26 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (XVIII). Ciegos.

El pedante que llevo dentro hace que sienta debilidad por los retratos de gente ciega. Si hacer fotografías ya es un acto de vouyerismo, hacérselas a un ciego es el colmo. Supone mirar sin ser visto, impunemente, y encima de cerca. Para mí, hacer fotos como ésta de Paul Strand es una manera de reflexionar sobre la propia fotografía, una especie de paja mental con la cámara al hombro. Creo que cuando alguien retrata a un invidente, en el fondo se está preguntando por qué carajo le ha dado al botón, qué le mueve a robar el aspecto del mundo, por qué anda coleccionando imágenes cuando hay otros que ni siquiera saben lo que es una imagen. A partir de aquí es inevitable ponerse denso y pedante, espero que se me disculpe. La mirada frente a la negación de la mirada, "ver o no ver", ésa es la cuestión. O mejor dicho: "verse o no verse". ¿Por qué iba un ciego a encargarse un retrato? ¿Tiene sentido el espejo en casa de Borges? Supongo que no soy el único que se hace estas preguntas, porque los retratos de gente ciega o tuerta son bastante frecuentes. El de Paul Strand es el más famoso, pero cualquiera que pinche en "leer más" podrá ver otros que también están entre mis favoritos. Lo de llegar a alguna conclusión ya lo dejo para que cada uno se lleve el dilema a la cama.

De izquierda a derecha:

  1. Borges, por Diane Arbus.
  2. Abel, por Pierre Gonnord.
  3. La Celestina, por Picasso.
  4. El enano Gregorio, por Zuloaga.


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25 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (XVII). Thingsthatlooklikefaces.

La primera vez que miras esta foto sólo ves dos cacerolas en una cocina vieja. Pero luego miras un poco mejor y aquello se convierte en Bélmez, aparecen dos caras la mar de monas, casi parece que se han pintado las pestañas, y es inevitable que digas hala, qué fuerte. Ocurre con casi todas las fotos de thingsthatlooklikefaces, una página sobre "objetos que te devuelven la mirada". Yo la descubrí hace años y nunca había regresado hasta que la he buscado para este post, pero siempre me acuerdo de ella en los momentos más inesperados, cuando se me aparecen rostros en el suelo del baño o en la ropa arrugada. Sí, yo veo caras donde no las hay, las cosas me sonríen o me gruñen, o me bendicen, que Dios nos mira desde todas partes. Mi cara favorita está en la carretera que va de Carrión de los Condes a Saldaña, en Palencia. Algún día pararé el coche, haré una foto y me daré el gustazo de mandarla a thingsthatlooklikefaces. Será mi manera de agradecerles que me hayan infectado el ojo con la manía de ver caras por todos sitios, sin que hagan falta ni un seis ni un cuatro, ni siquiera una nariz. Detrás de una costumbre tan tonta hay una lección de fotografía que me parece fundamental: la importancia de educar la mirada, de saber mirar, de detectar lo que está pero no se ve. Hoy es una cara, pero mañana puede ser otra cosa, es cuestión de estar atento y hacer la foto cuando toca. Para ver otra foto hay que pinchar en "leer más".

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24 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (XVI). George Grosz y Max Hermann Neisse.

Durante años he sentido curiosidad por este retrato. En parte, porque a todo el mundo le llama la atención una chepa. Pero también porque me cuesta imaginar la historia que hay detrás. ¿Qué pasó? ¿Por qué un tipo tan deforme dejó que le pintasen con tanta crudeza, sin asomo de benevolencia? Un cuadro no es lo mismo que una fotografía, se tarda más en pintarlo y el modelo puede echarse atrás. Cuando Diane Arbus fotografiaba a sus frikis, por ejemplo, sólo era cuestión de un segundo, click, la foto se hacía en un plisplás y no había opción al arrepentimiento. Pero este cuadro tardó semanas en estar listo, probablemente meses. Es evidente que el modelo quería ser visto así, quería que nosotros contemplásemos su joroba y su falta de proporciones. ¿Por qué? Porque estaba de moda. En la pintura alemana de los años veinte hubo un movimiento conocido como Neue Sachlichkeit, Nueva Objetividad, que buscaba precisamente eso, la representación de los cuerpos en toda su materialidad, sin tapujos y con pelos, casi siempre con una fidelidad cercana a lo grotesco, a la caricatura. Los pintores y los filósofos estaban hartos, el ser humano y la sociedad alemana sólo les inspiraban escepticismo y burla. En este contexto, la unión de George Grosz (el retratista) y Max Hermann Neisse (el retratado) era inevitable, un all stars del mal rollo. El uno se había especializado en cuadros que ridiculizaban a los alemanes, y el otro era un escritor-poeta-filósofo tan deforme que no necesitaba ser caricaturizado, el chiste venía de fábrica. Pero... ¿hasta qué punto exageró George Grosz cuando le pintó? ¿Hasta qué punto fue realmente "objetivo"? Quien quiera averiguarlo sólo tiene que pinchar en "leer más", porque he colgado una foto donde se ve cómo era Max Hermann al natural.

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23 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (XV). Robbiet Augspurger.

En Estados Unidos tienen unas tiendas de segunda mano buenísimas que se llama Salvation Army, Ejército de Salvación. Contrariamente a lo que suele pasar con este tipo de sitios, en el Ejército de Salvación siempre se da una fructífera relación moda-precio, uno entra con cinco euros y sale con ropa chachi para toda la semana. Hace falta un poco de imaginación y sobra vergüenza, claro, pero si rebuscas entre las chaquetas de chándal que la gente ha donado, acabarás escuchando aquella dulce melodía que dice así: "anda, cómo molas, dónde te has comprado eso que llevas". Cuando yo viví en la América profunda me compré unos tirantes en el ejército de Salvación tan baratos que a día de hoy todavía siguen siendo la prenda por la que menos dinero he pagado en mi vida. Pero nada comparado con lo que hace Robbie Augspurger, fotógrafo al que he conocido gracias a mi querida, admirada y muy añorada amiga Echalotte. El tal Augspurger es la versión guay de los típicos mineros del Gold Rush, porque cada vez que se mete al Ejército de Salvación encuentra oro. Estampados imposibles, corbatas de tu padre o gafas de franquista, todo eso y mucho más resulta que mola, que queda bien. En su serie Glamour & Headshots, Augspurger recupera con ironía las maneras del retrato de anuario de instituto, o de foto corporativa, o de pose de cantante. Es un moderniqui y desprende un leve tufillo a revista de tendencias, pero aun así me ha parecido que su historia no queda mal aquí, en esta serie sobre retratos que vengo publicando en mitte. Aunque sólo sea porque me encantaría tener unas gafas tan molonas como las que llevan estos tipos.

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22 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (XIV). Bert Teunissen en Fotoencuentros.

Hace millones de años me enseñaron que uno puede construir su autorretrato por adición o por sustracción. Un retrato aditivo es el que se construye a partir de la acumulación de elementos, aquí mi grupo favorito, aquí el periódico que leo, aquí la serie que me quita el sueño, aquí el libro que terminé ayer, éste soy yo. Un retrato sustractivo, por el contrario, es el que busca la esencia a partir de la depuración, eliminar lo superficial y dejar sólo lo que de verdad forma parte de mí, como salir en pelotas en la foto. Si tuviera que clasificar las fotos que Bert Teunissen ha expuesto en el Fotoencuentros de Murcia según este criterio, me inclinaría a decir que son retratos aditivos porque los detalles que rodean a los personajes son tan descriptivos como sus caras. No es lo mismo ver a una abuela tal cual, que verla en su cocina con la estampita del santo en el que cree clavada en la pared. Pero después de mirar varias fotos, qué curioso, también me da por pensar justo lo contrario, que los modelos de Bert Teunissen posan con austeridad quijotesca, desprovistos de todo, rodeados sólo de moscas y de silencio. ¿Entonces? No sé, seguiré mirando la página de Teunissen, a ver si me aclaro...

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19 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (XIII). El retrato de Carla Bruni.

Tener conocidos artistas que te hagan un retrato y te lo regalen debe de ser una putada, sobre todo si son mediocres. Se supone que la cercanía del autor es directamente proporcional al valor estético de la obra, y que por tanto todo lo que pinte tu colega tiene que ir directo al centro de tu pared, sin discusión. 'Qué bonito', dices, 'qué honor, qué obra de arte', y aunque el retrato no te guste un carajo te sientes obligado a colgarlo. El único consuelo que te queda es que a tu casa no va mucha gente, y la intimidad atempera la vergüenza. Pero... ¿y si resulta que el artista es el padre de Sarkozy, octogenario cuatro veces casado y asiduo de los veranos ibicencos? ¿Quién te libra de que el mundo entero asista a tu humillación? Pienso todo esto cuando veo el retrato que Pal Sarkozy ha pintado de su nuera Carla Bruni. En él vemos cómo la cantante-modelo emerge de un piano decorado con la imagen de su marido, lanzando rayos desde su guitarra y poniendo la inevitable boquita de piñón que se pone cuando se canta en francés. No contento con regalárselo el día de su boda (qué marrón), el Sarkozy viejete decidió que la obra era lo suficientemente digna como para exponerla en una galería. Y ahí que la ha colgado, en Budapest, para regocijo del planeta mirón. Miro y remiro el cuadro y me topo con una curiosa paradoja: igual que un retrato así supone un pasito adelante en el emponzoñamiento de la Bruni, una imagen y una historia como éstas suponen un pasito adelante en el engrandecimiento de mitte, esta burlona bitácora. ¡Gracias, Pal!

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16 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (XII). García-Alix en ARCO.

Desde que me enganché a los blogs he escrito ya dos posts sobre García-Alix. Y éste es el tercero. ¿Por qué? Básicamente porque en los últimos años ha recibido el suficiente apoyo institucional y mediático como para que sea inevitable opinar sobre su obra. Primero fue una exposición pagada por la Comunidad de Madrid, luego la antológica del Reina Sofía y ahora el protagonismo absoluto en el stand de EL PAÍS en ARCO, que es otra forma de consagración. Alis y yo discutimos a menudo sobre la oportunidad y justicia de tanto reconocimiento. ¿Sigue Alberto García-Alix siendo uno de los mejores fotógrafos españoles o simplemente vive de las cicatrices que le dejó haber sido testigo de los ochenta? Si sus imagenes han perdido impacto... ¿es porque su mirada se ha edulcorado, o es sólo porque ya no retrata a yonkis chutándose ni a actores porno dando volteretas? Un poco de las dos cosas. A mí las fotos movidas y la complicidad azarosa de la oscuridad siempre me parecen menos valientes que una cámara apuntándote directamente al entrecejo. Pero, aun así, creo que hace falta mucho coraje para renegar de ese sensacionalismo urbano con el que te has hecho un nombre y apostar por la sencillez anodina de una cara, aunque esta cara sea exótica y hermosa. En el fondo es una apuesta por la sutileza frente a lo obvio, y eso es signo de madurez.
Para ver las fotos que EL PAÍS va a exponer en su stand hay que pinchar en "leer más".


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15 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (XI). Tipos y retratos en Leganés.

El próximo 25 de marzo vamos a colgar mis retratos en Leganés, en una sala que el ayuntamiento nos ha ofrecido. Es un honor, claro, pero también es una oportunidad para replantearme lo que hago y, sobre todo, lo que quiero seguir haciendo. Hace casi cuatro meses que no cojo la cámara, la serie de Berlín me dejó exhausto, necesito una idea, un objetivo, una nueva vuelta de tuerca a este mundo de las caras, a ver por dónde puedo tirar para no encallar. Y lo más importante: para no negar todo lo que he hecho hasta ahora y seguir una evolución coherente. Miro las fotos de estos últimos tres o cuatro años y trato de comprender qué es eso que no he dejado de buscar con mi cámara. ¿Gente rara? ¿Caras con personalidad? ¿Arquetipos? Un poco de cada, supongo. Pero para estar seguros, Alis y yo hemos planteado la exposición de Leganés como una especie de diálogo entre fotos, una comtraposición de retratos hechos en distintos sitios y momentos, un mexicano al que fotografié en 2009 frente a un marroquí al que hice una foto en 2006, un neoyorkino frente a un madrileño, un berlinés y una argentina. A ver qué hay en común, en qué se parecen las imágenes y en qué se parecen las personas. Todavía falta más un mes, estamos empezando. Pero de momento ya tenemos el tráiler de la exposición, gracias a nuestro amigo Mikto Kuai.

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14 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (X). Johann Le Guillerm y el Cirque Ici.

Siempre llama la atención que alguien no quiera hacerse fotos. Salirse del cuadro es salirse del mundo y del tiempo, no figurar, no haber estado allí, no formar parte del presente ni del recuerdo. Si encima el renegado es un personaje público que vive de su imagen, este pudor se vuelve más incomprensible. Sabemos que el enigma contribuye a la leyenda, pero pensamos que el tipo está loco o que acabará descubriéndose, como hizo Darth Vader, porque en estos tiempos que corren es inconcebible que alguien nos escamotee su cara. Pero sucede, y por eso no podía dejar de escribir al respecto en esta serie sobre retratos. En la breve lista de famosos sin rostro hay historias fascinantes como la de El Santo, un luchador mexicano que murió de pena cuando le engañaron para que se quitase la máscara, o la de Salinger, ese escritor que se pasará la eternidad gruñendo por culpa de la única foto que le hicieron. Podría escribir sobre ellos pero he preferido a Johann Le Guillerm, un artista de circo que pasó por Madrid la semana pasada. Al contrario que otros enmascarados, Le Guillerm sólo se tapa cuando el que mira es un periodista, lo suyo es pudor mediático. En su carpa disparatada y herrumbrosa, donde chasquea el látigo para domar barreños que tienen vida propia o cepillos que se han convertido en caballos, uno puede mirarle la cara con total libertad. Y eso, sumado a la frágil magia que despliega para tu embobamiento, hace que te sientas el tipo más privilegiado del mundo. Como cuando la gente va a ver a José Tomás, pero con mucha más imaginación.

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13 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (IX). Manhattan, por Woody Allen.

Tres minutos y treinta y seis segundos. Todo ese tiempo dedicó Woody Allen a retratar su ciudad en el arranque de Manhattan (1979). La ciudad sin excusa, a bocajarro. Ni rastro de actores ni de personajes ni de historia, sólo ella, qué chulería, rascacielos a palo seco y porque sí, con nieve o fuegos artificiales, con basura en las calles, con obreros que miran a las tías buenas y tias buenas que casi miran a cámara. Ni siquiera un rótulo: el título de la película en un luminoso de Broadway, no podía ser de otra forma. ¡Manhattan, Manhattan, Manhattan! Y de fondo la voz del propio Woody Allen ensayando descripciones: "Capítulo uno. Adoraba Nueva York, la idelizaba de forma completamente desproporcionada". Recuerdo que la primera persona que me dio una clase de cine proyectó estos tres minutos y treinta y seis segundos en el aula de cultura de CajaMurcia y dijo: "chicos, esto es cine". Y con ello marcó el rumbo de mi evolución sentimental, estética y hasta vital. Han pasado quince años y todavía sigo queriendo imitar esos tres minutos y pico, todavía sueño con rendir homenajes como ése a las ciudades donde vivo o aprendo idiomas, donde envejezco y me hago heridas. Si tuviera que escoger una de las diez secuencias que más me han impresionado en toda la vida, escogería ésta.

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12 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (VIII). Jaime de Marichalar en el Museo de Cera.

Los defensores del menor y algún que otro amigo escarmentado nos han avisado mil veces: "no cuelgues fotos tuyas en Facebook, que luego no sabes lo que la gente mala puede hacer con ellas". Pero nadie te advierte de que no te hagas una estatua en el Museo de Cera. ¿Por qué será? ¿Por qué no habrá campañas de concienciación ni entrevistas a sociólogos en los informativos? La gente que se deja hacer un retrato (sea del tipo que sea, pero más todavía si es en cera) casi nunca percibe los riesgos de la duplicidad, la humillación de que tú envejezcas y tu estatua no lo haga, de que pierdas el control sobre tu doble y ya no puedas vigilar dónde está, al lado de quién, en qué sala o en qué sótano. Supongo que será porque toda forma de inmortalidad es tentadora, aunque sea una inmortalidad apolillada como la del Museo de Cera, pringosa, de dudosa fidelidad hacia lo que uno es o hacia la pinta que uno tuvo. La humanidad se ciega ante la posibilidad de figurar en un museo, no importa que sea de tercera categoría o que ni siquiera tenga visitas guiadas. El último episodio de esta tragedia ha salido en todos los periódicos: Jaime de Marichalar, oficialmente divorciado de la Infanta y despojado de nobleza, ha dejado de ser de cera porque ha dejado de ser Real. Manda huevos, ¿cómo le explicas eso a tu hijo? Feo, humillado y proscrito en un sitio donde, que yo sepa, todavía tienen hasta a Franco. Cito a EL PAÍS: "La figura de Jaime de Marichalar será retirada (...) horas después de que la Casa del Rey anunciara el divorcio de la hija mayor de los Reyes y sustituyera la foto oficial por otra sin el ex marido". ¿Dónde estarás ahora, Jaimito?

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11 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (VII). Welcome to Espaiñ según Jordi Bernadó.

La otra tarde eché un ratejo buenísmo en la librería del Reina, oh, qué lugar tan maravilloso, hojeando el último libro de fotos de Jordi Bernadó. Welcome to Espaiñ es exactamente lo que el título sugiere: un retrato de España, ésta patria nuestra, a partir de sitios más o menos turísticos y reclamos más o menos logrados. España como escenario cutre, descampado, pintarrajeado, religioso y con una desasosegante tendencia a los excesos taxidérmicos; España engalanada de carreteras y cojones de toro, de girasoles y polígonos industriales. Ése es el campo que hemos crecido mirando por la ventanilla del coche, ésa la venta donde parábamos a tomar el bocata, ése el puticlub que se llevó nuestra inocencia, ése el letrero mal escrito que siempre, todas las veces que bajamos a Murcia, nos hace reír. Los escenarios ibéricos que Jordi Bernadó fotografía casi siempre están vacíos. Si hay alguien, o bien es una estatua de cera o bien es un guiri borracho. Ni rastro de nosotros mismos, españoles, habitantes e inventores de esta disparatada tramoya a pie de asfalto o a pie de playa, da igual. No estamos pero sí somos, somos el sitio donde vivimos, aunque no seamos capaces de verlo y paguemos billetes falsos de avión para irnos a otros destinos.
Si alguien quiere ver más fotos de Welcome to Espaiñ sólo tiene que pinchar en "leer más". Las he sacado todas de la página de Jordi Bernadó.



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10 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (VI). Lucian Freud con el ojo morado.

Si alguno de los improbables lectores de este blog todavía piensa que el arte es arrebato, vísceras y dolor, hoy encontrará motivos para seguir creyéndolo. Esta tarde se subasta en Londres el Autorretrato con ojo morado de Lucian Freud y mi sexto sentido me dice que está a punto de forjarse una leyenda parecida a la de la oreja (amputada) de Van Gogh. La historia, contada por el actual propietario del cuadro, tiene todos los ingredientes. Todo ocurrió el día en que este señor quedó con Freud para que le pintase un retrato. La cita era en el estudio y el pintor tomó un taxi para llegar, pero mira tú por dónde en el camino se interpuso la proverbial impetuosidad de los artistas y nuestro amigo se enzarzó en una pelea con el conductor. ¿Motivo de la disputa? No importa, la leyenda se encargará de inventarlo. El caso es que el genio incontrolado del pintor debió de apabullar al pobre taxista, y como éste era un ser más prosaico no se le ocurrió otra cosa que corresponder con una hostia. Pum, directa al ojo, ay mi Lucian. Siguiendo con la versión del señor que estaba esperando para ser retratado, Freud apareció por el estudio hecho un basilisco, agarró los pinceles y le dijo que se fuera a tomar viento, que esa tarde al único que iba a pintar era a sí mismo, herido. Y con un seis, un cuatro y un poco de morado le salió este autorretrato. Luego, para compensar por el feo, le regaló el cuadro al señor plantado, que si bien lo guardó en secreto durante treinta años, ahora se ha encargado de dar pistoletazo a la leyenda antes de venderlo, a ver si con eso saca más pasta. Supongo que se forrará, pero eso es otro asunto; lo importante es que hoy ha nacido un mito y más de uno babeará al enterarse. Estoy seguro.

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09 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (V). Pierre Gonnord.

Hubo un tiempo en que a los fotógrafos les daba vergüenza ser fotógrafos y se hacían pasar por pintores. Eso de dar al botón y punto les retorcía la conciencia artística, era un procedimiento que no reportaba prestigio ni credibilidad. Había que forzar poses rebuscadas, iluminar con teatralidad, retocar aquí y allá con un pincel, con un truco de revelado o con un poco de colorines, cualquier cosa para que el trabajo pareciese más digno. Esta tendencia se conoce como pictorialismo, y en mayor o menos medida todavía hay quien la practica. Pierre Gonnord, por ejemplo. Cuando uno ve las imágenes de este señor no sabe si son fotos de anteayer o retratos de hace cuatrocientos años. Los tipos físicos de los modelos, la pose en escorzo, el culto a la sombra y a los fondos negros, las arrugas en el rostro o la intensidad de la mirada remiten, todos juntos, a pintores como José de Ribera o el mismísimo Velázquez. ¿Nostalgia? ¿Complejo de pintor? Yo prefiero pensar que se trata de un ejercicio de atavismo. Pierre Gonnord recorre la península en busca de gente que tenga cara de haber vivido hace cuatro siglos y, contra todo pronóstico, la encuentra. Por eso lo que más me impacta de sus retratos no son las fotos en sí, sino descubrir que no hemos cambiado tanto, que todavía podríamos llamarnos Lope, Urraca, Garcilaso o Cipriano, y que si nos quitamos la camiseta de H&M podríamos plantar una pica en Flandes. Si alguien quiere comprobarlo puede ver la exposición de la sala Alcalá 31 de Madrid hasta fin de mes. Pero los atavismos que Pierre Gonnord colecciona también están aquí, en su web.

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07 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (IV). Las mitologías de Manuel Vincent.

Cada tres o cuatro semanas el suplemento literario de EL PAÍS viene animado con una última página de Manuel Vincent. Mitologías, se titula la serie, y consiste en trazar retratos de genialidades atribuladas. Que yo recuerde, una vez escribió sobre lo borracha y puta que había sido Billy Holiday, otra sobre lo fogoso que había sido Modigliani y otra, justo el sábado pasado, sobre las infelicidades de Cezanne. Si alguna vez nos hemos preguntado quién cultiva y da pábulo a los topicazos románticos sobre artistas jodidos por la vida, la respuesta es Manuel Vincent. Su repertorio de sabáticas semblanzas podrá ser más o menos variado, pero siempre, siempre, siempre ofrece los mismos elementos biográficos: incomprensión generalizada, sufrimientos diversos y consagración final. De ahí el título, Mitologías: por muy viciosos, locos, atormentados o fornicadores que fuesen, todos los artistas retratados acabaron por congraciarse con la humanidad y entrar en el olimpo del arte. Para poner un ejemplo de lo que trato de explicar he recuperado nuestra hagiografía vincentiana favorita, la que más nos ha hecho reír, la que tiene a Dora Maar como protagonista. En ella, Manuel Vincent no sólo tira del consabido malditismo, sino que estrena (es un decir) un nuevo ingrediente: la pasión ibérica, por gentileza de Picasso. Atentos a la perla: "Dora Maar tuvo que desplegar todas las artes para agarrar y no soltar los testículos de aquel toro español del Guernica, que según algunos críticos es el autorretrato del pintor". Olé, olé, olé, viva Alfredo Landa.
Quien quiera leer el artículo entero, publicado en EL PAÍS el 26 de diciembre, que pinche en "leer más".

LAS LÁGRIMAS DE DORA MAAR.

En el cuadro del Guernica aparecen cuatro mujeres entre los escombros del bombardeo, todas con la boca abierta por un grito de terror, las cuatro mujeres son la misma, Dora Maar, la amante de Picasso en aquel tiempo. Hay un detalle añadido: los ojos del toro erguido en el ángulo izquierdo también son los de Dora Maar, que en la realidad eran de un azul pálido y algún psicoanalista lacaniano sabrá explicar el significado de un toro con ojos de mujer, que a su vez son idénticos a los del guerrero, cuyo cuerpo se halla destrozado en la base del cuadro.

Picasso conoció a Dora Maar a principios de 1936. Su encuentro se ha convertido ya en una fábula excelsa de sadomasoquismo. Estaba el pintor una noche en el café Deux Magots de París con el poeta Paul Éluard y vio que en la mesa vecina una joven parecía entretenerse dejando caer la punta de una navaja entre los dedos separados de su mano enguantada, abierta sobre el mármol del velador. No siempre acertaba, puesto que el guante estaba manchado de sangre. El pintor se dirigió a ella en francés y la joven le contestó en un español gutural, la voz un poco ronca, temblorosa, con acento argentino. Después de una excitada conversación el pintor le pidió la prenda ensangrentada como recuerdo y ella le dio a Picasso no sólo el guante sino la mano y el resto del cuerpo, sin excluir su alma atormentada, no en ese momento, puesto que Picasso, presintiendo la tempestad amorosa que se avecinaba, echó tierra por medio y se fue a la Costa Azul, pero allí en casa de unos amigos comunes se volvió a encontrar con la mujer ese verano y ya no tuvo escapatoria. Bajo el esplendor mórbido del sol de Mougins, filtrado por los sombrajos de cañizo, sus cuerpos comenzaron a cabalgar en busca de la violenta alma contraria.

Dora Maar no era una neófita en esta batalla con los hombres. Venía de los brazos de Georges Bataille, rey de la transgresión erótica, con quien había experimentado todos los sortilegios de la carne. Según su teoría los burdeles deberían ser las verdaderas iglesias de París. Bataille, junto con Breton, lideraba el grupo surrealista de izquierdas Contre-Attaque, que se reunía en un ático muy amplio de la Rue des Grands Agustins, 7, y se había hecho famoso por el libro Historia de un ojo, una mezcla de pornografía y lirismo con aditivos de violencia, autodestrucción y ceguera: el ojo -huevo que se introduce en la vagina-. En ese mundo se movía Dora Maar, exótica, bella y radical, siempre coronada con sombreros extravagantes.

Dora Maar era pintora, fotógrafa y poeta, hija de madre francesa y de un arquitecto croata, instalado en París, que encontró trabajo durante algunos años en Argentina. Con ella atravesó Picasso los años de la Guerra Civil española y la ocupación nazi de París, desde 1936 a 1943, un tiempo en que el pintor vivía en medio de un vaivén de mujeres superpuestas. Su esposa Olga había sido suplantada por la dulce y paciente Marie Thérèse Walter, de la que le había nacido su hija Maya, y ese oleaje le había traído, como el madero de un naufragio, a Dora Maar, que tuvo que desplegar todas las artes para agarrar y no soltar los testículos de aquel toro español del Guernica, que según algunos críticos es el autorretrato del pintor.

A inicios del año 1937 el Gobierno de la República española le encargó un mural a Picasso para la Exposición Internacional de París, que iba a inaugurarse en el mes de mayo. El contrato lo formalizó el cartelista Josep Renau, director general de Bellas Artes, en un bistró de la Rue de Bôetie, sobre una servilleta de papel y después se fue a jugar al futbolín con Tristán Tzara. La tragedia española estaba en su apogeo. Picasso sólo quiso cobrar los materiales, el lienzo y las pinturas, que, por cierto, fueron de una evidente mala calidad, como demuestra el deterioro en que se encuentra la obra. Dora Maar conocía el ático de la Rue des Grans Agustins, donde había celebrado diversas ceremonias demoniaco-surrealistas. Se lo mostró a Picasso para que lo alquilara. El local era famoso porque Balzac había situado allí la novela La Obra Maestra Desconocida, que trata de la obsesión de un pintor por representar lo absoluto en un cuadro. Dora Maar pensó que en el local había espacio suficiente para trabajar en un cuadro de gran tamaño. Y en ese ático comenzó Picasso una doble lucha. Durante los primeros meses no se le ocurría nada. Comenzó a realizar bocetos en torno a una especie de tauromaquia en medio de la convulsión de los desastres de una guerra, mientras Dora Maar iba levantando acta con la cámara de los esfuerzos y arrepentimientos del artista. En unos bocetos el caballo relinchaba abajo, en otros el toro mugía de otro lado. Dora Maar era a la vez testigo y protagonista, puesto que su rostro de frente ovalada y grandes ojos como lágrimas se repetía en todos los intentos en distintas figuras femeninas. Picasso incluso dejó que su amante pintara algunas rayas.

Mientras el Guernica tomaba la forma definitiva, alrededor del lienzo se había establecido otra suerte de bombardeo, que causó una catástrofe amorosa. En el ático entró un día la dulce y paciente Marie Thérèse Walter y se enzarzó a gritos con Dora Maar. Con insultos que se oían desde la calle, le echó en cara el haberle robado a su amante, al que ella había dado una hija. A esta escena violenta de celos se unió Olga, la compañera legal, y mientras las tres mujeres gritaban, Picasso seguía alegremente pintando el Guernica, muy divertido. Esta reyerta explosiva se hizo famosa en el Barrio Latino. El día 26 de abril de 1937, cuando el cuadro ya estaba casi terminado, sucedió el espantoso bombardeo de Guernica por la Legión Cóndor. En homenaje a esa villa bilbaína, donde se conservaban los símbolos de un pueblo vasco, Picasso tituló el cuadro con su nombre. A partir de ese momento el Guernica se convirtió en un cartel universal contra la barbarie.

La batalla la había ganado Dora Maar. Ese mismo verano de 1937 se les ve muy felices en las playas de Antibes en compañía de otros seres maravillosos, desnudos en sillones y hamacas, Nush y su marido Éluard, Man Ray y su novia Ady, bailarina de Martinica, Lee Miller y Rolland Penrose, Jacqueline Lamba y André Bréton. Jugaban a intercambiarse los nombres y las parejas a la hora de la siesta y el más vanguardista en el sexo también era Picasso, que, según contaba Marie Térèse, solía practicar la coprofagia con sumo arte.

Picasso ejerció sobre Dora Maar otra suerte de sortilegio a la manera de su antiguo amante Georges Bataille. La convirtió en La Mujer Que Llora: así aparece, erizada por el llanto en casi todos los cuadros en que ella le sirvió de modelo. Hasta su separación sumamente traumática Dora Maar fue la Dolorosa traspasada por siete navajas, que eran todas la misma que ella usaba el día en que se conocieron en el café Deux Magots, un símbolo del dolor de la guerra y del placer de la carne.

"Después de Picasso, sólo Dios", exclamó Dora Maar ante Lacan, el psicoanalista que la ayudó soportar el abandono del pintor. La mujer entró en una fase mística, se retiró del mundo, se encerró en su apartamento de París y sobrevivió un cuarto de siglo al propio artista. Murió en 1997, a los 90 años. En el Guernica sus ojos en forma de lágrimas se repiten en el toro, en el guerrero, en la madre que grita de terror con un niño muerto en los brazos, en la mujer que huye desnuda bajo las bombas, tal vez, desde un lavabo con un papel en la mano y en la que saca una lámpara por la ventana e ilumina todas las tragedias de la historia.


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06 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (III). George Sprott.

Seth es un anacrónico señor que se viste como Al Capone y que dibuja tebeos sobre gente al final de su vida. El último de estos tebeos crepusculares (y el más famoso también) se titula George Sprott. 1894-1975 y fue considerado por la biblia Rockdelux como el séptimo mejor cómic de toda la década de los noughties. Hasta aquí las certezas; a partir de ahora, la duda. George Sprott (el tebeo) pretende ser el retrato definitivo, poliédrico y razonablemente indiscreto de George Sprott (el personaje), un decadente presentador de televisión local. Pretende, digo, porque no lo consigue. Seth es consciente de que toda biografía está llena de elipsis, y por eso su retrato se queda en agua de borrajas, termina siendo sólo una concienzuda selección de fragmentos de vida y testimonios, no más, y por supuesto nada definitivo. Ahí reside (creo) el primer y principal mérito de George Sprott (el tebeo). Pero la cosa mejora cuando el protagonista del experimento es George Sprott (el personaje). Por su condición de figura televisiva olvidada, famosa y desconocida al mismo tiempo, Sprott es un caso claro de lo lejos que pueden marchar vida pública y vida privada, la enorme distancia entre lo que inventamos sobre nosotros, lo que enseñamos y lo que nos llevamos a la tumba. Pero esto, ya digo, es lo que yo creo. Para ver lo que opina el anacrónico Seth hay que pinchar en "leer más", porque he colgado una entrevista buenísima.


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05 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (II). Alemania, años 20.

Alis tiene una profesora de alemán, Anke, que nos presta libros de fotografía de los años 20. Casi todo son retratos de personajes de la época, artistas, filósofos, bailarinas o periodistas que pululaban por el Berlín más mítico, el más radiante, diez o quince años antes de que las bombas lo destruyesen todo. Hemos pasamos noches enteras mirando esas caras hasta ahora desconocidas, y a los dos nos ha sorprendido la frescura que conservan a pesar del tiempo, de los peinados imposibles o las poses anticuadas. No es normal, no suele pasar que los jóvenes sigan siendo jóvenes en las fotos de hace cien años, aunque lo fueran cuando posaron; aunque estuvieran enamorados o se hubiesen emborrachado la noche anterior, lo habitual es que nos parezcan fósiles remotos, que no empaticemos con su buen rollo. "A menudo el presente infantiliza el pasado, tiende a convertirlo en fantasioso y pueril, y así nos lo deja inservible, nos lo estropea". Cuando leí esta frase en un libro de Javier Marías me acordé de los libros de Anke y anoté la página, para copiarla aquí hoy. Creo que el principal atractivo de todos estos alemanes tan molones cuyos retratos hojeamos Alis y yo es que se salvan de esa injusticia, que no han permitido que nosotros, los nuevos jóvenes, les "estropeemos" su juventud olvidada. He colgado la foto de Ruth Landshoff porque me parece que ella ilustra mejor que nadie lo que trato de explicar. Pero si alguien pincha en "leer más", podrá ver otros cuantos retratos de jóvenes alemanes, veinteañeros en los años veinte y también hoy.



De izquierda a derecha y de arriba a abajo, empezando por el principio del todo:

  1. Ruth Landshoff, periodista, actriz, escritora. Fotografiada por Umbo. 1927.
  2. Ruth Landshoff, fotografiada por Riess.
  3. Rene Sintenis, escultora, fotografiada por Riess.
  4. Toni Freeden, bailarina, fotografiada por Riess. 1927.
  5. Lisa von Cramm, fotografiada por Marianne Breslauer. 1934.
  6. Umbo, fotografiado por Marianne Breslauer. 1927.
  7. Raoul Hausmann, fotografiado por August Sander. 1929.

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04 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (I). Mariana de Austria en Murcia.

Los límites de un retrato son una cuestión moral. No es lo mismo ver la cara de una señorita que verle la cara y el ombligo, hay un abismo y mucho pelo de por medio. Pienso en esto cuando descubro la polémica que se ha montado en Murcia por culpa de un retrato que muestra más de lo que se esperaba de él. ¡Mariana de Austria, reina de España y secundaria de Las Meninas, enseñándolo todo en la linea 2! Leo en los periódicos murcianos, vascos y nacionales que la idea de este regio desnudo partió de una joven artista subvencionada que responde al profético nombre de Carmen Molina Cantabella. Profético, digo, porque bella ha resultado ser también la reina que todo el mundo tomaba por fea. Como en los cuentos, qué bonito. Lo que de momento no está claro es el objetivo real de esta impúdica campaña, y tampoco su futuro. Según la Concejalía de Cultura y Turismo se trata de que el mundo entero mire el arte que se hace en la región. Por mi parte, yo prefiero pensar que lo que la artista quería era que la gente mirase el ombligo regio de nuestra regia Historia del Arte, o quizás también de nuestra regia monarquía hispana. Pero hay una tercera opinión, y ésta es la que más jugo da. Al parecer los hay también que creen que el objetivo era mostrar un ombligo y punto, el ombligo de una tía buena en pelotas, qué marranada.

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03 febrero, 2010

Quinta de las cinco razones por las que amo MAD MEN.

Porque hay un cura.
Si pones a dos personajes, chico y chica, a que hablen sobre lo que hicieron ayer antes de irse a la cama, tienes una conversación convencional. Pero si el chico, además, es cura, entonces ya tienes material dramático de primer orden. La lección aprendida con el padre Phil Intintola en los Soprano (que calienta, y de qué manera, la moral de la pobre y abandonada Carmela) se aplica de nuevo en Mad Men con el Padre Gill. Un cura guapo, listo y perfumado que lleva a las jovencitas de paseo en el coche y que toca la guitarra para no tocarse a sí mismo. Como devoto admirador de La Regenta que soy, siento debilidad por la combinación de alzacuellos y gomina. Siempre que un cura se encierra con una muchacha pienso que por muchos padrenuestros que se recen y por muchas lecciones morales que se impartan con el dedo tieso, debajo de la sotana hay músculos y pelo. Por eso, cada vez que el padre Gill sale en un episodio de Mad Men para hacer cosquillas a la pobre Peggy en la conciencia, me levanto del sofá y aplaudo (¡bravo!), sintiendo que esta serie está hecha para gente como yo, lo suficientemente católica y lo suficientemente retorcida como para disfrutar con estas cosas.

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02 febrero, 2010

Cuarta de las cinco razones por las que amo MAD MEN.

Porque reinventa los años 60.
En Mad Men no se escuchan canciones de los Beach Boys, pero uno tiene la sensación de que aquí hay más años 60 que en un millón de partidas de ping pong de Forrest Gump. Esta serie ni siquiera pone un empeño significativo en mostrar los grandes acontecimientos de la época, las revueltas raciales, la victoria de Kennedy, la llegada del hombre a la luna o las putadillas entre rusos y americanos. Eso son sólo noticias de telediarios en blanco y negro, comentarios en el ascensor. Los 60 de Mad Men consisten en creer que fumar no produce cáncer, que beber whisky en el curro es más importante que ser puntual, que la basura se tira al campo o que sólo las busconas llevan bikini. El reverso tenebroso del sueño americano, sin nostalgia: es como dar la vuelta a un disco de los Beatles y que empiece a sonar la Velvet. Encima, además de mostrar esa realidad olvidada y ponértela delante de las narices para que te revuelvas en el sofá, Mad Men enseña cómo se forjó la mentira que la edulcoró, cómo nacieron los tópicos y los jingles que nos han hecho mirar atrás con cara de tontos, como la de Forrest Gump. ¡Fue la publicidad, estúpidos, y todos picasteis!

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01 febrero, 2010

Tercera de las cinco razones por las que amo MAD MEN.

Porque es sutil, muy sutil.
Mi amiga Ana dice que le encanta Mad Men porque es una serie donde "nunca pasa nada". Pero yo, desde aquí, matizo: no es que nunca pase nada, es que no se nota que pasa. Las grandes, enormes, universales tragedias de esta epopeya sexual aparecen disfrazadas de menudencias. No vienen masticadas con retórica explicativa ni trucos de guión grandilocuentes, sino que suceden en las esquinas del plano, detrás de las mamparas, con el volumen bajado y la luz tenue; mientras se cierra una puerta se derrumba un matrimonio, se enciende un cigarrillo y se hunde una empresa, detrás de una mirada indiferente hay un volcán, o una tumba, o el pánico. Por eso estoy publicando esta serie con la etiqueta de "cine", porque siempre he pensado que el toque de distinción de una buena película es precisamente ése, la sutileza, la habilidad para deslizar verdades o mentiras sin que el espectador se de cuenta, o sin que luego sea capaz de explicarlo. Cosas que no se pueden escribir en un guión porque no es posible decirlas, porque son silenciosas o secretas, se filman y ahí están, como la vida misma, delante de tus narices. Sin trampa ni cartón pero cerca, tan cerca que tienes que creértelas.

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