26 febrero, 2009

Curiosidades de una tesis. Heligoland.

Heligoland es una isla del mar báltico que en la actualidad pertenece a Alemania, aunque a lo largo de la historia ha pasado también por las manos de Dinamarca e Inglaterra, y en un futuro no muy lejano dejará de pertenecer a nadie, porque el mar al parecer se la está tragando a marchas forzadas.

Durante la II Guerra Mundial los nazis la utilizaron como base naval, y aquello se convirtió en un cementerio cuando en el 45 los aliados decidieron quitarse ese pequeño grano en el culo a base de bombazos. Desde entonces, la isla pasó a pertenecer al Imperio Británico, que la utilizó como base científica y militar. En abril de 1947, con la excusa de demoler las instalaciones militares nazis y desactivar las bombas que todavía pudieran quedar en activo, los ingleses organizaron una gigantesca explosión que aún hoy se recuerda como el British Bang.
La finalidad de aquel genial zambombazo que entró en el Libro Guinness de los Records como “la mayor explosión no nuclear de la historia”, era al parecer puramente científica: estudiar los efectos sísmicos derivados de la explosión desde las estaciones sismológicas del Norte de Europa. Sin embargo, los habitantes de la isla, que habían sido previamente evacuados, estaban convencidos de que lo que los británicos querían era borrar su isla de la faz de la tierra, y de paso quedarse con los tesoros que, se decía, escondía en sus profundidades. De hecho, algunos estudiosos habían situado en Heligoland nada menos que la legendaria Atlántida de la mitología griega. Para estar seguros de que no les robaban lo que era suyo, unos cuantos pescadores, desoyendo la prohibición de acercarse a la isla hasta que hubiera pasado el peligro, acudieron a las pocas horas del Bang en busca del tesoro.

No se sabe si lo encontraron, ni si murieron descalabrados por algún cascote, pero la leyenda de la isla Heligoland continúa. Y los arqueólogos de todo el mundo siguen buscando la Atlántida. De hecho, periódicamente celebran los “Congresos Internacionales Sobre la Atlántida”, de los que han salido los llamados “24 criterios para la localización de la Atlántida”. Pero estos criterios de búsqueda no hablan de tesoros, sino que dan informaciones mucho más precisas, como “los elefantes estaban presentes en la Atlántida”, “las rocas en la Atlántida eran de varios colores: negro, blanco, y rojo”, o el nada desdeñable dato de que “cada 5º y 6º año, sacrificaban toros”.

Que Indiana Jones nos asista. Ya, ni los mitos son lo que eran.

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23 febrero, 2009

De viajes y suecas en bikini.

Dicen que el viaje en realidad no existe. Que, vayamos adonde vayamos, nos quedamos en casa, porque siempre transportamos una pesada carga en nuestro equipaje: nuestro imaginario. Nuestros recuerdos sobre un sitio o los que otros nos han contado, las fotos de los catálogos y las guías de viaje, la literatura y el cine de tal o cual país… Quizás creamos que vamos a visitar un lugar nuevo, pero en realidad sabemos muy bien lo que nos vamos a encontrar; o al menos será eso lo que veamos. Nos vamos pero nos quedamos, porque con nosotros viaja nuestro imaginario.
Por eso se dice que no hay viajes de ida y vuelta, sino sólo de ida: exportamos con nosotros un imaginario pero nunca nos traemos otro distinto de vuelta. En el fondo, es como si no nos hubiéramos ido.
Esto, aplicado al mito del Spain is different, sol y playa, fiesta y siesta de los setenta, es la novela de Daniel Sueiro, Solo de moto. Editada por un loco de la velocidad que decidió hacer una colección de novelas sobre motos, Gas Editorial, e ilustrada por el dibujante de la movida Víctor Aparicio, Solo de Moto nos cuenta el viaje de un mecánico madrileño que un sábado de agosto al salir del curro decide coger su Ducati y bajar zumbando a Torremolinos. Está harto de la ciudad y va a ponerse las botas con las suecas en bikini, va a correrse la juerga padre y a ser el moreno ardiente que le han dicho que es. Por fin, tras kilómetros y kilómetros de sudar, maldecir y tragar polvo en la N-IV, nuestro macho-man llega a la meta. Pero ya es domingo. Está atardeciendo, y tiene que volverse pitando a Madrid para fichar en el curro, puntual, el lunes. Así que maldice de nuevo, y se promete que la próxima vez.
Se va sin haber visto ni una sueca. Pero no duda que están ahí.
Los viajes, como decía, son sólo de ida, y en realidad es como si nos hubiéramos quedado en casa.

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