Hay pocos sitios donde ver una réplica del Sputnik sin que la cosa resulte kitch. Uno de ellos es el café Moskau, en Berlín. Ahí arriba, encima de la celosía (como quien dice) está el primer satélite de la historia, emblema y orgullo de la carrera espacial soviética. A mí, desde la acera, siempre me ha dado la sensación de que parece más una cabeza con cuatro pelos que un prodigio de la astronomía. Pero aun así el cacharro ejerce una poderos atracción sobre mi, me lo creo. Quiero decir, me creo que está en el sitio adecuado, que no podía estar en otro sitio. Un café levantado por el gobierno comunista de la RDA, en la avenida más comunista de todo Berlín, con el nombre de la capital de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Como para no creérselo. Según he leído, el Café Moskau fue un símbolo de la pretendida sofisticación socialista durante los años grises del Telón de Acero. La ironía del asunto es que comenzó a construirse al mismo tiempo que el muro, en 1961. Mientras en las fronteras de la ciudad levantaban la pared más opaca del mundo, aquí pusieron todo su empeño en crear un edificio traslúcido, casi etéreo. Y a pesar de tanta fragilidad, el cubo de cristal del Moskau ha sobrevivido a la piqueta de la Reunificación, todavía está ahí, míralo, míralo, viendo pasar el tiempo. Tan popular que nosotros, la primera vez que fuimos a la ciudad, nos compramos una tabla de cortar cebollas con su imagen.
17 marzo, 2010
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