27 marzo, 2010

Cuatro carteles de Semana Santa. DOS: El que está hecho con Paint.

Me gusta este cartel por dos motivos. Primero, porque una parte de mi corazón está en Palencia y siento debilidad hacia todo lo que tenga que ver con aquella tierra. En mi bolsillo llevo un llavero de Saldaña y siempre que pido cecina en un mesón me entran ganas de llorar. Pero es que, además, me pirra el efecto Paint. En 25 años no he podido superar el impacto que supuso para mi usar las rudimentarias herramientas de los programas de diseño del Amstrad. No importa cuántas horas se me vayan delante de Photoshop: al final siempre vuelvo a la tosca simplicidad del Paint, con sus colores planos, sus líneas rectas y sus cuatro posibilidades. Es inevitable que mi corazón se alborote cuando compruebo que estas dos pasiones íntimas se han dado la mano en el cartel palentino de 2010. Palencia, la bella desconocida, en mapa de bits. Cuánta belleza con tan pocos elementos. Todo el cartel es maravilloso, pero si tengo que destacar algo me quedo con el sutil homenaje al comecocos. Cuando veo esos capirotes casi puedo escuchar el bip-bip-bip-bip que endulzó mis largas y despreocupadas tardes de la pre-adolescencia, aquella época en que las emociones más grandes cabían en 128 k. Quienquiera que haya diseñado este cartel habrá pasado por una educación sentimental parecida, lo percibo. Somos hermanos.

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