24 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (XVI). George Grosz y Max Hermann Neisse.

Durante años he sentido curiosidad por este retrato. En parte, porque a todo el mundo le llama la atención una chepa. Pero también porque me cuesta imaginar la historia que hay detrás. ¿Qué pasó? ¿Por qué un tipo tan deforme dejó que le pintasen con tanta crudeza, sin asomo de benevolencia? Un cuadro no es lo mismo que una fotografía, se tarda más en pintarlo y el modelo puede echarse atrás. Cuando Diane Arbus fotografiaba a sus frikis, por ejemplo, sólo era cuestión de un segundo, click, la foto se hacía en un plisplás y no había opción al arrepentimiento. Pero este cuadro tardó semanas en estar listo, probablemente meses. Es evidente que el modelo quería ser visto así, quería que nosotros contemplásemos su joroba y su falta de proporciones. ¿Por qué? Porque estaba de moda. En la pintura alemana de los años veinte hubo un movimiento conocido como Neue Sachlichkeit, Nueva Objetividad, que buscaba precisamente eso, la representación de los cuerpos en toda su materialidad, sin tapujos y con pelos, casi siempre con una fidelidad cercana a lo grotesco, a la caricatura. Los pintores y los filósofos estaban hartos, el ser humano y la sociedad alemana sólo les inspiraban escepticismo y burla. En este contexto, la unión de George Grosz (el retratista) y Max Hermann Neisse (el retratado) era inevitable, un all stars del mal rollo. El uno se había especializado en cuadros que ridiculizaban a los alemanes, y el otro era un escritor-poeta-filósofo tan deforme que no necesitaba ser caricaturizado, el chiste venía de fábrica. Pero... ¿hasta qué punto exageró George Grosz cuando le pintó? ¿Hasta qué punto fue realmente "objetivo"? Quien quiera averiguarlo sólo tiene que pinchar en "leer más", porque he colgado una foto donde se ve cómo era Max Hermann al natural.

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