16 noviembre, 2006

Tanizaki. El elogio de la sombra.

Tengo una amiga que está bastante colgada con la cultura oriental. El otro día cenamos en su casa y nos prestó un curioso librito: Elogio de la sombra, de Junichiro Tanizaki. Por supuesto, yo no tenía la más remota idea de quién era Tanizaki, pero me llamó mucho la atención lo bien editado que estaba el libro. Apenas tiene cien páginas, no es más grande que una postal y –­­­además- tiene una cubierta suave que me gusta mucho tocar. Soy un lector tonto e influenciable, y cosas como ésas pueden hacer que me sienta atraído por un título.

En esencia, Elogio de la sombra es un canto de alabanza al Lado Oscuro. Tanizaki reflexiona sobre la identidad cultural de Japón a partir de una circunstancia bien simple: el gusto nipón por las tinieblas. Y lo hace muy bien. El suyo es un país donde parece que a nadie le apetece que nazca el sol; un lugar donde la penumbra no resulta inquietante ni siniestra, sino sosegada. Según parece, a los japoneses les ha chiflado siempre la falta de luz. En la viscosidad de las habitaciones negras puede ocurrir de todo, nos cuenta, pero sólo cosas hermosas. O lo que es lo mismo: de noche todos los gatos son pardos, o guapos, o como tú quieras que sean.

A mí lo que más me ha impresionado ha sido descubrir una concepción de la belleza tan diferente a la nuestra, basada en algo tan tonto como la luz. Estúpido e ignorante, pensaba que a todo el mundo le gustaba un día radiante. Pero parece ser que no. Tanizaki se toma su tiempo para describir mil momentos del día en que resulta más tentador cerrar los ojos. Es memorable, por ejemplo, su descripción de la sopa: “desde que destapas un cuenco de laca hasta que te lo llevas a la boca, experimentas el placer de contemplar en sus profundidades oscuras un líquido cuyo color apenas se distingue del color del continente, y que se estanca, silencioso, en el fondo. […] No resulta muy exagerado afirmar que es un placer de naturaleza mística, con un ligero saborcillo zen.” Esta espiritualidad de lo negro salpica todos los aspectos de la vida cotidiana, desde la ropa tradicional hasta los pronunciados tejados, pasando por la sonrisa de las mujeres, que se la teñían de oscuro para estar más guapas. Es el atractivo de la sugerencia frente a la evidencia: “nosotros los orientales creamos belleza haciendo nacer sombras en lugares que en sí mismos son insignificantes”. Toma ya.

Mañana, qué duda cabe, me vestiré de negro.


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02 noviembre, 2006

Un fantasma en Cuenca.

El día de Todos los Santos, como manda la tradición, yo vi un fantasma. Estaba en Cuenca y no tenía cara, sólo voz. Una voz gitana, flamenca, que se descolgaba en el silencio fúnebre de los callejones. Todos los vivos se habían ido a poner flores a los muertos -sin verlos-. Y yo, que ni siquiera me acerqué al cementerio, saqué la foto de uno. Qué país más interesante, Dios.

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