Cuenta la leyenda que cuando Gertrude Stein vio el retrato que Picasso acababa de pintarle, protestó porque no se parecía a ella. "No se preocupe", contestó Picasso, "acabará siendo usted la que se parezca al retrato". Siempre me acuerdo de esta anécdota al ver este cuadro de Otto Dix. El señor del centro era pintor y se llamaba Adalbert Trillhaase, los otros dos eran sus padres, y ninguno de los tres sería conocido hoy de no ser por el cuadro. Estamos ante una versión más radical de la anécdota de Picasso: no es que ellos hayan acabado pareciéndose a su retrato, sino que han acabado siendo su retrato. ¿Qué les parecería esta inmortalidad monstruosa? Me imagino la escena: "mamá, papá, mi colega Otto nos va a hacer un retrato estupendo". Y los padres, babeando de orgullo, se ponen sus mejores galas para posar. Corrían los primerísimos años veinte y Otto Dix acababa de regresar de la Primera Guerra Mundial, de pasar cuatro años viendo cómo los obuses le reventaban el estómago y le arrancaban los brazos a sus compañeros de trinchera. Tenía treinta años. Desde el punto de vista de la Historia del Arte, retratos como éste permiten hacerse una idea de cómo se veía el mundo después de haber pasado unas vacaciones en el infierno. Pero yo no puedo evitar preguntarme hasta qué punto sabría esta familia, cuando posaba, que acabaría representando la degradación absoluta de la burguesía. Si alguien quiere ver cómo pintó Dix a su propia familia unos años después, sólo tiene que pinchar en "leer más".
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2 comentarios:
Vaya, yo diría que a su propia familia la representa de una forma bastante más dulce, ¿no?
Me necanta la expresión del niño un poco vizco!!
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