12 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (VIII). Jaime de Marichalar en el Museo de Cera.

Los defensores del menor y algún que otro amigo escarmentado nos han avisado mil veces: "no cuelgues fotos tuyas en Facebook, que luego no sabes lo que la gente mala puede hacer con ellas". Pero nadie te advierte de que no te hagas una estatua en el Museo de Cera. ¿Por qué será? ¿Por qué no habrá campañas de concienciación ni entrevistas a sociólogos en los informativos? La gente que se deja hacer un retrato (sea del tipo que sea, pero más todavía si es en cera) casi nunca percibe los riesgos de la duplicidad, la humillación de que tú envejezcas y tu estatua no lo haga, de que pierdas el control sobre tu doble y ya no puedas vigilar dónde está, al lado de quién, en qué sala o en qué sótano. Supongo que será porque toda forma de inmortalidad es tentadora, aunque sea una inmortalidad apolillada como la del Museo de Cera, pringosa, de dudosa fidelidad hacia lo que uno es o hacia la pinta que uno tuvo. La humanidad se ciega ante la posibilidad de figurar en un museo, no importa que sea de tercera categoría o que ni siquiera tenga visitas guiadas. El último episodio de esta tragedia ha salido en todos los periódicos: Jaime de Marichalar, oficialmente divorciado de la Infanta y despojado de nobleza, ha dejado de ser de cera porque ha dejado de ser Real. Manda huevos, ¿cómo le explicas eso a tu hijo? Feo, humillado y proscrito en un sitio donde, que yo sepa, todavía tienen hasta a Franco. Cito a EL PAÍS: "La figura de Jaime de Marichalar será retirada (...) horas después de que la Casa del Rey anunciara el divorcio de la hija mayor de los Reyes y sustituyera la foto oficial por otra sin el ex marido". ¿Dónde estarás ahora, Jaimito?

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