19 febrero, 2010

Con un seis y un cuatro (XIII). El retrato de Carla Bruni.

Tener conocidos artistas que te hagan un retrato y te lo regalen debe de ser una putada, sobre todo si son mediocres. Se supone que la cercanía del autor es directamente proporcional al valor estético de la obra, y que por tanto todo lo que pinte tu colega tiene que ir directo al centro de tu pared, sin discusión. 'Qué bonito', dices, 'qué honor, qué obra de arte', y aunque el retrato no te guste un carajo te sientes obligado a colgarlo. El único consuelo que te queda es que a tu casa no va mucha gente, y la intimidad atempera la vergüenza. Pero... ¿y si resulta que el artista es el padre de Sarkozy, octogenario cuatro veces casado y asiduo de los veranos ibicencos? ¿Quién te libra de que el mundo entero asista a tu humillación? Pienso todo esto cuando veo el retrato que Pal Sarkozy ha pintado de su nuera Carla Bruni. En él vemos cómo la cantante-modelo emerge de un piano decorado con la imagen de su marido, lanzando rayos desde su guitarra y poniendo la inevitable boquita de piñón que se pone cuando se canta en francés. No contento con regalárselo el día de su boda (qué marrón), el Sarkozy viejete decidió que la obra era lo suficientemente digna como para exponerla en una galería. Y ahí que la ha colgado, en Budapest, para regocijo del planeta mirón. Miro y remiro el cuadro y me topo con una curiosa paradoja: igual que un retrato así supone un pasito adelante en el emponzoñamiento de la Bruni, una imagen y una historia como éstas suponen un pasito adelante en el engrandecimiento de mitte, esta burlona bitácora. ¡Gracias, Pal!

1 comentario:

Alis dijo...

¡Madre mía!