27 febrero, 2011

Murcia da miedito (II). Riña en la Venta Nueba.

Hoy en día es fácil tomar el traje regional por indumentaria de borrachera o por burdo disfraz de promoción turística, pero hubo un tiempo en que también funcionaba como herramienta de reconocimiento. Si te cruzabas por el camino a un tipo con zaragüelles blancos, faja y esparteñas, sabías que venía de Murcia. La ventaja de aquella uniformidad es evidente: una vez que habías visto a un murciano, ya eras capaz de reconocer a todos los demás. El mundo se convertía en un lugar más manejable. Pero claro, también había un problema: a fuerza de simplificar la identidad de cada cual se corría el riesgo de reducirla a sólo uno o dos rasgos. Y si además esos rasgos eran negativos, arreglados íbamos. Pienso, por ejemplo, en la Riña en la Venta Nueba de Goya. Cuando el pintor tuvo la idea de mostrar una pelea de bar en su cuadro, probablemente lo único que deseaba era recrearse con el casticismo y el ambiente popular de los caminos en torno a Madrid. Pero ay, imprudente de él, en lugar de usar a personajes anónimos optó por un señor con zaragüelles blancos, faja y esparteñas. O sea, un murciano. El más macarra del cuadro, el que pega puñetazos porque no sabe perder en las cartas o porque ha sido descubierto en una trampa, ése es un murciano. Una vez más, Murcia como lugar depravado. ¿Qué pensarían de nosotros los que viesen la pintura? No es difícil suponer que nos tomarían por individuos pendencieros y tabernarios. Y tendrían miedito...

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