28 mayo, 2007

Los vídeos de globos de Tara Bush.

La señorita del vídeo se llama Tara Bush y se gana la vida, entre otras cosas, explotando globos. Tiene una página web llena de vídeos como éste, y la gente paga dinero por verla hacerlo. Primero los hincha y luego los revienta. Y millones de personas la miran. ¿No es fascinante? ¿Dónde reside el atractivo de algo tan simple? La primera respuesta parece obvia: en el erotismo. La muchacha es rubia, tiene grandes pechos y lleva faldas cortas. De hecho, en los últimos meses ha venido añadiendo a su página fotos cada vez más provocativas. Sin embargo, intuyo que sería reduccionista quedarse con esta explicación cuando se habla de sus globos. Explotar un pedazo de goma hinchada es algo demasiado inocente como para excitar a miles de hombres. Creo que hay algo más en los vídeos de globos de Tara Bush, algún componente misterioso que, sin poder explicarlo, seduce a quien los mira. Por un lado me recuerda a Marylin Monroe en la mítica escena del vestido blanco de La tentación vive arriba. ¿Acaso no son las dos un par de chicas guapas que disfrutan haciendo algo intrascendente? A partir de aquí, podríamos discutir sobre por qué esa escena es un hito de la humanidad. Pero en lugar de eso, yo propongo una segunda hipótesis más rebuscada. Tal y yo como yo los veo, los vídeos de globos de Tara Bush son fascinantes porque escenifican lo efímero, y lo efímero tiene un enorme poder de sugestión sobre nosotros. El cerebro del hombre cae rendido ante las historias condenadas a terminarse. Y en cuanto ves un par de vídeos de globos de Tara, comprendes que eso es exactamente lo que pasa delante de la cámara.

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25 mayo, 2007

Dogma95, entre la realidad y la ficción


“¡Juro que como director me abstendré de todo gusto personal! Ya no soy un artista. Juro que me abstendré de crear una obra, porque considero que el instante es mucho más importante que la totalidad. Mi fin supremo será hacer que la verdad salga de mis personajes y del cuadro de la acción. Juro hacer esto por todos los medios posibles y al precio del buen gusto y de todo tipo de consideraciones estéticas.”

Así termina el manifiesto fundacional de Dogma 95, el movimiento de vanguardia cinematográfica que Lars von Trier creó con unos cuantos colegas de la escuela de cine danesa.
Su principal objetivo, por tanto, era rescatar lo que consideraban “la verdad del cine”, es decir; captar la realidad de la forma más pura posible, sin estar contraminada por la industria ni por el gusto estético del director. Esto les alejó de los mecanismos más efectistas del cine en favor de una economía de medios que consistió en evitar, entre otras cosas, la iluminación y las elipsis en el montaje, pero que llegó hasta la eliminación del guión y casi de la cámara, pues intentaban esconderla para que pasase inadvertida por los actores.
La consecuencia lógica de ese proceso en busca de realidad sería filmar directamente la vida real, sin los entorpecimientos que suponen un guión, unos actores, o incluso un operador de cámara. ¿Sería posible una película así? Y en el caso de que así fuera, ¿no suena eso de grabar con cámara oculta, sin guión y sin actores más a Big Brother que a cine? ¿No os apetece leer más?

Lo que ha hecho evolucionar al cine de la pura fotografía en movimiento a algo más son precisamente los recursos expresivos que evidencian una manipulación de la realidad por parte del director. Esos recursos han acabado por convertirse en los elementos más característicos del lenguaje cinematográfico: el montaje (que resume el tiempo de la acción), el guión (que puede contener recursos tan artificiales como los flash-backs o los saltos geográficos), la fotografía (que puede ser más o menos esteticista, pero siempre implicará una opción estética), etc. Conclusión: lo que hace que el cine sea cine es precisamente lo que lo diferencia de la realidad.

De eso parecen no darse cuenta los Hermanos Dogmáticos, y sí, por el contrario, Win Wenders en su maravillosa Lisbon Story. Aquí, se nos presenta a un desquiciado director que, obsesionado con la búsqueda del realismo puro en el cine, se pasa un año escondiendo cámaras en bolsos o en cubos de basura por toda la ciudad para registrar la vida de ésta. Finalmente, claro, se vuelve loco, ante la imposibilidad de su proyecto. Wenders lo tiene claro: cine y vida no son la misma cosa.
¿Y vosotros? ¿Qué opináis?

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23 mayo, 2007

Somos débiles. El ángel de Salzillo.

Somos débiles. Creemos que hemos meditado nuestros gustos, pero la realidad es que nos dejamos llevar por impulsos irracionales. A mí, por ejemplo, me sucede con este ángel. Es una escultura que lo tiene todo para horrorizarme. Y, sin embargo, me produce una intensa emoción.
En primer lugar, es la obra de un fanático. Salzillo, el tipo que la hizo, estaba tan colgado con la religión que hasta le nombraron Inspector de la Inquisición. Y no queda ahí la cosa, porque encima es una escultura hortera. Hortera, además, desde el momento mismo en que se hizo: cuando Salzillo la esculpió... ¡hacía un siglo que el barroco se había pasado de moda!
¿Entonces? ¿Por qué me gusta? Muy sencillo: porque cuando era pequeño, mi madre colgó esa misma foto en la pared de mi habitación. Y desde entonces, el Ángel de Salzillo evoca mi infancia más inocente. Crecí mirando esa cara todos los días, pensando que representaba la perfección. En Murcia hay una leyenda que dice que ni siquiera la hizo Salzillo, que fue el mismo ángel el que vino por la noche a tallarla. Y yo, por muy exigente que me haya vuelto, sé que hay algo dentro de mí que todavía se lo cree. Así que cada vez que la veo, me digo con resignación: “somos débiles”.

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21 mayo, 2007

Los Mayos de Lavapiés.

En Lavapiés sacan las flores a la calle cuando llega la primavera. Aunque muy poca gente lo sabe, el barrio todavía acoge la fiesta de los Mayos. ¿Y qué es la fiesta de los Mayos? Pues, más o menos, la celebración de que el mundo ha florecido de nuevo. Lo retorcido del asunto es que aquí no florecen las macetas, sino las mozas. Las niñas que el año pasado andaban chupando polos con las rodillas llenas de heridas, este año se han convertido en mujeres. Y la tradición impone que se las exhiba, a ver si aparece algún buen zagal que se las lleve a casa.
Para ver algunas fotos de los Mayos de este año hay que pinchar aquí, en mi fotolog. Y para descubrir la cruda realidad de la fiesta, recomiendo visitar Sindrogámico.

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18 mayo, 2007

Magritte y el Suprarrealismo

Opino que Magritte fue el más surrealista de los pintores surrealistas.
"Lo suyo se llamaba Realismo Mágico"- me dirán los entendidillos. Admito el adjetivo de “realista” porque, al fin y al cabo, su estilo lo era. Es cierto también que sus inquietantes imágenes pueden parecer simples poemas visuales que nada más buscan la sorpresa estética del espectador, con trucos visuales como el de “Esto no es una pipa”, que remiten a trucos de magia o a recursos literarios como el de la paradoja o el oxímoron.
Pero, más allá de la simple imagen poética, del juego de ideas ingenioso, Magritte buscaba un cuestionamiento total de la realidad. Es a eso a lo que me refiero cuando le llamo el mejor de los surrealistas. Pues, ¿en qué consiste el Surrealismo?

Si os intriga la pregunta tanto como a mí, seguid leyendo.

¿En qué consiste, si no es en subvertir, pervertir el orden real de las cosas? Quizá tengamos nuestro imaginario tan inundado de imágenes tipo Dalí que seamos incapaces de concebir el Surrealismo como algo diferente de la representación más o menos imaginativa y onírica de las obsesiones personales, del subconsciente. Sin embargo, el interés por las tesis freudianas era tan sólo uno de los ingredientes de cóctel surrealista, siendo mucho más importante el deseo de poner el mundo, por así decirlo, patas arriba, y de subvertir las nociones de realidad-irrealidad que manejaba la moral tradicional burguesa.
De hecho, estamos rematadamente equivocados desde el momento en que traducimos el francés Surréalisme por Surrealismo: Mientras que sur significa “encima de”, nuestro su implica todo lo contrario; “debajo de”. La traducción más lógica sería, por tanto, la de Superrealismo o Suprarrealismo, aunque debo reconocer que ninguna de las dos suena muy bien.
En este sentido, Magritte intentaba representar lo que está por encima de la realidad; al menos de esa realidad que nosotros consideramos la verdadera, y que bien podría no serlo. Por ejemplo, y leyendo su cuadro La interpretación de los sueños, ¿quién nos dice a nosotros que lo que vemos es un zapato, y no la luna (la lune); un vaso, y no una tormenta (l’orage)? Nadie, más que una serie de convenciones por todos aceptadas, que rigen algo tan abstracto como las correspondencias entre las palabras y los objetos reales. Magritte nos dice que se puede prescindir de esas convenciones, porque a fin de cuentas son algo artificial, irreal, creado por nosotros. Y eso se podría aplicar a todos nuestros valores morales, estéticos, sociales.
Él lo consigue. Se mueve en esa esfera “suprarreal”, por encima de la realidad, libre de toda atadura mental. Y eso, que pueda parecer magia borrás, es para mí el Surrealismo.

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16 mayo, 2007

Keane.

Si miras a una persona desde muy, muy cerca, al cabo de un tiempo podrás ver su mente. Pero tiene que ser muy cerca, que si no, no sirve. Hay que hacerlo como en Keane (2004), una estremecedora película sobre gente sola. El director, Lodge Kerrigan, la ha filmado sin separar la cámara más de un par de palmos de su personaje. Y juro que, a fuerza de acercarse, ha conseguido meterse dentro. Como era de esperar, una vez dentro sólo se ha encontrado fantasmas. Pero bueno, esa es otra historia. Lo importante es que ha quedado claro que se puede filmar la mente de una persona sin recurrir a las ñoñerías autocomplacientes de Michel Gondry o al burdo truco de la voz en off. En terminos estrictamente cinematográficos, ése es el gran hallazgo de Keane. Y lo demás, como ya decía, es un espeluznante viaje al corazón de la mente. ¡Protagonizado por la pequeña Miss Sunshine!

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11 mayo, 2007

¿Cuánto cuestan las fotos que cuentan?

Tengo una amiga alemana que está de Erasmus en Madrid. Mi amiga, por eso de ser alemana, tiene la rara habilidad de distinguir en nosotros, los españoles, algunas cosas que nos son propias. Me lo demostró el día que se fue a Lavapies, entró en un anticuario, se pasó dos horas rebuscando entre cachivaches y compró diez o doce fotos viejas. Cuando vi aquellas imágenes me quedé asombrado: en ellas estaba nuestra personalidad. Eran fotos anónimas de gente en la calle o de vacaciones en la playa, pero todas juntas producían el inesperado efecto de retratar a un pueblo. O, al menos, al pueblo que fuimos.
En la Comunidad de Madrid deben de tener también a alguien con la misma habilidad rara de mi amiga alemana, porque acaban de anunciar que quieren hacer un retrato igual de anónimo e igual de colectivo. Pero ellos son más listos: en lugar de pagar a los anticuarios, piden a la gente que done sus fotos. Toda la ciudad está llena de carteles apelando a la generosidad del ciudadano corriente. "Tus fotos cuentan", dicen, y te invitan a que las regales por correo o por escánder. A cambio te dan un diploma acreditativo, donde supongo que te atribuirán el honor de haber contribuído a la creación del Archivo Fotográfico de la Comunidad de Madrid (con mayúsculas). La iniciativa es, sin duda, interesante. De hecho, ya tienen una página llena de fotos chulísimas. Pero como yo me muevo en un mundo donde las imágenes no sólo cuentan, sino que también cuestan, es inevitable que me haga una pregunta: ¿no habría sido más justo que los fotógrafos se llevasen otra compensación, aparte de honor? Quizás habría bastado con que disfrazasen la iniciativa de concurso y diesen premios, ¿no? ¿O será que yo he perdido toda mi generosidad?

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09 mayo, 2007

Somos débiles.

Somos débiles. Nadie, ni siquiera el más íntegro, se libra de la debilidad. Todos tenemos pasiones estéticas que no sabemos explicar. Nos gustan películas que no deberían gustarnos; cuadros que nos hacen quedar en ridículo; discos que chirrían con nuestra personalidad. ¿Por qué será? Para averiguarlo, en mitte hemos creado esta nueva serie. De vez en cuando iremos colgando confesiones estéticas. O mejor dicho, introspecciones estéticas. En un ejercicio de profundo autoanálisis, vamos a intentar explicar por qué somos horteras. Es decir, por qué somos débiles.

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08 mayo, 2007

¿Arte sin barreras?

Cuando los métodos de reproducción técnica (fotografía, cine) invadieron el mundo del arte, provocaron graves conflicto en el panorama artístico. Por ejemplo, se vino abajo el concepto tradicional de original. La obra original, que antes tenía un aura de sacralidad, ya no tiene más valor que la copia, pues la fotografía es pura reproducción de un negativo, que además se puede copiar hasta el infinito teniendo idéntico valor todas las copias. Entonces, surge el problema: ¿qué coleccionista va a querer comprar foto, teniendo en cuenta que lo que les motiva, por encima de las preferencias estéticas, suele ser el valor económico de la obra?
Para adecuar los nuevos medios al mercado del arte, se convinieron estrategias como la de garantizar la limitación de las tiradas mediante la inutilización de los negativos, de forma que los coleccionistas pudieran ponderar el valor de sus adquisiciones, según tuvieran más o menos hermanas gemelas por el mundo. Este sistema, todos estaréis de acuerdo, en el fondo no es más que una prolongación del antiguo concepto de original, porque se da por hecho que cuanto más exclusiva y única sea una obra más valor tiene.
El arte, por tanto, conservó su aura sagrada.

Actualmente se presenta otra dura prueba para nuestra concepción del objeto artístico. Para saber cuál es, seguid leyendo.

Con la radical democratización que suponen las nuevas técnicas digitales, al alcance de casi cualquier bolsillo, y sobre todo con la gigantesca plataforma de comunicación libre que es Internet, se hace cada vez más difícil poner barreras al arte. La piratería no afecta sólo a la industria discográfica y cinematográfica, sino que uno puede, al igual que “bajarse” los discos y pelis que más le gusten, obtener reproducciones de alta calidad de sus fotógrafos o videoartistas preferidos, sin pagar un duro.
La era del coleccionismo, por tanto, parece estar llegando a su fin. Pero si los artistas no perciben dinero por la venta de su obra, ¿cómo sobrevivirán? No creo que una defensa obtusa de los derechos de autor, como hace la SGAE, sea la solución, porque ésta parte de conceptos tan anacrónicos como los que intentaban defender aquellos que temían (y todavía temen) por la desaparición de la idea de original con la fotografía.
Se me ha ocurrido una posible salida del atolladero, que creo iría más acorde con los tiempos: si los artistas publicasen toda su obra de forma libre en Internet, su público aumentaría considerablemente, de forma que automáticamente serían considerados por las empresas como posibles y atractivos portadores de su publicidad. Con los ingresos provenientes de esa publicidad, los aristas se autofinanciarían; algo así como el principio de funcionamiento de la mayoría de los portales de Internet. ¿No conseguiría así el arte abolir todas las barreras?

Si pensáis, como supongo, que esa participación de los artistas en el sistema económico capitalista que propongo es descabellada, os animo a que sugiráis otros medios. ¡Quizá demos con la solución!

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03 mayo, 2007

Haruki Murakami y las alegorías.

Cada vez estoy más convencido de que las alegorías en el arte son una cosa pasada de moda. Hace tres siglos estaban bien, pero hoy son una horterada. Y es que hace tres siglos los pintores tenían que vérselas con temas tan peliagudos como el de la Inmaculada Concepción o el misterio de la Santísima Trinidad. Con retos así, ¿cómo no iban a recurrir a las alegorías? Pero los artistas de hoy ya no tienen que complicarse tanto la vida: les basta con ser observadores, ingeniosos y un poco hábiles para contar cosas interesantes. ¿Por qué enfangarse en metáforas rebuscadas?
Aun así, todavía queda algún flipao que pretende ser moderno disfrazando la realidad de alegoría. Como, por ejemplo, Haruki Murakami. El escritor japonés me había entretenido tanto con Tokio Blues que cometí el error de leerme Kafka on the Shore. Y me encontré con una historia de gente que construye flautas con almas de gatos, tipos que provocan tormentas de peces o individuos que discuten sobre el azar, los ejes del tiempo y el sentido de la vida. Una soberana empanada mental de 584 páginas donde se sugieren muchas metáforas pero no se explica absolutamente nada. ¿Por qué es tan fácil confundir profundidad y trascendencia con aburrimiento y complejidad? Tenía que haberlo supuesto: una novela que se autoproclama kafkiana debería estar prohibida.

Para continuar la mofa de artistas ridículamente pretenciosos, recomiendo visitar Sindrogámico.

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