30 enero, 2010

Primera de las cinco razones por las que amo MAD MEN.

Porque es una serie de machos.
Por fin podemos dejar de ver documentales sobre la berrea del ciervo, ha llegado Donald Draper. Este señor de flequillo esculpido y camisas almidonadas es el único personaje de toda la historia catódica que no sólo se comporta como un macho, sino que de hecho huele a macho. Tratándose de un medio tan aséptico como la televisión, no deja de ser un prodigio. Cuando vemos dos, tres, cuatro o cinco episodios seguidos de Mad Men, en el salón de nuestra casa se queda flotando un ligero aroma a cigarrillos y a colonia Brummel, fresco pero tenuemente penetrante, con la dosis exacta de sudor y de alcoholazo. Así huele Don Draper. Así huele cuando sale del ascensor con el sombrero en la mano, cuando atraviesa el campo de batalla de las oficinas de Sterling Cooper, acechado por las hienas y por los demás machos, todos olisqueándose entre sí para ver cómo pueden arañarse un centímetro más de territorio, orinándose en los despachos, delante de un cuadro de Rothko. Así, así huele Donald Draper cuando hace el amor en una buhardilla, cuando se cuela en el tocador de señoras y le mete la mano por debajo de la falda a la millonaria con la que va a firmar un trato, cuando llega a casa, saluda a los niños y le da un beso casto a su mujercita. Olor a macho. Dolor de macho.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Así, así huele Donald Draper cuando hace el amor en una buhardilla (...)"

¿Los machos "hacen el amor"?