30 noviembre, 2010

No somos nadie (XXI). Willi Dorner y el elogio del camuflaje.

Nunca he tenido claro si se dice "pasar inadvertido" o "pasar desapercibido". Sea como sea, en los dos casos se trata de una forma de no ser nadie. Una discreta afición que yo mismo practico (soy tímido, demasiado tímido) y que celebro en la obra de Willi Dorner. Este coreógrafo ha convertido el baile en una suerte de camuflaje urbano. Cuando llega a una ciudad, lanza una convocatoria para reunir voluntarios, los selecciona, los viste de colores, les tapa la cara con una capucha y los esconde por ahí. Justo lo contrario que Spencer Tunick, ése fotógrafo tan mediático que llena las plazas de gente en pelotas y sale en los titulares de todos los telediarios. Frente al nudismo facilón de Tunick, Willi Dorner practica una filosofía estética basada en la desaparición del cuerpo y su absorción por el entorno. De lo que se trata es de establecer un diálogo inesperado con los edificios y los sitios, con las papeleras, las paradas de autobús o los árboles de los parques. La vieja idea del cuerpo humano como medida de las cosas, pero aplicada tan a rajatabla que te da dolor de espalda. Para que quede constancia de las proezas imposibles de estos bailarines voluntarios, Willi Dorner cuenta con la ayuda de Lisa Rastl, una fotógrafa. Sus imágenes están en la página de Dorner, pero yo he subido un vídeo donde aparecen bastantes.

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18 noviembre, 2010

No somos nadie (XX). El jesuita que se adelantó a Banksy.

Una vez, el señor de la foto dijo que era Mark Landis. Otra, Steven Gardiner. Otra, Arthur Scott. Pero en realidad no es ninguno de los tres. El señor de la foto no es nadie. O sí: es un falsificador que se dedica a ir de museo en museo disfrazado de jesuita, regalando cuadros falsos en nombre de Dios. Llega con cara de santo, cuenta que se le ha muerto la madre, que quiere desprenderse de algunos recuerdos, y deja una acuarela de Degas sin pedir nada a cambio. Por supuesto, los responsables de los museos babean. Pero hace un par de meses, cuando el padre Arthur Scott colocó la última de sus falsificaciones en Louisiana, alguien se dio cuenta de que aquello era sospechoso. Miraron un par de donaciones anteriores, intercambiaron mails con colegas de otras instituciones y descubrieron lo que, en el fondo, debió de hacerles muy poca gracia: que el jesuita de marras lleva ¡20 años! tomando el pelo a museos de todo Estados Unidos. ¡Y nadie se había enterado! La historia me gusta por tres motivos. Primero, porque un tipo que se disfraza de cura siempre me caerá bien. Segundo, porque demuestra que en el mundo del gamberrismo artístico había vida mucho antes de que llegase Banksy. Y tercero, porque en el museo donde se ha destapado el pastel ya están preparando una exposición con las falsificaciones detectadas. Se titulará "¡Dime que no es falso!" y, por lo que he leído, tienen pensado invitar al misterioso padre Arthur Scott a la inauguración. Ojalá vaya: la ironía de que un jesuita falso participe en un evento que desacraliza la obra de arte original me parece sencillamente genial, digna del mejor Buñuel.

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16 noviembre, 2010

No somos nadie (XIX). Los egipcios y el Primavera Sound.

Los egipcios, esos señores que inspiraban canciones de las Bangles, fueron uno de los primeros pueblos en darse cuenta de que con el tiempo es fácil acabar no siendo nadie. Y para solucionarlo se inventaron la ceremonia del jubileo. Básicamente, la idea del jubileo egipcio era convencer a los súbditos de que los años no habían hecho mella en el carácter providencial y mesiánico del faraón, que seguía siendo el mismo visionario de sus años mozos. Una viagra para el prestigio, vamos. De entre todos los trucos de maquillaje que formaban parte de esta operación, el más simbólico era el enterramiento de la estatua envejecida del faraón, con lo que negaban la decrepitud y disimulaban el ocaso del talento que una vez despertó la admiración del respetable. Forever young, como en la canción de Alphaville. Pienso en todo esto cuando mis amigos musiqueros me mandan el programa del Primavera Sound 2011 y veo que uno de los principales reclamos de la juerga es ver a viejas glorias reinterpretando los discos de hace veinte años. Hoy son Mercury Rev tocando Deserter's Songs, o John Cale tocando Paris 1919, pero el año pasado fueron Low con The great destroyer o los Charlatans con Some friendly. Y la cosa sigue fuera del festival. En los últimos años hemos visto cómo The Cure llevaban al directo el repertorio exacto de su Disintegration de 1989 y cómo Lou Reed hacía lo mismo con su Berlin de 1973. Habrá quien quiera ver en esto una reivindicación del concepto "album" frente a la dictadura del mp3, pero yo no puedo dejar de pensar que todo es un jubileo para que no se noten las arrugas mentales. Porque cuando Lou Reed apareció en Glastonbury este verano para cantar con Gorillaz, la mayoría de los muchachotes que allí estaban pensó que se trataba de Fabio Capello.

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14 noviembre, 2010

No somos nadie (XVIII). Being a dickhead (o ser fauna mongola) is cool.

Lo confieso: no sé lo que pienso sobre los modernos. Por una parte quiero ser uno de ellos, comprimir mis testículos con vaqueros de pitillo, usar pajarita, tener bigote y sacar partido a las camisas de señora que venden en las tiendas de segunda mano. Pero reconozco que me falta imaginación y me sobra sentido del ridículo. Este verano, en nuestras excursiones por los mercadillos de Londres, miraba a los hipsters del East Side y siempre me asombraba lo cerca que la moda está del esperpento. Aunque desde adolescente sospecho que si no molas no eres nadie, los moderniquis también me despiertan terror y risa. Por eso no tengo una opinión clara sobre ellos. Y por eso me identifico tanto con Fauna Mongola, el imprescindible catálogo de bichos raros madrileños publicado a golpe de caricatura. Pero como esta noche me apetecía rendir un homenaje a Londres, he optado por colgar un vídeo sobre los dickheads de Shoreditch. Misma idea, misma burla, misma fascinación. El temazo en cuestión lo canta un dúo que se llama The Grand Spectacular, y me juego el cuello a que ellos mismos son unos molones como los que critican. Pero el toque cutrón del grafismo y el juego con las fotografías me ha parecido irresistiblemente gamberro.

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09 noviembre, 2010

No somos nadie (XVII). Los cojones bien puestos de Santiago Sierra.

El jueves pasado, 4 de noviembre, el Ministerio de Cultura anunció que concedía el Premio Nacional de Artes Plásticas a Santiago Sierra. El viernes, sólo 24 horas más tarde, Santiago Sierra decía tururú. No lo quería. Ni quería el prestigio, ni quería los 30.000 pavos. Pero sobre todo no quería vender su arte a los poderosos. Más bien todo lo contrario: Santiago Sierra es un señor que se levanta todos los días con el sano propósito de tocarle las pelotas a todos esos políticos, banqueros, advenedizos culturales y demás indeseables que van de un lado a otro en coche oficial. En su página web hay un completo registro de los agravios que perpetra contra la autoridad. Pero si hay que escoger yo me quedo con una acción: cuando en 2003, Sierra cerró el pabellón de España de la Bienal de Venecia y dijo que allí sólo entraban los españoles. Ni medios de comunicación, ni políticos italianos, ni Dios: solo españoles con el DNI en regla. Y cuando los periodistas extranjeros protestaron, les dijo que él únicamente les estaba privando de visitar un lugar, no de pensar. Maravilloso. Ahora, aplicando una coherencia absoluta, Santiago Sierra ha pegado una patada en el culo del sistema que intentaba fagocitarlo. En la carta que ha escrito a la ministra González Sinde dice: "El estado no somos todos. El estado son ustedes y sus amigos. Por lo tanto, no me cuenten entre ellos, pues yo soy un artista serio". Al lado de esta demostración de integridad es inevitable pensar que todos los demás somos unos conformistas. O lo que es lo mismo: que no somos nadie. ¡Bravo, Santiago!

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02 noviembre, 2010

No somos nadie (XVI). Ballard y los swingers de Naomi Harris.

El otro día mi amigo Miguel me riñó por no leer más a Ballard. Tiene razón, no lo leo demasiado. Pero a cambio publico fotos que podrían estar sacadas de una novela suya. Fotos como ésta de Naomi Harris, una fotógrafa que va de orgía en orgía, vestida de colegiala, buscando el lado menos complaciente de los suburbs americanos. Estos señores que ven el partido mientras les hacen una mamada son swingers, aficionados al intercambio de parejas y al sexo comunal. Fuck with me and you fuck the whole trailer park, dice una de sus fotos; uno para todos, y todos para uno. La idea de los swingers es construir la utopía del sexo total, sin tabúes y sin erotismo, sin bragas y sin maquillaje, en la habitación del niño o en la Superbowl. Cuando Naomi Harris concede entrevistas para promocionar su libro America Swings, explica que los swingers parecen felices y que en estas bacanales es frecuente encontrar a mujeres multiorgásmicas plenamente satisfechas. Pero también confiesa que a fuerza de verles follar se le han quitado las ganas de sexo. "Ahora lo único que me entretiene es la televisión", suspira. Y no me extraña. En los campings y las fiestas de Acción de Gracias swingers da la impresión de que cuando te entregas a los placeres más básicos de tu triste humanidad, zampar y chingar, acabas por no ser nadie. O mejor dicho: sea lo que sea que acabes siendo, será algo bastante ridículo. Miguel, si quieres comprobarlo, sólo tienes que pinchar en "leer más".












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01 noviembre, 2010

No somos nadie (XV). El sepulcro de Kennedy.

Uno de los trucos más comunes para sortear el peligro de no ser nadie es garantizarse una eternidad de piedra. Una tumba, vamos, con la que cualquiera pueda saber cómo te llamabas, en qué dios creías y cuántos años llegaste a cumplir. De cementerios está el mundo lleno, el delirio de la inmortalidad no distingue cuentas corrientes. Otra cosa es que la estrategia del muerto funcione y no se tuerzan los planes. Pienso, por ejemplo, en el sepulcro de Kennedy. Cuando el presidente fue asesinado en Dallas, su viuda decidió que había que diseñarle un enterramiento digno. Y para ello contrató a John C. Warnecke, uno de los arquitectos más prometedores de la época. Warnecke era amigo del matrimonio, practicaba una concepción moderna de la arquitectura y vestía muy bien. Durante dos años, Jackie Kennedy y él trabajaron codo con codo para diseñar un mausoleo que conmemorase al muerto. La ironía está en que, a fuerza de trabajar para recordarlo, terminaron olvidándose de él. Mucho antes de inaugurar la tumba del marido muerto ya estaban liados y hasta pensaban en casarse. Evidentemente, las hordas de turistas que ahora visitan Arlington no perciben esta burla del destino. Pero desde mi punto de vista, este sepulcro sólo transmite un mensaje devastador: "en cuanto te vas, te sustituyen".

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