Desde los tiempos de Pitágoras hasta los de Mike Olfield, todo tipo de músicos, filósofos o místicos aficionados al yoga han manejado el concepto de "música de las esferas". Según he leído por ahí, la música de las esferas viene a ser algo tan difícil de precisar como el sonido que emite el Universo, glups, una gran sinfonía cósmica. Yo no uso quimono ni practico la meditación, pero la idea me parece razonablemente poética como para expresar el poder de sugestión que, a veces, tiene sobre nosotros la naturaleza. Y sólo por eso me voy a dar el gustazo de meter en esta serie el fragmento más estremecedor de Grizzly Man, una de mis películas favoritas. En esta cinta, el director alemán Werner Herzog utilizaba la historia de un ecologista al que se comieron los osos para contarnos que, en el fondo, los humanos somos insignificantes. Gracias a mi amigo Mikto Kuai he podido colgar el fragmento que me interesa. Timothy Treadwell, el ecologista, grababa diferentes planos falsos de sí mismo atravesando el bosque y luego los insertaba en sus documentales para que pareciesen más emocionantes. Cuando Herzog revisa el material descubre algo sobrecogedor: lo mejor del plano no es Timothy dando saltitos, sino la tremenda fuerza de la naturaleza en estado puro cuando a él no se le ve. O sea, la música de las esferas. Por desgracia, Herzog cometió el error de subrayar la importancia del momento con la banda sonora, un truco retórico que sobraba. Pero aun así pone los pelos de punta igual.
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11 enero, 2010
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