Durante años mi bibliotecario pensó que yo era idiota porque en la foto del carnet de la biblioteca salía con la boca abierta. Habría sido fácil explicarle que todo era culpa de un chicle que estaba masticando en el fotomatón, pero ni siquiera me tomé la molestia de hacerlo. En el fondo, yo sospechaba que aquella foto ridícula me hacía parecer más interesante que si hubiese posado con cara de leer muchos libros. Justo lo contrario de lo que pasa con la familia Coppola: ellos posan con cara de gente lista y, sin embargo, parecen idiotas. La responsable de tal despropósito es Annie Leibovitz, que trabaja a cuenta de los pijazos de Louis Vuitton. Ojo a la situación que ha fotografiado para promocionar bolsos: un Francis Ford Coppola más gordo que nunca aleccionando a su hija sobre los secretos del séptimo arte. El director lleva unos papeles en la mano, pero Sofía no toma nota; simplemente se deleita con el torrente de ideas (y probablemente también de saliva) de su padre. La delirante escena, que parece estar ocurriendo en la sabana africana, está bañada en una luz amarilla. Y el eslogan es: “Dentro de cada historia hay un precioso viaje”. ¿No habría sido mejor que saliesen con la boca abierta, querida Annie?
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29 septiembre, 2008
Aire amarillo (y II). Los Coppola por Leibovitz.
Publicado por Rfa. a las 12:56
Etiquetas: fotografía
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1 comentario:
Sí que dan ese toque de irrealidad que mencionaba, Anadja, en Sindrogámico en el pos sobre el dilema del amarillo.
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