03 febrero, 2010

Quinta de las cinco razones por las que amo MAD MEN.

Porque hay un cura.
Si pones a dos personajes, chico y chica, a que hablen sobre lo que hicieron ayer antes de irse a la cama, tienes una conversación convencional. Pero si el chico, además, es cura, entonces ya tienes material dramático de primer orden. La lección aprendida con el padre Phil Intintola en los Soprano (que calienta, y de qué manera, la moral de la pobre y abandonada Carmela) se aplica de nuevo en Mad Men con el Padre Gill. Un cura guapo, listo y perfumado que lleva a las jovencitas de paseo en el coche y que toca la guitarra para no tocarse a sí mismo. Como devoto admirador de La Regenta que soy, siento debilidad por la combinación de alzacuellos y gomina. Siempre que un cura se encierra con una muchacha pienso que por muchos padrenuestros que se recen y por muchas lecciones morales que se impartan con el dedo tieso, debajo de la sotana hay músculos y pelo. Por eso, cada vez que el padre Gill sale en un episodio de Mad Men para hacer cosquillas a la pobre Peggy en la conciencia, me levanto del sofá y aplaudo (¡bravo!), sintiendo que esta serie está hecha para gente como yo, lo suficientemente católica y lo suficientemente retorcida como para disfrutar con estas cosas.

2 comentarios:

Alis dijo...

Rfa. querido, tú no eres católico. Lo que eres es un morbosillo.

Rfa. dijo...

Tienes toda la razón, querida, soy morbosillo. Pero si cosas como ésta me parecen sugerentes es precisamente porque soy católico. Si el cura no fuese cura sino monje tibetano o rabino de largas barbas, me traería al fresco lo que tuviese que hablar con cualquier señorita porque no tengo ni idea de las implicaciones que tal acercamiento conlleva en el budismo o en el judaismo.