Berlín es la ciudad más metafórica del mundo. ¿Por qué? Muy sencillo: porque todas las personas tienen, como mínimo, dos personalidades. O lo que es lo mismo: dos mitades separadas por un muro. A partir de este razonamiento tan simple, cualquiera puede ser Berlín. ¿Un ejemplo? Florian Henckel-Donnersmarck, el director de La vida de los otros. Su película es profundamente berlinesa porque cuenta el drama de gente dividida, de personas que se debaten entre lo que son y lo que realmente quisieran ser. Por supuesto, no seré yo quien diga cuáles son estas dos mitades de los personajes. Ni falta que hace. Si alguien quiere saberlo, que vaya a ver la película. Yo sólo voy a señalar que este conflicto es, en el fondo, la madre de todos los conflictos. Y que precisamente por eso, La vida de los otros trasciende el ámbito berlinés (geográfico, que no metafórico) para convertirse en un melodrama universal. Y si alguien no está de acuerdo conmigo, más que discutir, que vaya al psicólogo. No es bueno ser monolítico.
05 marzo, 2007
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2 comentarios:
Tu metáfora del muro me ha encantado, pero pienso que no todo el mundo de esa peli está dividido en dos mitades.
El protagonista secundario, por ejemplo (ya sabéis quién, ese cuya vida se retrata, no quiero que se me escape un spoiler) tan sólo tiene la vertiente buena; está por encima del bien y del mal. Así como el otro protagonista es mucho más interesante, porque se debate entre las dos mitades, éste me resultó aburrido e incluso pesado, con esa cara de soy más bueno que el pan todo el rato. ¿No crees que ese es el punto flaco de la cinta?
Te equivocas. Todos los personajes tienen un dilema interno, todos tienen que escoger entre -al menos- dos opciones. Precisamente por eso la película es un drama de cagarse: porque cuenta el conflicto más básico y más universal, el único que jamás podremos resolver. Piénsalo bien y verás como tengo razón.
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