14 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (X). Johann Le Guillerm y el Cirque Ici.

Siempre llama la atención que alguien no quiera hacerse fotos. Salirse del cuadro es salirse del mundo y del tiempo, no figurar, no haber estado allí, no formar parte del presente ni del recuerdo. Si encima el renegado es un personaje público que vive de su imagen, este pudor se vuelve más incomprensible. Sabemos que el enigma contribuye a la leyenda, pero pensamos que el tipo está loco o que acabará descubriéndose, como hizo Darth Vader, porque en estos tiempos que corren es inconcebible que alguien nos escamotee su cara. Pero sucede, y por eso no podía dejar de escribir al respecto en esta serie sobre retratos. En la breve lista de famosos sin rostro hay historias fascinantes como la de El Santo, un luchador mexicano que murió de pena cuando le engañaron para que se quitase la máscara, o la de Salinger, ese escritor que se pasará la eternidad gruñendo por culpa de la única foto que le hicieron. Podría escribir sobre ellos pero he preferido a Johann Le Guillerm, un artista de circo que pasó por Madrid la semana pasada. Al contrario que otros enmascarados, Le Guillerm sólo se tapa cuando el que mira es un periodista, lo suyo es pudor mediático. En su carpa disparatada y herrumbrosa, donde chasquea el látigo para domar barreños que tienen vida propia o cepillos que se han convertido en caballos, uno puede mirarle la cara con total libertad. Y eso, sumado a la frágil magia que despliega para tu embobamiento, hace que te sientas el tipo más privilegiado del mundo. Como cuando la gente va a ver a José Tomás, pero con mucha más imaginación.

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