29 marzo, 2007

Cristo y el pop.

Siempre he creído en Cristo como icono pop. Su imagen es, probablemente, la más representativa de nuestra cultura popular. Y no sólo porque haya funcionado durante dos mil años. También porque es potente, porque es icónica, porque se ha repetido hasta la saciedad y porque todos, en algún momento de nuestra vida, la hemos tenido cerca. ¿Qué más se puede pedir a un icono pop? ¿Adoración? La tiene. ¿Que funcione como marca? Lo hace. ¿Protagonizar una película? Ha protagonizado cientos. ¿Inspirar a los artistas? También.
No hay duda: Cristo juega en la misma liga que Marylin, Superman o el Pato Donald. Y por eso me ha gustado mucho este juego. Lo ha hecho un gamberro que se disfraza de demonio y que va por ahí tocando los cojones a todo tipo de fanáticos. Pero a mí no me interesa el componente sacrílego. Detrás de la broma subyace una realidad que me apetecía señalar: que Cristo, ante todo, es pop.
Artículo relacionado: El Hola mola. El recortable de los reyes.

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28 marzo, 2007

Tristram Shandy y María Antonietta.

Tristram Shandy es tan parecida a María Antonietta que da hasta risa. Pobre Sofía Coppola: Michael Winterbottom ha filmado una película casi igual, pero mucho mejor. Los parecidos son de todo tipo. Los hay anecdóticos, como que las dos pelis sean de época y estén rodadas en palacios. También son historias sobre gente que se corre juergas hasta el amanecer, que intenta tener hijos, que interpreta papeles o que es juzgada por los demás. Pero todas estas similitudes, en el fondo, no tienen importancia. Si Tristram Shandy es igual que María Antonietta es, ante todo, por dos motivos muy simples: porque las dos giran en torno a un protagonista absoluto y porque las dos pretenden ser postmodernas. Lo del protagonismo absoluto fue uno de los pocos aciertos de la Coppola. Kristen Dunst-Antonietta salía en el 95% de la película y la cosa funcionaba como un retrato intimísimo. En Tristram Shandy tenemos a un enorme Steve Coogan-Shandy y ocurre lo mismo, solo que el retrato resulta mucho más complejo. ¿Y lo del postmodernismo? Ahí es donde Winterbottom gana por goleada. Si Sofía Coppola pensaba que meter unas Converse en plano durante un segundo era transgresor, lo de Tristram Shandy debe de haberle reventado las neuronas. Michael Winterbottom no sólo ha metido las Converse, sino que ha filmado toda su película en torno a ellas. Y quien quiera saber cómo se hace esto, que vaya a ver la peli, que contarlo es imposible. Lo pasará bien.

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27 marzo, 2007

Fotografía en Murcia (y II). Frida Kahlo.

No me gustan los cuadros de Frida Kahlo, pero me gusta su historia. Todas esas anécdotas que se cuentan sobre el accidente o las peleas con Diego Rivera despiertan al morboso que llevo dentro. Por eso fui a ver la exposición de retratos que hay en Murcia: porque me interesa mucho más verla a ella que ver lo que pintaba. El problema es que si tienes una historia tan mediática, probablemente sea porque tú misma eres un personaje. Frida Kahlo no era sólo una pintora casi inválida y enamorada de un sapo: también era una pintora con bigote y entrecejo, ésa que siempre llevaba las faldas mexicanas y los moños raros. Un personaje, vamos. Y todo personaje, por desgracia, es una fachada. La exposición de Murcia recopila casi cien retratos de fotógrafos distintos, pero en las fotos apenas se ve a la persona. Cuando lees los detalles biográficos que jalonan la exposición no puedes creerte que pertenezcan a esa enigmática mujer de las fotos. Sólo en un par de ocasiones Frida se quita la máscara y desvela su famoso carisma. Pero, en general, tendrás que irte sin ver más que al personaje. Con bigote, cejas y una mirada distante que parece decir: “si quieres saber quién soy, mejor que mires mis cuadros”. Por algo la exposición se titula La gran ocultadora.

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Fotografía en Murcia (I). Feria Regional del Libro.

No me gusta pensar que leer libros te hace mejor persona. Es una idea peligrosa. Si crees en ella, probablemente leas muchos libros y probablemente te creas mejor que los demás. Tampoco suelen gustarme las campañas de fomento de la lectura. No es que me parezcan peligrosas, es que me parecen repelentes. Todo ese rollo de “abre un libro y abrirás tu mente” me resulta cursi y tópico. Y es por cosas así que me divierte tanto la campaña de la Feria del Libro de Murcia. La protagonista de esta foto no se ha vuelto soñadora con los libros: se ha vuelto loca. Leer, por más que lo disfracemos, es una depravación del hombre como animal social. Es un disparate pensar que nos vuelve más listos: nos vuelve inútiles e insociables. Me gusta que esta campaña pagada por el ayuntamiento murciano presente la lectura como un acto tan deliciosamente siniestro. La han hecho unos tipos que se llaman Germinal y que también son de Murcia. Bravo por ellos.
Artículos relacionados: Anuncios que molan (I). Anti-plasta murciano.

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25 marzo, 2007

Orhan y los clichés culturales

La novela Estambul, ciudad y recuerdos de Orhan Pamuk, ha sido valorada sobre todo porque ilustra un supuesto choque cultural entre Oriente y Occidente. Pero el efecto que ha tenido sobre mí ha sido de un orden muy diferente.
Cuando comienzas a leer este libro, tienes la sensación de que algo falla, de que es como si estuviera mal escrita. ¡No puede ser! - te dices - ¡Si este señor es Premio Nobel! Te convences, pues, de que una mala traducción se ha cargado el texto. A medida que avanzas en la lectura, poco a poco te vas acostumbrando a esa forma de escribir con frases cortas y simples, casi como lo haría un niño, hasta que llega un momento en que asimilas la forma de hablar, casi de pensar, de Orhan, y ya no te acuerdas de qué era lo que al principio te desconcertaba.
Estambul, ciudad y recuerdos está lejos, por tanto, de las típicas memorias que normalmente obedecen sólo a un instinto narcisista del autor y que no suelen conseguir una identificación con el lector más allá de la de despertar en él el ansia de saber detalles morbosos sobre aquél. No; este libro es sólo un puñado de reflexiones basadas en hechos autobiográficos fundidos, a su vez, con la biografía de la ciudad, que para Orhan es él mismo.
Y hablo de “Orhan”, así, en un tono tan familiar, porque después de haber leído este libro no puedo dirigirme a él de una forma menos cercana, tal es la complicidad con el lector que consigue. Las historias súper personales que cuenta acerca de su vida y de la de sus familiares, no le generan a uno sentimiento de intromisión en la intimidad de esas personas, sino que casi se siente como natural saberlo todo de ellas, como si realmente hubiéramos sido nosotros los que hemos vivido esa vida y no Orhan. Se trata de un proceso de zambullida en su interior, de forma que al final incluso miras el mundo con sus ojos. Un poco inquietante, lo sé, pero una experiencia intensa.

A mi juicio, es ese el valor más importante que posee este libro, y no el uso fraudulento que se hace de él al presentarlo como un símbolo del choque cultural entre oriente y occidente. Esa forma de polarizar, además de ser peligrosamente reduccionista, cataloga a Orhan como un elemento intrínsecamente occidental inserto en un entorno oriental, lo cual no respeta la compleja INTERTEXTUALIDAD cultural que él, como todos nosotros, tiene.
Además, que alguien me lo explique; ¿en qué consiste eso de ser occidental y en qué se diferencia, en el caso de que se pueda ser tal cosa, de ser oriental? ¿Cómo se es un punto cardinal?


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24 marzo, 2007

Nam June Paik y la pedantería.

El otro día escuché en la radio una historia que me hizo partirme de risa. Hace cosa de diez años, a un físico americano llamado Alan Sokal se le ocurrió ridiculizar a los pedantes del mundo. Escribió con un lenguaje denso y lleno de conceptos oscuros un artículo vacío de contenido, y lo envió a una prestigiosa revista cultural. Sólo con el título del artículo me mondo: Transgrediendo los límites: hacia una hermenéutica transformadora de la teoría cuántica de la gravedad. Los editores de la revista, deslumbrados por la prosa hermética de Sokal (o acojonados por si no entenderla significaba que eran tontos de remate), publicaron el artículo. Y Sokal, divertido y brillante, sacó a la luz la verdad: les había tomado el pelo.
Esta historia me ha venido a la cabeza mientras contemplaba la instalación de la foto. Se titula TV Buddha y cualquiera puede verla en la exposición de Nam June Paik que hay en la Fundación Telefónica. Básicamente consiste en una escultura de Buda, una cámara que la graba y un monitor donde se ve la imagen grabada. Pero el texto explicativo que los organizadores han colgado en la pared sugiere posibilidades de interpretación mucho más interesantes. Me he tomado la molestia de copiarlo, porque no tiene precio: "TV Buddha (1969), constituye un autorretrato metonímico que alude a la identidad dual del propio artista a través de la estatua de Buda, la estatua que el propio Paik encara, proyectada en el monitor que le provoca una escisión narcisista". Me mondo.
Para leer más sobre Nam June Paik se puede visitar también Sindrogámico.
Artículos relacionados: Ana Locking y la pedantería.

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21 marzo, 2007

Arte conceptual y frigoríficos.

El arte conceptual es divertido. En el fondo, sólo se trata de mezclar ideas y ver lo que sale. Como cuando resuelves jeroglíficos. Con tal de que tengas un buen punto de partida, el entretenimiento está garantizado. O sea, que tienes que partir de un objeto que ofrezca muchas connotaciones posibles. Como, por ejemplo, un frigorífico. Sí, sí, un frigorífico. ¿Qué puede representar un frigorífico? Se me ocurren dos conceptos: frío y comida. ¿Y qué connotaciones tienen estos conceptos? Frío representa muerte, ¿no? Y comida representa vida. Pues bien: ¿qué saldría de combinar las ideas de comida y frío? ¿Algo bueno o algo malo? La cosa se pone todavía más jugosa si los frigoríficos son los que había en Cuba antes de la Revolución. Fabricados por la General Motors, además. En la Casa de América, cincuenta cubanos se han puesto a probar combinaciones de estos elementos y les ha quedado una exposición muy maja. Conceptual, pero muy maja.

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20 marzo, 2007

Nueva visión de La Bola de Cristal.

Cualquiera que visite este blog sabrá que nos pirran las reinterpretaciones de motivos populares. Nos gusta la gente que es capaz de mirar con ojos nuevos lo que todos estamos hartos de ver, y a partir de aquí convertirlo en algo fresco. ¿Un ejemplo? La Bola de Cristal. En youtube circula una visión inesperada de la canción de Alaska. La firma alguien que se hace llamar Emisión Pirata. Al margen de las faltas de ortografía de los subtítulos, es un punto de vista genial.

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18 marzo, 2007

Sexo y connotaciones.

José Antonio Moreno Montoya le ha sacado una foto a Cristo haciéndose una paja. ¿Para qué? Según él mismo explica, para “exaltar la sexualidad como faceta inherente al ser humano, independiente de cualquier creencia o religión”. O sea, para que nos demos cuenta de que por mucho que digan los curas, el ñaca-ñaca es el pan nuestro de cada día. ¿Y lo consigue? Eso, que lo decida cada cual. Yo, por mi parte, celebro la ocurrencia de reinterpretar la iconografía tradicional cristiana. Me gusta que los temas y los motivos que siempre han estado en el arte puedan cargarse de nuevas connotaciones, que todavía ofrezcan la posibilidad de significar algo distinto. Luego está el asunto de las implicaciones morales del nuevo mensaje, pero eso ya no me interesa. Prefiero dejar el debate sobre moralidad a alguien que se aburra más que yo.

Para complementar esta idea, hay que leer también Sindrogámico.




La página de José Antonio Moreno Montoya.


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16 marzo, 2007

Ángel Ferrant o la importancia de saber dibujar


Hoy he descubierto a Ángel Ferrant y la lírica sencilla y sutil de sus diminutas esculturas hechas a base de objet trouvées (objetos hallados) me ha cautivado. ¿Cómo es posible que no hubiera oído hablar antes de este artista? La respuesta la tiene el propio carácter de su obra: modesta, frágil, silenciosa. Tan silenciosa que la crítica le ha pasado por alto hasta hace relativamente poco tiempo, aunque ya se pueden ver muchas obras suyas en museos como el Reina Sofía.



Pero no es de su faceta artística de la que quiero hablar, sino de la pedagógica. Ángel Ferrant fue un auténtico visionario en muchas cosas (por ejemplo, sus “Esculturas infinitas”, que se pueden colocar de múltiples maneras, se anticipan mucho a los “Bichos” de la genialísima Lygia Clark), pero sobre todo destacan sus avanzados conceptos sobre la enseñanza artística.
Este hombre quería, allá por los años 30 (entiendo que tuviera que desarrollar una personalidad callada para pasar inadvertido) abolir las prácticas tradicionales que obligaban al alumno a plegarse a distintas disciplinas estancas entre sí: dibujo técnico, artístico, copia del natural. Él creó un modelo de enseñanza llamado “Escuela poética manual”, que por cierto puso en práctica en la madrileña Escuela de Artes y Oficios de la calle Marqués de Cubas, y que debía basarse en una experimentación libre del alumno con los materiales, de forma que el potencial expresivo de cada uno fluyera puro y sin contaminar.

No hay más que echar un ojo al temario que se imparte en la facultad de bellas artes para darse cuenta de lo novedosos que eran sus planteamientos: “2º curso: dibujo del natural”, “3º curso: geometría”. Pocas cosas han cambiado.
Tras cinco años de sometimiento a materias tan anticuadas y rígidas la frescura y originalidad de los jóvenes deben de esfumarse, supongo, y eso era lo que quería evitar Ángel Ferrant.
Ahora bien, ¿no se critica también a un artista cuando se detecta que éste no tiene nociones básicas de las disciplinas artísticas tradicionales? “¡Pero si no sabe dibujar!”- se oye muy a menudo de los malos artistas. Aunque un artista se dedique al arte conceptual (instalaciones, performances, etc), y nunca en su vida vaya a tocar un pincel, ¿debe haber pasado por una formación artística? Lo plantearé de otra forma: ¿realmente es importante saber dibujar?

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15 marzo, 2007

La parte o el todo (y III). Locas.

En Rockdelux dijeron que Jaime Hernández era el mejor escritor de tebeos del mundo, y yo me lo creí. No había oído hablar de él jamás, pero me lo creí. Me fui corriendo a Madrid Cómics y me compré el primer volumen de Locas, su obra magna. La historia de cinco tías en la ciudad de Los Ángeles durante los ochenta. O mejor dicho: las historias. Jaime Hernández se mueve en dos frentes: por un lado inventa anécdotas y por el otro crea personajes. Las anécdotas, claro, son sólo una parte. Apenas me han interesado porque están mal contadas, porque incorporan elementos disparatados y porque da la sensación de que se alargan sin fundamento. Lo que mola son los personajes. En Locas, Jaime Hernández da vida a Hopey y Maggie, dos punkis medio lesbianas, pero también a sus amigas Liz o Rena Titañón, a los macarras mexicanos o a los mecánicos protosolares. Y con ellos construye un puzzle humano muy coherente cuya principal característica es, paradójicamente, lo caótico que resulta. La pregunta es: ¿merece la pena leerse todas esas aventuras aburridas, si al final te quedas con una impresión general que no está mal? Otra vez hay que escoger entre el todo o las partes. Por lo que a mí respecta, no puedo negar que he cogido cariño a los personajes y a sus vidas. Pero no volveré a comprarme más entregas de Locas. Y que le den a Rockdelux.

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14 marzo, 2007

La parte o el todo (II). Paris, je t'aime.

Hay pocas cosas en las que todo el mundo está de acuerdo, pero una de ellas es ésta: “París es la ciudad del amor”. Con el pretexto de ilustrar el tópico, 18 directores se han juntado para hacer una película en común: Paris, je t’aime. ¿Una película en común? Bueno, no tanto. Lo que han hecho ha sido filmar cada uno un corto romanticón y parisino, y luego los han unido. El problema –mi problema– es que no tengo muy claro lo que ha salido. ¿Es una película? ¿O es sólo una recopilación de cortos? Una vez más, de lo que se trata es de escoger entre la parte o el todo. Y aunque Paris, je t’aime resulta muy agradable de ver y construye una imagen coherente de la ciudad amorosa, al final te quedas sólo con los cortos y te olvidas del resto. Es inevitable salir del cine hablando de tal o cual director: que si Gus Van Sant es cada vez más ñoño, que si Cuarón sólo tira de steady cam, que si los Cohen son geniales... Vamos, que cuando salga el DVD ni dios se la tragará entera.

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12 marzo, 2007

La parte o el todo (I). Chuck Close.

En la exposición de Chuck Close del Reina Sofía se pueden hacer dos cosas: disfrutar como un crío o disfrutar como un viejo sabio. El pintor americano de las caras gigantes ofrece todas esas posibilidades. Por un lado, sus obras son asombrosas: tan grandes y tan bien pintadas que es imposible no quedarse flipado. La monumentalidad y el virtuosismo siempre son valores seguros, ¿no? Pero… ¿qué pasa los viejos sabios? ¿Qué ocurre con todos esos intelectuales que se rascan la barbilla y fruncen el entrecejo cuando están en un museo, los que no pueden resistir la tentación de ir más allá? Esos también pueden frotarse las manos. A partir de una fórmula tan simple como pintar retratos de tres metros, Chuck Close plantea una reflexión interesante: ¿qué es más importante en una obra, el todo o las partes? Las caras de Close sólo son caras cuando las miramos de lejos. Si nos acercamos a ellas perdemos la perspectiva general y nos encontramos con un cuadro abstracto. O con muchos. A partir de este planteamiento, lo que Close pinta son retratos formados a partir de pinturas abstractas. Y la pregunta, claro, está cantada: ¿qué es más importante al final? ¿El todo? ¿Las partes? Probablemente no haya respuesta, pero sólo eso basta para que los sabios se vayan de la exposición sonriendo como niños.

Para tener una idea más gráfica sobre todo este asunto hay que pinchar en "leer más".











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11 marzo, 2007

Cortos alemanes en Madrid.

Esta tarde (lunes, 12 de marzo) hay un pase de cortos alemanes en el instituto Goethe de Madrid. A las 19.30. ¿Por qué ir? Porque es gratis y porque casi todos están bastante bien. O porque uno de ellos, Spöβling (Retoño) es una deliciosa historia de animación que deja muy buen sabor de boca. O porque dos de los directores estarán allí para charlar por la gente. Yo qué se. Quizás simplemente porque los lunes son un día tonto y este tipo de planes tienes que hacerlos cuando toca. Luego ya no vuelve a surgir la oportunidad.

Más información aquí. Pero que a nadie se le ocurra leer las sinopsis, que están llenas de spoilers.

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10 marzo, 2007

J. Tobias Anderson y las contradicciones.

J. Tobias Anderson es un vídeo artista sueco que ha reducido Con la muerte en los talones a sólo 879 dibujos. El resultado es intrigante: los 879 dibujos se suceden tan rápido que tienes que reconstruir la historia en tu cabecita. ¿A partir de qué? Ahí está la gracia: al final uno no distingue entre lo que ha visto de verdad y lo que recordaba de la película original. Me habría encantado colgar el vídeo, pero al bueno de Tobías no debe de gustarle mucho compartir. Lo cual, tratándose de un artista que vampiriza a Hitchcock sin pudor, me parece contradictorio. He buscado por toda la red sin encontrar una sola película suya disponible. La pregunta, claro, es inevitable: ¿tiene sentido hacer vídeo-arte pop y no colgarlo en la red?



La obra de J. Tobias Anderson y de otros artistas de la animación cutre estará en la Fundación ICO de Madrid hasta el 18 de marzo.

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08 marzo, 2007

Edgar.

¿Quién recibe derechos de autor cuando decimos eso de que “Internet está lleno de posibilidades”? ¿Quién cobra por haber inventado esa frase? Espero que nadie, porque no tendría sentido: en el debate sobre Internet ya no cabe hablar de autores. Lo mejor que puedes hacer cuando te conectas es aprovecharte de la obra ajena. Entendiendo por obra todo aquello que la gente cuelga, así, en general. Desde un archivo de música hasta, por ejemplo, un vídeo como el de Edgar cayendo al río. ¿Lo habéis visto? Es una estupidez: un crío mexicano que se mete un castañazo. Lo curioso del asunto es que el vídeo se ha convertido en uno de los más buscados de youtube. Y de la noche a la mañana, Edgar es un icono: un referente pop que funciona, a su vez, como motivo de inspiración para otros. A partir de aquí las posibilidades de reinterpretación del vídeo original no sólo son infinitas, sino que resultan más y más interesantes a medida que consolidan la naturaleza icónica del pobre Edgar. Por ejemplo: acaba de hacerse un anuncio con él. ¿Hasta dónde llegará el fenómeno? Aquí os pongo tres vídeos. Vedlos y sacad vuestras propias conclusiones.

P.S. Para pensar estas cosas me ha resultado muy útil leer Referencial.

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Corea busca sus raíces












En la sala Alcalá 31, espacio de exposiciones de la Comunidad de Madrid, se puede visitar la muestra Buscando la raíz_ Historias Coreanas al Desnudo, que forma parte de la serie de acontecimientos culturales relacionados con Corea organizados con motivo de ser este el país invitado de ARCO '07. Tanto el leitmotiv (la búsqueda, por parte de la sociedad coreana actual, de sus raíces culturales) como las obras que integran la muestra provienen, a su vez, de la Bienal de Gwangju, que pugna por mostrar al mundo una Corea moderna actualizadora de sus tradiciones.


Esta línea de contenido está presente en todas las obras de la muestra, algunas veces de una forma muy obvia y otras con más frescura y originalidad. Por su frescura precisamente me han impresionado dos obras por encima de las demás: Translated vases, de Sookyung Lee, y Mobile Landscape, de Jong-ku Kim.

La primera, como su título indica, traduce el tradicional arte de la porcelana a un lenguaje más moderno, por medio de la deconstrucción (parte los jarrones en pedazos) y la reconstrucción libre (los pega de nuevo, de forma arbitraria). El resultado son unas inquietantes formas bulbosas que intuimos alguna vez debieron de ser jarrones, lo cual hace que se sienta un ataque a la estabilidad de la vida diaria (pues un jarrón es un objeto de uso común), que es subvertida y transformada.
Eso hay que hacer con la tradición, nos está diciendo esta artista: no olvidarla, pero tampoco seguirla a pie juntillas. ¿O bien nos dice, por el contrario, que la cultura del pasado está hecha añicos, y que los que intentan continuarla deforman la realidad?

La segunda obra consiste en unas pequeñas cámaras que están continuamente proyectando la imagen de unas lonas blancas que hay en el suelo, sobre las que se han dibujado diferentes formas con negrísimo polvo de acero. ¿Qué tiene eso de especial?, os preguntaréis. Pues bien, ese polvo de acero lo ha depositado previamente el artista, que, en una auténtica performance, ha escrito con el polvo, en un precioso ejercicio de caligrafía oriental. La sorpresa final es que, las cámaras, al descansar sobre el propio suelo, captan los diferentes montoncitos de polvo negro sin profundidad espacial entre ellos, de forma que lo que en la lona son letras chinas, en la imagen se transforma en montañas al más puro estilo de paisaje de ukiyo-e.
Así pues lo tenemos todo: la tradición, representada por la caligrafía (que para los orientales es un arte venerable) y el típico paisaje orientalista; y la modernidad, que reside en la utilización de acero y vídeo, y en el hecho de que la obra se plantea en el fondo como una performance (recordad, el arte procesual).
Chulísimo.

Buscando la raíz_ Historias Coreanas al Desnudo, en la Sala Alcalá 31, hasta el ¡18 de marzo!

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07 marzo, 2007

Arte y publicidad.

Hace cosa de un mes iba a trabajar y me quedé flipado con una valla publicitaria. En lugar de anunciar coches o rebajas, la valla anunciaba arte. Ni más ni menos que la nueva exposición del Prado sobre Tintoretto. Inmediatamente me quedé fascinado por la idea de combinar publicidad a gran escala y pintura del siglo XVI. ¿Puede un cuadro de hace cuatrocientos años ajustarse a los parámetros y el lenguaje de la publicidad actual? Dos días después me llevé la cámara y traté de hacer alguna foto. Descubrí que se podía establecer un diálogo entre la mujer del cuadro y la del anuncio de Bacardi. Era una de las muchas posibilidades, quizás la más divertida. No sé si esta fotografía consigue el efecto, pero aun así, el asunto del contraste entre los dos lenguajes da para un interesante debate. Para verla más grande hay que pinchar aquí.

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06 marzo, 2007

300.

Este mes se estrena 300, la adaptación del tebeo más importante que Frank Miller haya publicado jamás. Para los que no están enterados, Frank Miller es uno de los gurús del cómic, autor del maravilloso Sin City y del sobrevalorado Batman: el retorno del señor de la noche. Si 300 es su obra más importante no es porque lo diga yo ni porque sea la mejor, sino porque el tío lleva pensándosela desde que era un crío. Y no sólo eso: también lo es porque cuando por fin se decidió a dibujarla, Miller hizo que su propia mujer la colorease, y exigió a la editorial que la publicase en un formato apaisado; incómodo y anti-comercial, pero también bonito. En Internet ya hay un montón de frikis que se frotan las manos con el inminente estreno. Muchos de ellos son tan simples que babean comparando los fotogramas con las viñetas originales, como si la película fuese mejor por parecerse más a los dibujos. Otros, más escépticos, están acojonados por si les joden otro mito. Y hay un tercer grupo, el más amplio, que no ha leído el tebeo y no sabe nada de esta historia. Pues bien, para ésos estoy yo aquí: para contarles por qué deberían echarle un ojo.

Cuando lees 300 la primera vez tienes la sensación de que te han tomado el pelo. El tebeo tan sólo describe una estúpida machada de los espartanos en las Guerras Médicas, las guerras entre persas y griegos. El jefe Leónidas y otros 299 fanáticos se enfrentaron solitos y por sus cojones al ejército más poderoso del mundo. Si eso no resulta simple ya de por sí, Miller reduce los valores de la sociedad espartana a un binomio pre-fascista: el culto a la guerra y el culto a la raza perfecta. ¿Cuál es, entonces, el mérito del tebeo? Precisamente eso que ya he contado: la simplicidad de todo el asunto. Después de una vida entera dándole al seso para adaptar la historia, Miller llegó a la conclusión de que lo más ambicioso era apostar por la sencillez. Y ganó. 300 es un tebeo enorme porque sólo cuenta una anécdota, porque los personajes piensan en monosílabos, porque un solo dibujo puede ocupar toda una página y porque apela a un único motivo para morir: cojones, cojones, cojones. No hay que pedirle más porque si lo haces te enfadas. Simplemente hay que disfrutarlo. Y luego, si tienes palomitas a mano, te vas a ver la peli.

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Peter Witte y Madrid

El Museo Municipal de Madrid, cuya visita recomiendo encarecidamente (y los aburridos funcionarios que allí trabajan seguro que también, con tal de ver a algún alma por las vacías salas), muestra estos días parte de las 101 obras que el fotógrafo alemán Peter Witte ha donado a la institución.

En esos retratos de Madrid, hechos entre 1965 y 1990, podemos vernos a través de los ojos de un extranjero. Esa mirada detectaba, por una parte, el pintoresquismo superficial de lo castizo (señoras de luto, corridas de toros y peinetas), pero también penetraba en el interior de la sociedad. Por ejemplo, en esa foto de la joven pareja que, elegantísima, se pavonea por la Gran Vía, él dejándose admirar, ella totalmente anulada, o en esa otra de la familia que pasea por el Retiro, la madre y los hijos casi como un séquito del orgulloso padre, está latente la extrañeza que le causaría al alemán el arraigado paternalismo de la sociedad española. Asimismo, al captar la reunión multitudinaria de los asistentes a un discurso de Franco, o de las mujeres de negro haciendo cola para llevarle claveles al difunto caudillo, no hay un afán meramente documental del momento histórico, sino de reproducir, captar las sensaciones que todo aquello le producía al artista. En ese sentido, podríamos decir que en las instantáneas de Witte hay dos protagonistas: aquello que retrata (la ciudad y sus habitantes) y él mismo, casi más presente que los anteriores, a través de su forma de mirar.

¿Está esa dualidad en el fondo presente en toda creación artística? Es curioso; yo nunca antes había notado tanta presencia del fotógrafo en una instantánea, e igualmente pienso que no en toda obra de arte se encuentra el autor contenido, sino que la mayoría de las veces la obra se sostiene por sí sola.

En cualquier caso, la fotografía, así concebida, adquiere un fuerte componente mágico, pues al congelar la mirada del artista está en cierto modo cristalizando la persona, la esencia de éste. La foto, entonces, es “el alma” del fotógrafo, si es que tal cosa existe.
Siendo un poco atrevida, y sin ánimo de ofender a fundamentalistas de ningún tipo, me atrevería a sugerir un paralelismo entre la fotografía y la eucaristía, entre el fotógrafo y ¿Cristo? , pues igual que algunos, al tomar la hostia sagrada, se comen su cuerpo, yo el otro día me tragué por los ojos el alma de Peter Witte. Y, la verdad, me supo riquísima.

Peter Witte, Fotografías de Madrid 1965-1990, en el Museo Municipal de Madrid, hasta finales de abril

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05 marzo, 2007

La vida de los otros.

Berlín es la ciudad más metafórica del mundo. ¿Por qué? Muy sencillo: porque todas las personas tienen, como mínimo, dos personalidades. O lo que es lo mismo: dos mitades separadas por un muro. A partir de este razonamiento tan simple, cualquiera puede ser Berlín. ¿Un ejemplo? Florian Henckel-Donnersmarck, el director de La vida de los otros. Su película es profundamente berlinesa porque cuenta el drama de gente dividida, de personas que se debaten entre lo que son y lo que realmente quisieran ser. Por supuesto, no seré yo quien diga cuáles son estas dos mitades de los personajes. Ni falta que hace. Si alguien quiere saberlo, que vaya a ver la película. Yo sólo voy a señalar que este conflicto es, en el fondo, la madre de todos los conflictos. Y que precisamente por eso, La vida de los otros trasciende el ámbito berlinés (geográfico, que no metafórico) para convertirse en un melodrama universal. Y si alguien no está de acuerdo conmigo, más que discutir, que vaya al psicólogo. No es bueno ser monolítico.

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Mis problemas con la felicidad.

Siempre he sentido una lástima injusta por los que tienen problemas gordos. Injusta, digo, porque de tanto como les compadezco acabo por negarles toda opción a la felicidad. Veo a un ciego y digo: “pobre”. Y si el ciego está contento, digo: “doblemente pobre”. Es como si sintiese que su alegría jamás podrá ser completa, que es una alegría trágica. He encontrado un vídeo que ilustra este problema mío con la felicidad, y quiero colgarlo aquí, en Mitte. ¿Tienen estos viejos motivos para cachondearse? Aunque suene a tópico, cuando lo veo no sé si reírme con ellos o ponerme a llorar.

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02 marzo, 2007

Carsten Höller y la Tate Modern

Este fin de semana hemos visitado Londres y, entre otras muchas impresiones, me traigo grabada en la mente la impresionante imagen de unos relucientes toboganes metálicos surcando el vasto espacio de la gran “sala de la turbina” de la Tate Modern. Son una parte del proyecto Unilever Series, del artista alemán Carsten Höller.

En un principio me llamaron la atención no como obra de arte en sí, sino porque se fundían perfectamente con el museo. Primero, espacialmente, ya que sus retorcidas formas metálicas encajan en la estética fabril de este antiguo generador de electricidad. Pero también encajan con el carácter dinámico e interactivo de este museo, en el que tan importantes como las obras de arte en sí son los visitantes. De la misma forma, los toboganes son objetos concebidos en sí mismos para interaccionar con las personas. Un tobogán implica potencial utilización por parte de un ser humano; es un contenedor que no tendría sentido sin la función de contener a una persona deslizándose por su interior. Eso mismo define la noción moderna del museo, que ya no es mero contenedor inanimado de obras de arte, sino que se ha convertido en un espacio dinámico cuya razón de ser es favorecer la relación de las personas con el arte. Los museos, como los toboganes, son concebidos para “tragarse” a las personas, sin las cuales no tienen razón de ser.

Cuando consideré estos deslizadores como obra de arte en sí, inmediatamente me di cuenta de que su significación trascendía mi primer análisis: no sólo simbolizan el carácter del museo moderno, sino que representan, a mi parecer, tres de las tendencias que más han marcado la evolución del arte del s. XX: la desmaterialización, la democratización, y la equiparación de arte y vida.

1. La desmaterialización: en la evolución del arte contemporáneo podemos diferenciar diferentes “revoluciones”. Si la primera revolución fue la del contenido, que ya desde el s.XVIII liberó al arte de la representación de temas religiosos y mitológicos, para ir progresivamente abriendo su horizonte iconográfico y formal, a la siguiente podríamos llamarla revolución del continente, pues reivindicó la utilización de materiales teóricamente ajenos al arte, como los recortes de periódicos en los collages cubistas. Esta conquista de la libertad del artista siguió avanzando, hasta independizar al arte del objeto artístico en sí. En efecto, con los ready mades dadaístas o los objets trouvés surrealistas se pasa del “arte objetual” al “procesual”; ya no hay objetos artísticos sino procesos, cuyo resultado final es mero residuo. Se advierte, por tanto, una desmaterialización clara del hecho artístico, pues cada vez es menos importante la parte material de éste. La última revolución en este sentido sería la que marca el paso del “arte procesual” (en el que el artista, genio privilegiado, lleva a cabo una acción de la que queda un residuo) al que podríamos llamar “arte operativo”. Aquí ya no hay objeto artístico, ni siquiera residual, sino un medio pensado para ser accionado por los espectadores. Así, el artista ya no tiene tanto protagonismo, y son los espectadores, o más bien utilizadores, los que llevan a cabo la acción.
Los toboganes de Höller son la culminación de este proceso de desmaterialización: Los tubos no constituyen la obra de arte en sí, a modo de escultura-arquitectura. Es la propia acción de deslizarse y las sensaciones que ésta provoca en el que se desliza y en el observador lo que el artista considera hecho artístico.

2. La democratización: Esta es otra de las tendencias que ha marcado al arte moderno. La clientela del arte, en un principio la Iglesia y el Estado, empieza a diversificarse en el s. XVIII, cuando los artistas trabajan también para la élite social de la burguesía. En el mundo contemporáneo cada vez se amplía más el espectro de receptores del arte, hasta llegar al momento actual, en el que la contemplación de arte está al alcance de todos los bolsillos, en tantísimos museos públicos y diversas instituciones. No obstante, a pesar de haber eliminado los obstáculos económicos sigue siendo difícil para el arte el alcanzar a las masas. En efecto, una crítica que se le ha achacado siempre a la vanguardia es la no conexión con el público, el ser supuestamente críptica y sólo comprensible por unas elites, si ya no económicas, intelectuales. Este último obstáculo para la democratización del arte es salvado por obras como los toboganes de Höller.
El “arte operativo” es concebido en sí para ser operado, accionado por el público. Por tanto, sólo tiene sentido cuando es completado con éste, aboliendo así el abismo entre el artista y el espectador. Además, se consigue evitar el problema que presentan las performances y otras manifestaciones de “arte procesual”, en el que tan sólo hay un momento privilegiado, reservado, por tanto, para unos pocos testigos que están presentes en el momento preciso. Las obras de arte operativo se repiten tantas veces como sean accionadas, y cada espectador tiene su momento privilegiado. Es la democratización total.
En efecto, casi todas las obras de Höller, una vez que hubo abandonado su carrera de científico por la de artista, se han basado en la interacción con el público. Desde su serie Killing Children (1992), diferentes formas de matar a un niño, de las que Triciclo sería un ejemplo de uso poco recomendable, pues estaba manipulado de forma que el pedaleo le hiciera explotar; pasando por su Pealove Room (1993), que consistía en una sala donde se inhalaba una sustancia que desencadenaba las reacciones físicas de la excitación sexual, las cuales se podían saciar en la intimidad de otra sala, colgados los amantes de unos tirantes que los suspendían en el aire; a los toboganes de Unilever Series (2006) o su todavía en proceso Amusement Park, un parque de atracciones carnavalesco que instalará en la galería MASS MoCa de Massachussets.
Todas estas obras juegan con la experiencia sensorial del espectador, al que se le quieren proporcionar, en la mayoría de los casos, momentos de placer y felicidad. Esto tiene relación con la siguiente tendencia que he encontrado contenida en las rampas de Höller:

3. La equiparación de arte y vida: Una de las prioridades de los artistas de vanguardia fue siempre la de evitar la separación fatal que a finales del s. XIX se había creado entre el arte (entendido como artificio) y la vida. Para atarse a la vida, los artistas se volcaron en la representación de temas y ambientes cotidianos (como los bodegones-mesas de café cubistas), o en la inclusión de los mecanismos mentales del ser humano en el arte (pensemos, por ejemplo, en la presencia del psicoanálisis en el surrealismo) o de los medios de comunicación (como hace el pop art).
Höller, que de hecho abandonó el mundo de la ciencia por considerar que la especialización y los protocolos de investigación esterilizaban demasiado la vida, representa la culminación de este proceso, epitomizado en sus toboganes. Es muy gráfica la imagen del tubo de metal envolviendo al que se desliza por él: durante el tiempo que dura la acción, esa persona forma parte de la obra de arte, se funde en cierta forma con ésta. Además, si tenemos en cuenta que la acción de deslizarse se toma unos minutos de la vida del espectador, vemos que esa fusión de arte y vida es total.

En efecto, para Höller los toboganes son importantes porque “pueden cambiar nuestra percepción del espacio y el tiempo. (…) las cosas que están organizadas de una forma concreta pueden cambiar inesperadamente y ser experimentadas de otro modo”. Así pues, un tobogán no sólo necesita de un pedacito de nuestra vida para tener sentido, sino que puede cambiar el sentido de nuestra vida, introduciendo en ella una revisión de nuestros principios y quizá un punto de locura muy sano. Eso es quizá lo que quiere conseguir con el punto final de su proyecto Unilever Series, un conjunto de toboganes para la Villa Olímpica de Londres 2012 que deben integrarse totalmente en la vida diaria de las personas e incluso servir como medio de transporte (¡nada contaminante, por cierto!). Ese ansia suya de deslizar la vida alcanza incluso a los políticos, pues también ha proyectado la construcción de toboganes en el Parlamento, a través de los cuales los parlamentarios podrían, tras un divertido viaje ingrávido, aterrizar directamente en sus escaños, y tal vez con ideas más inspiradas y aireadas.


Carsten Höller; the Unilever Series. Hasta el 9 abril 2007 en la Tate Modern de Londres.

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