10 septiembre, 2011

El arte y el mundo real (I). Dios en el Prado.

La única vez que he intentado escribir una novela, allá por los noventa, me salió una delirante historia sobre curas alienígenas. La base del argumento era que todos los miembros de la iglesia son extraterrestres infiltrados entre los humanos para destruir la Tierra. Me quedó tan mal que ni siquiera entonces, cuando era un anticlerical devoto de Baroja, la compartí con nadie. Pero hoy, al visitar el Prado, he vuelto a pensar en ella. Resulta que nuestra principal pinacoteca decidió celebrar la visita del Papa ofreciendo un recorrido católico por su colección. Desde la Anunciación de Fra Angelico hasta la Resurrección de El Greco, las obras maestras del museo vuelven a convertirse en aquello para lo que fueron concebidas hace siglos: una herramienta de catequesis. El Prado, además, no se ha tomado la molestia de reunir los cuadros en una única sala, sino que los ha dejado donde suelen mostrarse. Todo está igual que siempre, pero al mismo tiempo todo es diferente. Como ocurría en mi novela, de pronto descubrimos que esas obras de arte con las que nos hemos acostumbrado a convivir son en realidad elementos infiltrados en el museo. El mensaje está claro: Dios está en todas partes, hasta donde no se le esperaba. Ni siquiera una institución como el Prado es impermeable a su presencia. Para ilustrar esta cruda realidad, yo he escogido una escena pintada por Rubens y Jan Wildens que no figura en el recorrido temático pero que es bastante elocuente: el momento en que Rodolfo I de Habsburgo se baja de su caballo para cedérselo a un cura que porta la Eucaristía. El poder divino sobre el poder terrenal. El cuadro se pintó en 1625, pero si cambiamos a Rodolfo por Miguel Zugaza, pasa a ser de una actualidad casi caricaturesca.


1 comentario:

Alis dijo...

La victoria del poder divino sobre el terrenal en este caso es abrumadora: he estado echando un ojo a la web de la exposición/itinerario, y en las explicaciones que dan de los cuadros no hay absolutamente nada que contextualice al pintor, el estilo o la época, nada. Las obras se presentan desprovistas de su componente terrenal, como si hubieran sido pintadas por inspiración divina.
Tantos esfuerzos para conseguir que la pintura religiosa se pudiese leer en clave historiográfica, y de un golpe nos hemos plantado de nuevo en la época del Ars Hispaniae...