenerte fiel a ti mismo. A partir de un planteamiento tan simple como el de una familia aislada en una casa donde no entran estímulos del exterior, Lanthimos lanza una pregunta al aire: ¿qué factores influyen en que seamos como somos? O mejor: ¿cómo afectan las cosas del mundo a nuestra personalidad? La película no parece llegar a ninguna conclusión, pero yo sí que llego. Después de ver lo que pasa con estos personajes creo que nuestra permeabilidad al entorno es tan infinita y caprichosa que cualquier ilusión de ser alguien es un disparate. No somos nadie. Somos millones de cosas y en el momento menos pensado dejamos de serlo. Somos un puzzle donde la canción escuchada de refilón cuando íbamos en el metro se mezcla con el libro favorito de tu padre, o con el episodio de El ala oeste que vimos anoche. El momento más espeluznante de Canino es cuando descubres el efecto que una simple película de los ochenta puede tener sobre una persona que la ha visto. ¡Como para tomarse el zapping a broma!
OJO: El vídeo es un tremendo spoiler. Quien avisa...

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11 enero, 2011

No somos nadie (XXV). Ben Wilson y la valentía de consagrarse a lo inútil.

Ben Wilson es un inglés que pinta cuadros en chicles abandonados. De hecho, se dedica a ello desde hace siete años. Al principio trazó un plan: decorar todos los chicles que hubiese entre la puerta de su casa y el corazón de Londres. Pero muy pronto cambió de opinión y decidió quedarse en el barrio, trabajar sin rumbo. Me gusta pensar que el bueno de Ben comprendió que la poesía de su tarea sería mucho más sublime si renunciaba a una estrategia previa. Simplemente pintar el primer chicle que le apeteciera. Para ilustrar la rotunda intrascendencia de este planteamiento, ahí va una anécdota: una vez, los policías detuvieron a Ben por vandalismo, pero tuvieron que soltarle porque una cosa es pintar encima del asfalto y otra bien distinta hacerlo encima de un chicle. Por no ser, el trabajo de Ben ni siquiera es ilegal. A veces me da por comparar este empeño perfectamente inútil con el de otros artistas. ¿Cuál es la diferencia entre decorar un chicle y pintar un gran lienzo? Es más: ¿cuál es la diferencia entre pintar un chicle y construir una catedral, ganar un premio Nobel o tener un hijo? Creo que en la humildad del gesto de Ben Wilson hay una gran sabiduría. Creo que él ha comprendido que no somos nadie, y su obra es una forma de asumir esta insignificancia con la cabeza muy alta. Y creo también que hace falta mucho valor para eso.

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