25 marzo, 2009

Curiosidades de una tesis. La cabeza de Goya

Goya murió en su exilio de Burdeos el 15 de abril de 1828. En 1880 se trasladó su cadáver a Madrid, al cementerio de San Isidro. Cuando ocho años después nuevamente se le quiso cambiar de sitio para darle una sepultura más honorífica, su cadáver apareció descabezado. En algún momento, durante esos vaivenes de exhumaciones y traslados, su cabeza había desaparecido. Con la rapidez de gestación que caracteriza a los bulos y los mitos, enseguida surgió la leyenda: antes de morir el pintor había expresado su deseo de que su cabeza “descansara junto al pie de la Duquesa de Alba”. De esta forma, la desaparición no era más que la consumación de su último deseo en vida, y si hoy abriésemos la tumba de Cayetana, probablemente encontraríamos la cabeza del pintor junto a sus pies.
Brrrr… Se me pone la piel de gallina de pensar en esa cabeza viajando solita por el mundo, en busca del cadáver de la amada.

Pero todo este tema de la decapitación de Goya me hace pensar en ese otro momento en que el pobrecito pintor de Fuendetodos se vio brutalmente descabezado: cuando su obra fue manipulada, reinterpretada, vuelta del revés y, sobre todo, políticamente neutralizada, por el Régimen franquista.
Allá por los rancios cuarentas y cincuentas, los ideólogos culturales del Régimen se encontraban en un atolladero. Franco, necesitado de divisas extranjeras que le sacaran de la crisis económica, quería regenerar su imagen de cara a la comunidad internacional. Una modernización cultural sin precedentes sería la mejor presentación en sociedad. De repente, era necesario insuflar aires nuevos a un panorama artístico que llevaba décadas monopolizado por el academicismo más anquilosado. Goya traería la solución al problema: sólo había que olvidarse de todos los Zurbaranes y Velázquez que habían simbolizado la recuperación de nuestra gloriosa historia imperial, y buscar referentes más modernos. Así pues, Goya empezó a estar en boca de todos los jerifaltes de las instituciones culturales franquistas, que invocaban en cada discurso el nombre del “Padre de la Modernidad” y lo relacionaban automáticamente con Picasso, Tàpies, Saura, o cualquier otro artista moderno. De este modo, unían todo el arte de vanguardia con la tradición más española, y legitimaban cualquier conato de vanguardismo que, por la vía de lo propio y de la tradición, quedaba debidamente neutralizado y listo para ser apropiado por el discurso franquista.

Pobre Goya. El autor de los Desastres de la guerra, desprovisto de todo contenido político; brutalmente descabezado. Y pobrecitos nosotros, que nos tragamos el anzuelo, y aún hoy seguimos empeñados en ver señas de españolismo y de tradición en todos nuestros artistas modernos.

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13 marzo, 2009

Los mejores pintores de la historia

Siempre he pensado que nuestras obras las tienen que juzgar los demás. Cuando en el cole se hacía la típica dinámica de grupo en la que tenías que escribir en un papel cómo te definías como persona, para que los demás adivinasen quién era la persona descrita en cada papel, me atacaba un extremo pudor que no me dejaba encontrar ninguna cualidad, ni buena ni mala, que decir sobre mí. En cuanto a las descripciones que los demás escribían en sus papeles, la verdad es que nunca solían cuadrar con la idea que de ellos tenían sus compañeros, lo cual demuestra que no somos nosotros, sino los demás, los que tienen que juzgarnos.
Algo parecido ocurre con los artistas. Algunos dan valoraciones de su propia obra y se juzgan a sí mismos, por cierto, con mucha manga ancha. Bueno, pues esos juicios, por lo general, se alejan bastante de la fortuna crítica que han tenido posteriormente. Algunos llegan a declararse, sin más rodeos, “los mejores artistas de la historia”, pero esa misma historia no tarda en ponerlos en su sitio. Así, a bote pronto, se me ocurren tres ejemplos:

1. Rousseau, “el aduanero”. Este hombre, autodidacta total que empezó a pintar ya bastante mayor, se consideraba un genio. Sus contemporáneos, que se daban cuenta de que no pintaba con ese estilo naif porque fuera así de moderno sino porque no sabía hacerlo mejor, le encontraban gracia al asunto, y Picasso llegó a invitar a toda la plana mayor de la bohemia parisina a un gran banquete en honor de “Henri Rousseau, el mejor de todos nosotros”. Al parecer, el pobre hombre, que en su locura se creía realmente el mejor pintor de la historia, no pilló el chiste.

2. Luego está el caso de Giorgio de Chirico. Para el inventor de la pintura metafísica, los locos eran quienes no se dieran cuenta de que él, y sólo él, era el mejor. Los demás artistas de vanguardia no eran más que “pseudopintores envidiosos”, y sus obras, “costras modernas”. Y quien le llevara la contraria, no sólo estaba loco, sino que era algo mucho peor: “un intelectual”. Todo ese odio se lo provocaría probablemente el insoportable de Breton, por haber puesto de moda sus cuadros metafísicos de juventud en un momento en que a él, viejo, cansado y aburrido, se le habían acabado las visiones metafísico-surrealistas y ya no le salía pintar así.

3. En cuanto a Dalí, su estrategia fue la de hacerse el loco, para que así todos creyésemos que era un genio. Yo no sé si él realmente se creía el mejor pintor de la historia, y también dudo que estuviera loco de verdad. Pero el hecho es que la cosa le salió bien. Aunque poco le duró, porque al final de su vida todo el mundo se había dado cuenta ya de que ese señor grotesco de los bigotes imposibles era un fantoche y de que, además, no era nadie sin Gala.

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