05 noviembre, 2009

España en bandeja

Nunca me había parado a pensar cuánto se le hace la pelota al turista en España. Nunca, antes de ser maltratada como turista en otros sitios. Hay países en los que al viajero desorientado no le queda otro remedio que comprar ¡en una librería! y a precio hinchadísimo un cutre-mapa turístico de la ciudad correspondiente. Ese mismo mapa que en cualquier ciudad, ciudadita, pueblo o aldea de España te ofrecería un/a amabilísimo/a empleado/a de una de las miles de oficinas de información que pueblan nuestra geografía. Lo haría, además, con la mejor de sus sonrisas y, por supuesto, de forma absolutamente gratuita.
Lo del mapa no es más que un ejemplo. Muchas otras diferencias de trato te llevan a la conclusión de que en España el turista es especialmente querido.
¡Faltaría más! ¡Si viene aquí a dejarse los dineros!
Esta idea, aun siendo cierta, tiene su vuelta de hoja: cuando se repara en la cantidad de negocios turísticos -esos hoteles, apartamentos y urbanizaciones que hormigonan nuestra costa- cuya gestión es extranjera, entonces empiezan a surgir dudas sobre la supuesta rentabilidad millonaria de un sector en el que el Estado, además, debe invertir cada año para dotar a las zonas turísticas de las infraestructuras necesarias –autovías, paseos marítimos, servicios de limpieza adicionales...- para que aquello no se congestione demasiado y no acabe convirtiéndose en una batalla campal o un merdel.
Escepticismos aparte, la cuestión es que desde los medios oficiales de este país se nos ha inculcado desde siempre la cultura del turismo y la idea de que el turista, sea del tipo cultural urbano o del tipo playero borracho, es siempre bueno; así como la obligación moral de recibirlo con los brazos abiertos. Es tal el nivel de ofrecimiento, simpatía y agasajo que el español muestra hacia sus visitantes extranjeros que llega al extremo de entregarle, literalmente, su país en bandeja. O de hacerlo todo para que al pasear por sus ciudades se sienta a sus anchas, como un rey pisando sobre alfombra roja.
No es que me parezca mal que se trate bien al turista. Simplemente, me ha llamado la atención cuando me he dado cuenta de que en otros países no ocurre lo mismo. Ah, y también cuando me he encontrado con estos dos carteles, uno de 1964 y el otro de hoy mismo, que venden exactamente ese mismo concepto. Qué poquito han cambiado las cosas.

1 comentario:

Rfa. dijo...

Yo siento un escalofrío de placer cuando veo la i de las oficinas de turismo. Aunque en la mochila lleve una guía, tres mapas y un plan exhaustivo de visita, tengo que pasar a que preguntar algo, lo que sea. Y por tanto, defiendo a ultranza el modelo de "vamos a besar el culo al turista" frente al de "no, aquí no regalamos planos, gorrón extranjero".