26 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (XVIII). Ciegos.

El pedante que llevo dentro hace que sienta debilidad por los retratos de gente ciega. Si hacer fotografías ya es un acto de vouyerismo, hacérselas a un ciego es el colmo. Supone mirar sin ser visto, impunemente, y encima de cerca. Para mí, hacer fotos como ésta de Paul Strand es una manera de reflexionar sobre la propia fotografía, una especie de paja mental con la cámara al hombro. Creo que cuando alguien retrata a un invidente, en el fondo se está preguntando por qué carajo le ha dado al botón, qué le mueve a robar el aspecto del mundo, por qué anda coleccionando imágenes cuando hay otros que ni siquiera saben lo que es una imagen. A partir de aquí es inevitable ponerse denso y pedante, espero que se me disculpe. La mirada frente a la negación de la mirada, "ver o no ver", ésa es la cuestión. O mejor dicho: "verse o no verse". ¿Por qué iba un ciego a encargarse un retrato? ¿Tiene sentido el espejo en casa de Borges? Supongo que no soy el único que se hace estas preguntas, porque los retratos de gente ciega o tuerta son bastante frecuentes. El de Paul Strand es el más famoso, pero cualquiera que pinche en "leer más" podrá ver otros que también están entre mis favoritos. Lo de llegar a alguna conclusión ya lo dejo para que cada uno se lleve el dilema a la cama.

De izquierda a derecha:

  1. Borges, por Diane Arbus.
  2. Abel, por Pierre Gonnord.
  3. La Celestina, por Picasso.
  4. El enano Gregorio, por Zuloaga.


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