31 marzo, 2011

Anuncios que dan mal rollo (I). Museo Cerralbo.

Esta semana he terminado de leer una novela cortarrollos: Glue, de Irvin Welsh. Sí, el de Trainspotting. Glue es la historia de cuatro escoceses que se hacen colegas cuando van a primaria y se pasan toda la vida viendo cómo los años hacen trizas su amistad. El libro tiene 500 páginas y pico, pero hacían falta muchas menos para ir al grano y decir lo que en el fondo quiere decir: que el paso del tiempo te machaca sin piedad. De hecho, basta con un anuncio como éste del Museo Cerralbo. Ojito con el eslogan, que no podía ser más agorero: "Sabemos cómo terminó la partida. La ganó el tiempo". Qué mal rollo, ¿no? ¿Había necesidad de ser tan crudos, señores cerralbos? Para mí la vejez es hablar de David el Gnomo a gente que nunca vio la serie o comprarme cremas hidratantes de Delyplus; algo con lo que convivo pero que no me hace especialmente desgraciado. Pero ustedes, señores cerralbos, se empeñan en hacer sangre. Son como los camareros que encienden las luces de las discotecas o como los amiguetes que te dicen que tienes un grano: unos aguafiestas. "Los dados están trucados en tu contra", me dicen, "deja de esforzarte porque te van a salir malvas igual". Sinceramente, después de ver este anuncio no sé si merece más la pena visitar el museo de ustedes o dejar que me atropelle un autobús de dos pisos, que por lo menos es una opción pop. ¡Luego no se quejen si en sus salas sólo hay fantasmas!

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28 marzo, 2011

Murcia da miedito (y V). Introducing Spain. Cedric Salter.

En el nuevo disco de Sr. Chinarro hay una canción que dice: "la noche pasada soñé que Murcia va a desaparecer". Me acuerdo de ello justo antes de empezar a escribir este post porque creo que algo parecido debió de soñar Cedric Salter. Soñar, me refiero, en el sentido de "desear", no de estar dormido. Cedric Salter debió de desear que Murcia desapareciese porque sentía auténtico pavor hacia ella. Allá por los años cincuenta, este inglés escribió una guía turística titulada Introducing Spain donde nos ponía a caer de un burro. Alis dio con el libro en la British Library y me mandó el fragmento en cuestión. No tiene desperdicio, así que lo reproduzco íntegro: "Mucha gente decide quedarse en Murcia, a 52 millas de Alicante, pero es frecuente que se arrepientan. Sus procesiones de Semana Santa están entre las mejores que se pueden ver en España; pero para mí es una ciudad sin lo que los españoles llaman simpatía. Quizás el secreto de mi disgusto yace en el carácter de los murcianos. Disfrutan -y a mí, de hecho, me aterrorizan- con la reputación de ser el pueblo más iletrado y sediento de sangre de toda España. De hecho, yo mismo puedo asegurar que la mayoría de quema de iglesias y otras atrocidades de los primeros días de la Guerra Civil fueron llevados a cabo por hombres y mujeres de esta provincia. Si quisieses contratar a un matón para que empujase a algún pariente rico pero demasiado longevo desde un acantilado, deberías escoger a un murciano. En todos los casos de asesinato, robo con violencia o violación que llega a los Tribunales Españoles, es inevitable que la banda responsable contenga una alta proporción de ellos". Las cursivas, se entiende, son palabras castellanas en el original. Murcianos sin simpatía. Glups. ¿Cuántos ingleses nos tendrán miedito después de leer todas esas lindezas?

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10 marzo, 2011

Murcia da miedito (IV). New York Dolls.

En el eterno debate sobre qué grupo inventó el punk, muchos opinan que fueron los New York Dolls. Unos tíos que iban por ahí vestidos de mujer en una época -los primeros setenta- en que ir vestido de mujer daba más miedo que pertenecer a los Ángeles del Infierno. Su disco de debut se publicó en 1973 y está dedicado a Billy Doll, el batería original (segundo por la izquierda). Billy había fundado el grupo y había contribuido a que se convirtiese en un fenómeno, pero se murió cuando todavía no tenían ni discográfica. Ocurrió en un viaje a Londres, a donde habían ido para telonear a Rob Stewart. De un día para otro, los Dolls pasaron de tocar ante las 350 personas que les conocían en Nueva York a tocar delante de las 13.000 que habían ido a ver a Stewart. Se convirtieron en un pelotazo y todo el mundo quería arrimarse a ellos. Una noche, unos culturetas pijos a los que ni siquiera conocía, invitaron a Billy Doll a una fiesta en un piso. Allí se inflaron a Quaaludes, unas pastillas de moda, y Billy se quedó frito. Los pijos culturetas podían haber avisado a una ambulancia, pero en lugar de eso tuvieron la genial idea de meterle en una bañera llena de hielo para que se espabilase. Y como no se espabilaba, se acojonaron y se fueron por patas, dejándole inconsciente en el agua. Billy Doll, que apenas tenía 22 años, se ahogó y se convirtió en el primero de una larga serie de punkis que palmaban por culpa de la droga. Para muchos, su nombre quedaría asociado eternamente a destrucción y muerte. Pero, oh, sorpresa, su nombre real no era Billy Doll. Era Billy Murcia.

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05 marzo, 2011

Murcia da miedito (III). Últimas tardes con Teresa.

Uno de los personajes más valorados de la literatura española reciente es el Pijoaparte de Últimas tardes con Teresa. Yo no conozco a mucha gente que haya leído el libro, pero eso no significa que no sea importante. De hecho, hasta hace poco había en el Metro de Madrid una campaña institucional que trataba de convencer a la muchachada de que el Pijoaparte mola, y mucho. En carteles pegados por los vagones, el protagonista de la tercera novela de Juan Marsé aparecía como una suerte de Loquillo en versión delincuente: macarra, chulo, rebelde, aficionado a robar motos y a tirarse a guiris. Pero no se contaba que, además de todo eso, el Pijoaparte es murciano. Y no porque hubiese nacido en Murcia, no, sino porque era un chungo. Al parecer, en la Cataluña de los años sesenta se denominaba "murcianos" a los charnegos. O sea, a los inmigrantes del sur que no tenían donde caerse muertos y habitaban los barrios marginales de la ciudad. "Murciano como denominación gremial, no geográfica: otra rareza de los catalanes", aclara el propio narrador. A pesar de que el Pijoaparte es natural de Ronda (Málaga), a lo largo de las cuatrocientas y pico páginas de Últimas tardes con Teresa se habla continuamente de él como "el murciano". Cuando roba, cuando se cuela en las casas de los ricos, cuando se pasea por el barrio Chino y todo el mundo le teme, el Pijoaparte siempre es "el murciano". Y claro, ya se sabe cómo funciona la mente. A partir de ahí, a ver qué lector no saca la conclusión de que todo el que viene de Murcia es de armas tomar. Menudo miedito, pasarse por Murcia...

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