Si he publicado una serie tan larga sobre padres e hijos, supongo que está claro que soy de los que creen en la influencia de los lazos familiares y de las tardes en el coche con papá y mamá. Por eso cuando leí Epiléptico (la impresionante crónica que David B. dibujó sobre la enfermedad de su hermano) no pude evitar juzgar a los padres del protagonista. Sí, lo sé, una enfermedad es el triunfo macabro del azar, es la lotería de la naturaleza en su versión más siniestra y nadie tiene la culpa de que un niño se ponga malo. Pero en las 366 páginas de este tebeo hay mucho más que ataques epilépticos y juegos sucios del destino. Hay también peregrinaciones a comunas de locos, ejercicios espirituales de escalofriante rigor ascético, fanatismos vegetarianos y médiums que aseguran estar de cháchara con los muertos. Mil y un planes disparatados para conjurar la mala pasada de los genes. Y uno, al leer la educación sentimental de David B, se pregunta con angustia qué fue más determinante en realidad, la enfermedad del hermano, la desesperación por encontrar una cura o la tendencia de los padres a creer en fantasmas; si habría sido todo igual en caso de que estos señores hubiesen tirado por el camino más racional en vez de buscar una solución en los milagros y llenar la cabeza de pájaros a sus hijos. El hermano enfermo no se curó, pero David B. acabó dibujando monstruos. Y leyendo Epiléptico no sabe uno de quién fue la razón que, al soñar, los provocó.
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2 comentarios:
Rafita, ¿me dejas el libro para leerlo? Un beso. Sarita.
Un cómic absolutamente sobrecogedor.
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