30 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Cocinero (II)

Esta fotografía estuvo a punto de costarme la vida. Sí, sí, va en serio. Es un milagro que no sean pedacitos de mí, de mi mano o mi pie o mi nariz griega, lo que hay en esa fuente que el señor maneja con tanta soltura. Y todo porque un día, mientras iba dando yo un paseo, se me ocurrió colarme en la cocina de un restaurante de lujo para sacar el retrato de un cocinero. ¿Pudo pasar?, le dije a la camarera. Claro, me dijo ella. Y cuando ya estaba dentro, click, sin escapatoria posible, click, escuché una voz que me gritaba desde el cogote: ¿qué cojones haces aquí? Ay, pensé, ya estoy muerto, ya me van a trocear, ya tienen un plato nuevo para añadir a la carta. Clac, clac, clac (castañeo de dientes). Me giré despacio y me encontré con que allí detrás estaban el jefe del restaurante, la jefa y sus respectivas miradas homicidas, afiladas como cuchillos de carnicero. Ay, lo siento, les dije, yo no quería, clac, clac, sólo soy un tonto español que hace fotos, por favor dejen que me marche, juro que no se lo contaré a nadie, me gustaría seguir viviendo, no quiero que me corten en trocitos. Creo que incluso me eché a llorar, no sé. El caso es que aquellos dos tipos y sus miradas de asesinos se ablandaron y me dejaron salir. Pero que sea la última vez, me dijeron. Uf, uf, qué alivio. Y aquí estoy, todavía entero.
Artículo relacionado: Ich bin ein Berliner. Cocinero (I).

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27 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Mecánico de bicicletas.

Se llama la regla de los tercios, y te la enseñan cuando empiezas a hacer fotos. Si trazas cuatro líneas imaginarias, dos y dos, y con ellas divides el cuadro en nueve tercios, tres, tres y tres, las intersecciones de esas líneas señalan los puntos de interés de la imagen. O sea, que si pones al sujeto en un lado, la foto queda mejor. Yo, que soy tan dogmático como falto de imaginación, apliqué la regla de los tercios durante años y tiré miles de fotos con el punto de interés ladeado. Pero con el tiempo me di cuenta de que muchos de mis fotógrafos favoritos no hacían ni caso,y me planteé romper con esa norma. Ahora practico el culto de la simetría a ultranza, coloco al individuo en el centro y busco el equilibrio de toda la vida, mitad y mitad. A veces sospecho que si sigo por este camino acabaré renunciando también al formato rectangular y lo sustituiré por el cuadrado, donde la balanza está menos forzada. Pero de momento todavía ando explorando las posibilidades del centro exagerado. Y, en casos como el de esta foto, creo que poder mostrar todas las herramientas del mecánico hace que merezca la pena.
Por cierto, siempre se me olvida recordar que todas las fotos de esta serie se pueden ver también aquí, en mi fotolog.
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24 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Chico en un banco.

Estos últimos días ando obsesionado con una fotógrafa llamada Diane Arbus. Diane Arbus (pronunciado "Dian", no "Dayan") ha pasado a la historia de la fotografía por sus retratos de frikis y gente triste. Uno de los múltiples jefes que tuvo cuenta que se la encontró en la calle un domingo soleado y le preguntó: "¿Qué haces en un día tan maravilloso?". "Tratando de encontrar a alguien infeliz", le contestó ella. Hay muchas cosas que me dan envidia de Diane Arbus, pero lo que más me impresiona es su entrega a la búsqueda de retratos, a pesar de que padecía una timidez enfermiza. Sus cuadernos de notas están llenos de nombres de gente que conocía por la calle. Veía a alguien interesante y se las apañaba para convencerlo de que posara para ella. En Central Park, uno de sus lugares favoritos, Diane iba de banco en banco y se tragaba la vergüenza con patatas para hacer click y volver a casa con un retrato, como quien vuelve con un trofeo. Mis fotos son mucho peores que las suyas, pero mi dilema es el mismo: soy un tímido al que le pirran las fotos de gente anónima. Y por eso, aunque me muero por meter la cabeza en un agujero, mi mayor reto es inventarme una sonrisa y convencer a extraños de que sean ellos mismos delante de la cámara. Como este tipo de Treptower Park, mi parque favorito de Berlín.
Para ver fotos de Diane Arbus en Central Park hay que pinchar en "leer más".
Artículo relacionado: Diane Arbus, en la Revista Trazos.




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23 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Conductor de tranvía.

Los recién llegados a Berlín se hacen siempre la misma pregunta: ¿en qué lado estoy? ¿Estoy en el Este o en el Oeste? La respuesta está chupada. Si hay un tranvía cerca estás en el Este, porque en el Oeste no existen. Los tranvías de Berlín son trenes de cristales oscuros, muy oscuros, y la leyenda dice que nunca hay revisores para controlar los billetes. Cuando llegan a la parada suena una campana que a mí siempre me recuerda a una canción de los Hidden Cameras, pero Alis dice que son sólo imaginaciones mías. Una vez, a mi amigo JA se le quedó enganchada la rueda de la bicicleta en el raíl del tranvía cuando el tren estaba a punto de llegar. JA levantó la mirada para calcular cuánto tiempo le quedaba de reacción, y lo que vio fue a la conductora del tranvía, amonestándole con el dedo como si fuese un niño pequeño, mientras se le acercaba a un kilómetro por hora. Me habría gustado colgar una foto de esa señora, pero tengo que conformarme con la su compañero.
Para escuchar la canción de Hidden Cameras hay que pinchar en "leer más". Como no hay vídeo original he colgado uno que he encontrado por ahí. Las notas del principio son las mismas que suenan en el tranvía, por mucho que Alis diga que no.
Artículo relacionado: Buenos Aires. Autobús.


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22 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Sombrerero.

Cuando Alis se fue a vivir a Alemania, su profesor le dijo: "en Berlín, si no llevas un sombrero la gente pensará que estás loca". La anécdota, que ya es lo suficientemente significativa, gana enjundia si piensas que ocurrió antes de que H&M pusiera de moda los gorros para modernos. ¿Por qué será que los españoles, aunque somos una raza con propensión a la alopecia, conservamos un reparo pudoroso a la hora de adornarnos la testa? Tenemos tan poca imaginación para el cubrimiento que hasta nos hemos desecho del tricornio, uno de los más originales hallazgos de este país. Pero los alemanes... ellos no. Ellos han hecho del sombrero un arte, una disciplina y un signo de distinción. Por eso existe una profesión tan respetada como la de sombrerero, señor que fabrica sombreros. El de la foto me gusta porque, además de llevar su propia creación, tiene una pintilla de rabino que va muy a tono con la historia de la ciudad.
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21 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Cartero.

La bici de un cartero puede llegar a ser muy molona. Yo he visto gente guapa en Berlín, lo juro, que iba por la vida montada en una bici de cartero. La compras en un mercadillo, la pintas y eres el tío más original de toda la ciudad. La diferencia, ya se sabe, es un valor añadido. Una bici de cartero se reconoce porque no lleva barra en el centro, porque tiene una enorme cesta delante y, sobre todo, porque lleva ruedines. Para ser un buen cartero hay que ser capaz de bajar los ruedines cuando todavía estás en marcha, para que cuando la bici se detenga ya estés tú contando cartas. Parece fácil, pero exige destreza y elegancia para no acabar estampado contra una farola. Yo nunca he montado en la bici de un cartero, pero una vez entré en una oficina de correos con bici cargada de paquetes, así que supongo que he estado bastante cerca. Ah, otra cosa: en Berlín el cartero nunca llama dos veces porque tiene llaves de todos los edificios. Como los antiguos serenos, pero con ruedines. Este, el de la foto, me mola porque se parece a Jack Bauer.
Artículo relacionado: Hincha (en PHE).

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20 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Bañista.

Strasse, Weg, Allee, Damm, Chaussee... Todo son palabras alemanas para poner nombre a la calle, a ese espacio que te encuentras cuando no estás en tu casa, ni en la de tu amigo, ni en el bar ni en el supermercado. Cinco palabras distintas para una misma idea, calle: es evidente que esta gente se toma el asunto en serio. La calle, para un berlinés, es un espacio fundamental de desarrollo y socialización. Mucho más que para nosotros, por mucho que nos jactemos de ser un pueblo callejero. En Berlín son tan chulos que reservan enormes descampados para montar un Biergarten que sólo está abierto desde junio hasta septiembre. Cuando empieza el frío, en lugar de cerrar las terrazas colocan mantas en las sillas, para que la gente se quede fuera y pueda abrigarse. Y en verano, con el calor, todo el mundo al parque. Allí hacen barbacoas, toman el sol medio en pelotas y se bañan en las fuentes públicas, como este señor. Sin que nadie levante la ceja de asombro o diga Dios, este agua está verde, qué asco. Menuda lección.
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18 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Traje tradicional.

El otro día leí un artículo bastante curioso donde se explicaba que todo lo que llevamos puesto, desde la chaqueta hasta la corbata, se lo hemos copiado a los militares. Por muy jipis que seamos, algo de lo que vestimos se lo inventó un señor antes de salir por ahí a pegar tiros. El cárdigan, por ejemplo, toma su nombre de un aristócrata que peleó contra los rusos en la guerra de Crimea; y la corbata de unos mercenarios croatas, fíjate tú qué cosas. Dado que esta serie es sobre arquetipos y uniformes, a mí me habría encantado colar en esta serie a algún militar alemán. Pero en Berlín los soldados son raros, raros, y los pocos polis que te cruzas llevan tantas metralletas que ni se te ocurre preguntar qué tal. Habrá que conformarse entonces con este hamburgués cargado de medallas, fotografiado en una especie de desfile tradicional donde abundaban los sombreros tiroleses, las plumas y el ante verde. La foto es de las pocas que no está hecha en Berlín.
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17 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Galeristas.

El arbol genealógico del arte es más sorprendente de lo que parece. Por ejemplo: puede que seas un artista urbano y que, inesperadamente, tu obra se exponga en galerías institucionales, al amparo de la subvención y de la palmadita estimulante del concejal de turno. O que pintes en el muro de Berlín protegido por los mismos poderosos que contrataron a Bon Jovi para que cantase en el 20 aniversario de la Reunificación. En contra de lo que presuponen los románticos, si tiras de la hebra del arte puede que no vayas saltando de genio en genio (como en la oca), sino que te encuentres muy pronto con el prosaísmo del ricachón, el político o el pedante. Y no seré yo quien lo censure, sino más bien quien lo señale con una foto. Siempre se dice que Berlín es el centro mundial del arte, que bla bla bla y que tracatrá, pero cuando vas a una feria como Art Forum, epicentro de ese centro, los que cuecen las habas no son artistas atormentados ni grafiteros con barba postiza, sino individuos tan elegantes como estos. El día que le enseñé la foto a mi amigo Walter, me dijo: "jejeje, lo único que puedo decir es que yo también tengo botines".
Artículo relacionado: Pintor del muro (en PHE)

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15 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Músico callejero.

No hagas caso del título, estos no son los pies de un músico callejero. Son los pies de Pelé. Hace un millón de años, cuando a Annie Leibovitz le pidieron que retratase al futbolista brasileño, sólo sacó sus pies desnudos. Y todo este millón de años me lo he pasado queriendo copiar la idea... hasta que llego a Berlín y descubro que es un sitio lleno de gente guapa que va por la calle descalza. Es la mía, pienso. Persigo a un descalzo por dos kilómetros de aceras salpicadas de caca, le detengo y le digo: ahora tú serás Pelé. Y después le dejo que se vaya (sin zapatos) a tocar la guitarra en algún parque.
He buscado la foto de Annie Leibovitz, pero no la he encontrado.
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14 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Bebé.

Mi amiga Blanca dice: "Berlín es la ciudad de los niños buenos". Las estadísticas dicen: "Berlín tiene el barrio con el mayor índice de natalidad de toda Europa, se llama Prenzlauer Berg". Lonely Planet (edición de 2004) dice: "Lo mejor de Berlín para niños es hablar con Bao Bao, el oso panda y otras estimables criaturas del zoo". Pink Floyd, en Another Brick by The Wall, uno de los himnos no oficiales de la caída del muro, dicen: "¡hey, profesores, dejad a los niños en paz!". La prima de Alis que vive en Berlín y que tiene cuatro hijos pequeños, dice: "dos veces al año, los padres tenemos que ir a limpiar a fondo el cole". Sofía, una niña de 11 años que aprendía alemán conmigo en Berlín, decía: "me gusta ir al parque y ver dibujos animados en la habitación de mi hotel NH". Un señor entró a una tienda de bicicletas y dijo: "quiero un asiento para llevar a mi hijo sentado en el manillar". Yo digo: "¿puedo hacerle una foto a tu bebé?". Y la madre, que no tiene ni 25 años y es una moderna, dice: "claro, ¿por qué no?".

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13 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Chico con perro.

Esta semana he re-visitado el libro que Richard Avedon hizo con retratos del oeste americano. In the American West, se titula. Ese libro ha sido toda una obsesión para mi durante años. Avedon iba con su equipo a un rodeo, a una misa o a una fiesta de serpientes, buscaba un rincón en sombra, pegaba un fondo blanco y se paraba a mirar a la gente pasar. Tú, tú y tú. Escogía a vagabundos, a cowboys, a efebos y a millonarios, a mineros con la cara manchada de carbón, a matarifes y a muchachitas embarazadas. En total, 752 personas fotografiadas después de cinco años de búsqueda. Algunas veces me he pasado tanto tiempo mirando a esta gente que me sé las arrugas y el desencanto de casi todos. Y me pasa que voy por la calle, veo a tal o cual persona, y pienso que se parece a tal o cual modelo de Avedon. Por eso le hice la foto a este chico, porque se parecía a un crío de 9 años que posó en Montana para el fotógrafo. El niño de Avedon tiene un rifle en las manos, podría matarte. El chico de mi foto no tiene rifle, pero tiene un perro que podría arrancarte un brazo. En cierto modo, ambos me dan un poco de miedo. Para compararlos hay que pinchar en "leer más".
Artículo relacionado: Herrero (en PHE).


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12 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Cantante de karoke.

¿Cuántas personas hay en esta foto? ¿Cien? ¿Doscientas? ¿Cuatrocientas? Sí, supongo que algo así. Lo que no tengo tan claro es por qué están ahí. El lugar es un karaoke al aire libre de Berlín, justo al lado del muro. Cada domingo llega un tipo con un ordenador, una sombrilla, un micro y un par de altavoces, y se coloca delante de un incómodo anfiteatro. La leyenda dice que es irlandés, que un día se hartó de su curro de mensajero y que decidió poner a los berlineses a cantar. Era febrero de 2009. Poco a poco empezó a correr el rumor de que allí se estaba cociendo algo, y con el buen tiempo llegaron las multitudes, los vendedores de cerveza, los turistas. Ahora se dice que el karaoke de Mauerpark ("el parque del muro") es el mejor del mundo. Pero... ¿por qué? Yo he estado unas cuantas veces y puedo decir que hay momentos en que se produce una magia especial, algo que no tiene nada que ver con cantar bien, ser guapo o que la canción que suena haya sido número uno en los cuarenta. Esa magia se contagia entre las cuatrocientas, doscientas o cien personas que han venido, y todo el mundo tiene la sensación de estar en el lugar apropiado, en el momento apropiado.
Para ver lo que ocurrió cuando murió Michael Jackson hay que pinchar en "leer más".




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11 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Cocinero (I).

El otro día me compré un libro de un fotógrafo murciano que se llamaba Fernando Navarro. Cuando el siglo XX no había hecho más que empezar, Fernando Navarro montó un pequeño estudio en Totana y se dedicó a sacar fotos de todo el que pasase por allí. De su galería de retratos llama la atención que sólo necesitase cuatro cacharros para hacerlos inequívocos, apenas una alfombra, un telón y un elemento de atrezo. No hace falta leer el título para saber quién de entre todos los que posaron para él es el monje, quién el mago, el ganador del concurso de feos, el militar, el músico, el monaguillo o el agricultor. Fernando Navarro no pasará a la historia por ser especialmente original, ni bueno, ni excéntrico, pero hubo dos cosas que me sedujeron de él: esa extraordinaria economía de recursos y el toque antiguo de sus imágenes. A mí me gustaría hacer fotos como las suyas en pleno siglo XXI. Y para demostrarlo, aquí dejo una de un cocinero. Si alguien quiere ver las fotos de Fernando Navarro, que pinche en leer más.
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10 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Anciano.

Lo primero que me enseñaron en la facultad es a distinguir un hecho noticiable de uno que no lo es. Al parecer, la clave está en la lógica. "Si un perro muerde a un hombre no es noticia", decía mi profesor, "pero si el hombre muerde al perro, entonces sí". A partir de este razonamiento, me gusta pensar que lo que hace interesante esta foto es que nada encaja, que nada responde a lo que uno se esperaría. ¿Qué hace un señor tan mayor con un traje así de molón? ¿Por qué, si se ha puesto tan guapo, va en bicicleta por el mundo? ¿Desde cuando los abuelos pedalean en lugar de arrastrarse en andador? Pero existe una segunda posibilidad, al margen de lo que me enseñaron en la facultad. ¿Y si al final la foto sólo es buena porque la mirada del señor es potente, y nadie se fija en todo lo demás? A veces, lo juro, pierdo el sueño tratando de solucionar dilemas como éste.

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09 noviembre, 2009

Ich bin ein Berliner. Turista del muro.

Nueve de noviembre. Hace 20 años cayó el muro de Berlín. Como soy un amante de las casualidades, he escogido esta fecha para empezar a publicar aquí una serie sobre la ciudad. Se titulará "Ich bin ein Berliner", la frase de Kennedy que más repiten los alemanes. "Soy un alemán", en español. Arranco con una foto del muro, como todos los periódicos del mundo han hecho hoy, pero mi objetivo no es hablar de esta cicatriz de piedra. Me interesa más el señor de delante, el que saca su cámara y se pone a hacer una foto a algo que queda fuera de campo. El que da la espalda al monumento histórico más fotografiado de la ciudad. Este señor forma parte de una serie de individuos que he ido retratando por las calles de Berlín durante el verano. Mi idea, como ya enseñaré, era encontrar el equilibrio entre lo menos típico y lo más típico, entre lo que uno no se espera de Berlín y lo que uno ya ha visto mil veces.
Como siempre, las fotos se pueden ver mucho mejor aquí, en mi fotolog.

Artículo relacionado: Pintor del muro (en PHE)

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05 noviembre, 2009

España en bandeja

Nunca me había parado a pensar cuánto se le hace la pelota al turista en España. Nunca, antes de ser maltratada como turista en otros sitios. Hay países en los que al viajero desorientado no le queda otro remedio que comprar ¡en una librería! y a precio hinchadísimo un cutre-mapa turístico de la ciudad correspondiente. Ese mismo mapa que en cualquier ciudad, ciudadita, pueblo o aldea de España te ofrecería un/a amabilísimo/a empleado/a de una de las miles de oficinas de información que pueblan nuestra geografía. Lo haría, además, con la mejor de sus sonrisas y, por supuesto, de forma absolutamente gratuita.
Lo del mapa no es más que un ejemplo. Muchas otras diferencias de trato te llevan a la conclusión de que en España el turista es especialmente querido.
¡Faltaría más! ¡Si viene aquí a dejarse los dineros!
Esta idea, aun siendo cierta, tiene su vuelta de hoja: cuando se repara en la cantidad de negocios turísticos -esos hoteles, apartamentos y urbanizaciones que hormigonan nuestra costa- cuya gestión es extranjera, entonces empiezan a surgir dudas sobre la supuesta rentabilidad millonaria de un sector en el que el Estado, además, debe invertir cada año para dotar a las zonas turísticas de las infraestructuras necesarias –autovías, paseos marítimos, servicios de limpieza adicionales...- para que aquello no se congestione demasiado y no acabe convirtiéndose en una batalla campal o un merdel.
Escepticismos aparte, la cuestión es que desde los medios oficiales de este país se nos ha inculcado desde siempre la cultura del turismo y la idea de que el turista, sea del tipo cultural urbano o del tipo playero borracho, es siempre bueno; así como la obligación moral de recibirlo con los brazos abiertos. Es tal el nivel de ofrecimiento, simpatía y agasajo que el español muestra hacia sus visitantes extranjeros que llega al extremo de entregarle, literalmente, su país en bandeja. O de hacerlo todo para que al pasear por sus ciudades se sienta a sus anchas, como un rey pisando sobre alfombra roja.
No es que me parezca mal que se trate bien al turista. Simplemente, me ha llamado la atención cuando me he dado cuenta de que en otros países no ocurre lo mismo. Ah, y también cuando me he encontrado con estos dos carteles, uno de 1964 y el otro de hoy mismo, que venden exactamente ese mismo concepto. Qué poquito han cambiado las cosas.

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