08 marzo, 2010

Zoo Station. Bosque.

No tengo ni idea de dónde hice esta foto. Sé que íbamos en el coche por una de esas autopistas alemanas tan rápidas, que se nos ocurrió desviarnos para mirar el paisaje y que acabamos perdiéndonos por carreteras secundarias. Pero vaya, no me quejo, qué felicidad. Los árboles han sido mis mejores amigos alemanes. El hecho de que no sepa ubicar éstos es, en cierto modo, una forma de justicia poética. Así este bosque sin nombre acaba siendo todos los bosques: es el que había junto al lago donde dormí la siesta, es el que cruzamos para llegar hasta la orilla del Elba, aquel donde pusimos nuestra tienda de campaña o el que había en el parque de al lado de casa, Treptower Park. Bosques húmedos, callados, impenetrables, que recorríamos cuando salíamos de excursión o sólo cuando íbamos a dar una vuelta. Bosques que mirábamos en Google Earth y que nos asombraban por su aspecto compacto, como esponjas secas. Si Zoo Station pretende ser una serie sentimental escrita a golpe de nostalgias, era fundamental que apareciese un bosque, el que fuera. He escogido éste porque, además de no tener nombre, me gusta ese toque indefinido de los abedules, que casi no se sepa lo que son. Me recuerda a los paisajes de Frederick Sommer, un fotógrafo que estudié en la facultad porque retrataba la naturaleza como si fuese un cuadro abstracto, y cuya obra me impactó muchísimo.

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