Esta fotografía estuvo a punto de costarme la vida. Sí, sí, va en serio. Es un milagro que no sean pedacitos de mí, de mi mano o mi pie o mi nariz griega, lo que hay en esa fuente que el señor maneja con tanta soltura. Y todo porque un día, mientras iba dando yo un paseo, se me ocurrió colarme en la cocina de un restaurante de lujo para sacar el retrato de un cocinero. ¿Pudo pasar?, le dije a la camarera. Claro, me dijo ella. Y cuando ya estaba dentro, click, sin escapatoria posible, click, escuché una voz que me gritaba desde el cogote: ¿qué cojones haces aquí? Ay, pensé, ya estoy muerto, ya me van a trocear, ya tienen un plato nuevo para añadir a la carta. Clac, clac, clac (castañeo de dientes). Me giré despacio y me encontré con que allí detrás estaban el jefe del restaurante, la jefa y sus respectivas miradas homicidas, afiladas como cuchillos de carnicero. Ay, lo siento, les dije, yo no quería, clac, clac, sólo soy un tonto español que hace fotos, por favor dejen que me marche, juro que no se lo contaré a nadie, me gustaría seguir viviendo, no quiero que me corten en trocitos. Creo que incluso me eché a llorar, no sé. El caso es que aquellos dos tipos y sus miradas de asesinos se ablandaron y me dejaron salir. Pero que sea la última vez, me dijeron. Uf, uf, qué alivio. Y aquí estoy, todavía entero.
Artículo relacionado: Ich bin ein Berliner. Cocinero (I).
30 noviembre, 2009
Ich bin ein Berliner. Cocinero (II)
Publicado por Rfa. a las 11:46
Etiquetas: fotografía, Ich bin ein Berliner
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1 comentario:
Tampoco el cocinero te mira con muy buena cara...
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