28 septiembre, 2011

El arte y el mundo real (II). La revolución artística de La Muela

Que La Muela era un lugar pop es algo que descubrimos cuando mi admirado Jordi Bernadó inmortalizó sus campos de girasoles. Pero la aproximación al arte que este pueblo propone va mucho más allá, es mucho más sugerente. En una de las rotondas del polígono industrial, justo enfrente del Mercadona, el Ayuntamiento ha colocado tres esculturas de caballos encabritados. Y, contra todo pronóstico, las ha comprado en una tienda de paisajismo. ¿Cutre? No, radicalmente moderno. Las implicaciones de esta operación son tan fascinantes que merecen ser analizadas con cuidado. Para empezar, el ayuntamiento ha invertido los mecanismos tradicionales del kitch: en lugar de banalizar una obra de arte -como suelen hacer los cursis- ha elevado a la categoría de obra de arte lo que antes era banal. Es decir: sólo por estar en un no-lugar privilegiado como la rotonda, esos caballos rampantes dejan de ser escultura de jardin y se convierten en piezas únicas. Pero es que, además, se ha democratizado el concepto de obra como no ocurría desde que Warhol pintó sus latas de Campbell. Al legitimar artísticamente una institución las esculturas seriadas de la tienda de interiorismo, cualquiera que las compre ahora (yo mismo, por ejemplo) se convertirá automáticamente en coleccionista. ¡Tiembla, ARCO, que viene La Muela a robarte clientes!


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10 septiembre, 2011

El arte y el mundo real (I). Dios en el Prado.

La única vez que he intentado escribir una novela, allá por los noventa, me salió una delirante historia sobre curas alienígenas. La base del argumento era que todos los miembros de la iglesia son extraterrestres infiltrados entre los humanos para destruir la Tierra. Me quedó tan mal que ni siquiera entonces, cuando era un anticlerical devoto de Baroja, la compartí con nadie. Pero hoy, al visitar el Prado, he vuelto a pensar en ella. Resulta que nuestra principal pinacoteca decidió celebrar la visita del Papa ofreciendo un recorrido católico por su colección. Desde la Anunciación de Fra Angelico hasta la Resurrección de El Greco, las obras maestras del museo vuelven a convertirse en aquello para lo que fueron concebidas hace siglos: una herramienta de catequesis. El Prado, además, no se ha tomado la molestia de reunir los cuadros en una única sala, sino que los ha dejado donde suelen mostrarse. Todo está igual que siempre, pero al mismo tiempo todo es diferente. Como ocurría en mi novela, de pronto descubrimos que esas obras de arte con las que nos hemos acostumbrado a convivir son en realidad elementos infiltrados en el museo. El mensaje está claro: Dios está en todas partes, hasta donde no se le esperaba. Ni siquiera una institución como el Prado es impermeable a su presencia. Para ilustrar esta cruda realidad, yo he escogido una escena pintada por Rubens y Jan Wildens que no figura en el recorrido temático pero que es bastante elocuente: el momento en que Rodolfo I de Habsburgo se baja de su caballo para cedérselo a un cura que porta la Eucaristía. El poder divino sobre el poder terrenal. El cuadro se pintó en 1625, pero si cambiamos a Rodolfo por Miguel Zugaza, pasa a ser de una actualidad casi caricaturesca.


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