08 octubre, 2007

Las instituciones y el agotamiento

¿Por qué será que las instituciones tienden a quedarse anquilosadas? Me hago esta pregunta a propósito de mi visita a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, sita en Madrid, nada menos que en Calle Alcalá nº 13 (es increíble, tan céntrica y tan desconocida).
Esta Academia fue tal hasta que en los años 50 se creó la Facultad de Bellas Artes, momento en el que parece que comenzó su declive. Cerrada muchos años víctima del abandono institucional, las muchas y (algunas) valiosas obras que guardaba volvieron a ser expuestas al público cuando en 1986 se reabrieron sus puertas convertida en museo.
¿Cómo pudieron, ya casi en los 90, crear un museo con un concepto expositivo tan desfasado? Gigantescos cuadros de historia se amontonan sobre las paredes, que están recubiertas de una tapicería-criadero de polvo del tipo alfombra de abuela. Prima la cantidad sobre la calidad: los adefesios con marcos pomposos le sorprenden a una hasta en los lugares más insospechados: reciben al visitante en el hall, jalonan las decadentes escalinatas de mármol, y con franqueza no me habría sorprendido encontrarme “La batalla de tal” o “El martirio de cual” ceremoniosamente colgado sobre el retrete. No hay duda de que la Academia tiene cosas buenas, como unos escalofriantes penitentes de Solana, pero la institución desprende agotamiento.

La misma sensación tuve al visitar, hace poco y por primera vez, el Ateneo de Madrid. En otro tiempo un núcleo de intelectuales avanzados y progresistas, el centro no logró sobrevivir al franquismo, que se cebó con él acabando con toda su vitalidad. Y desde entonces parece que no la ha recuperado: internarse en este edificio decrépito y lleno de desconchones es como entrar en un gabinete del terror habitado por viejas glorias. Retratos de antiguos socios ilustres le observan a una desde todas las esquinas, y los salones están poblados por carcamales que tratan de hacer tertulia al más puro estilo decimonónico. Ninguna cara joven, ningún signo de modernidad.

Es como si las instituciones no consiguieran adaptarse al paso del tiempo. ¿Cuál será la causa? ¿Una mala dirección, un abandono por parte del Estado, la indiferencia de los madrileños que hace mucho dejaron de frecuentarlas? Menos mal que el Círculo de Bellas Artes, la excepción que confirma la regla, no nos decepciona.
En fin, una pena.

5 comentarios:

Rfa. dijo...

La institución de la Real Academia de Bellas Artes es perfecta para que los pintores queden como gente molona. Si quieres ser un buen pintor, tienes que haberle dado en las narices alguna vez a la Real Academia de Bellas Artes. Dicen que Dalí se negó a que le hiciesen un examen porque se consideraba superior a los profesores que tenían que juzgarle. Y los cuadros menos picassianos de Picasso son, justo, los que pintó para la Academia. Desde este punto de vista, la Academia de Bellas Artes es tan necesaria como los amigos feos: hace que, ante los demás, pasemos por ser más guapos.
Respecto al Ateneo, confieso que siento una debilidad absoluta por su ambiente viejo y polvoriento. ¿Qué tienen de malo las tertulias decimonónicas? Ponle unas cervezas y tendrás lo que hacemos nosotros, siempre tan cultos y tan inquietos, cuando nos vamos de bares los fines de semana.
Mi favorita, sin embargo, es la Biblioteca Nacional. Nada como pasar las mañanas de sábado allí, entre retratos apolillados de escritores y ministros. Lo recomiendo a cualquiera.

Anónimo dijo...

¡Ay!, Alis, la primera vez que te contesto y es para contradecirte. Tenemos en Madrid museos potentes en su modernidad y también en la forma moderna de exponer lo antiguo.

Por eso me encanta que algunos se salgan de la "competencia" y queden como restos decadentes. Como congelados. Porque las Academias de pintura ya no son.

El Ateneo es una pena, porque está así por falta de presupuesto, aunque hay cosas potentes, como el seminario de García Calvo. (La última vez que estuve me recomendaron en cierta sala que no hablara muy alto porque había socios que iban allí a dormir la siesta, ¡ja, já!).

La Biblioteca Nacional no la frecuento.

Y el Circulo es un ejemplo de bien hacer, que todavía ha mejorado más desde que cogió la dirección Juan Barja, excelente poeta que abandonó una lucrativa vida para ser el editor de Akal ("mi" editor como traductor y amigo de otros tiempos), hasta que fundó Abada, que editan Sileno, la revista más bellamente editada, sin una sola imagen.

Sí, lo de los cuadros sobre el retrete (los preferiría "enfrente") sería una idea espléndida si no se estropearan con la humedad. Qué meditaciones tan interesantes podríamos hacer.

Alis dijo...

No me contradecís tanto: al visitar estos sitios decadentes yo también sentí ese extraño placer, mezcla de curiosidad y morbo, parecido al placer que puede producir lo kitsch. Sin embargo, me sigue dando pena que, pudiendo ser interesantes revulsivos de la sociedad, queden reducidos a salones de siesta.

Anónimo dijo...

Lo veo ahora desde la otra palabra. El agotamiento. Y reivindico el derecho a ir agotándonos sin ser barridos por ello de la superficie. Desapareciendo poquito a poco.
Viendo cada vez más hacia dentro. Hacia lo que no existe sino en un interior raro.

Lo reivindico para ls instituciones y para las personas. Que podamos permitirnos ese nuevo despilfarro.

Anónimo dijo...

Aunque he pasado con frecuencia por su puerta, no he entrado nunca en la Academia de San Fernando. Probablemente mi primera impresión hubiera sido muy parecida a la de Alis, atendiendo a lo que cuenta; esa estética rancia también me echa para atrás.
Y sin embargo, estoy con nán en que hay que permitir, y cuidar la existencia del agotamiento, de lo caduco. Es parte de nuestra historia, no sólo cultural, sino social y estética. Podemos entrar a ver un museo o un foro de debate tal y como eran hace uno o dos siglos!
Es como el respeto que se le debe al anciano de la tribu, y que nuestra cultura está perdiendo; no innovará con sus ideas, es verdad, pero cuenta historias que nadie más sabe...