Hace algunas semanas encontré en casa de mis padres un libro de fotografía antigua de Murcia que se titulaba La Imagen Transparente, de María Manzanera. A mí la prehistoria de la Réflex apenas me interesa, pero en la página 120 leí una historia que me dejó helado: la Riada de Santa Teresa de 1879. "En la madrugada del día 14 al 15 de octubre, la ciudad de Murcia se despertó con el toque de rebato; poco después, entre el golpear de puertas y de pisadas rápidas, el sereno pasaba gritando: 'Las dos, todo el mundo arriba, las aguas del río llegan hasta San Pedro'. En efecto. El nivel del río había rebasado al de la ciudad. Los ojos del puente no eran visibles porque las aguas enfurecidas los cubrían por completo. La oscuridad era absoluta, rota solamente por el resplandor de las antorchas de algunas peronas que se aproximaban aterradas a comprobar el estado del río". Yo nací en Murcia, he vivido allí 16 años y nunca antes había sabido de esta inundación. Pero en cuanto empecé a leer en voz alta a mis padres lo que había descubierto en el libro, los dos me interrumpieron a la vez: "¡es la Riada de Santa Teresa!". Ellos sí conocían la historia, la habían escuchado contar mil veces en noches de poca electricidad y menos televisión. Y aunque a mí me llegó por casualidad, inmediatamente sentí que me pertenecía. Estoy convencido de que el horror de un río desbordándose puede acabar formando parte de la memoria colectiva, de la identidad compartida. La gran ironía está en que, si lo piensas un poco, esta idea supone que aprendes quién eres justo cuando el río te demuestra que no eres nadie. Qué gran ironía.
Si alguien quiere ver más fotos (de Juan Almagro, todo un pionero) o conocer otros detalles de la tragedia, sólo tiene que pinchar en "leer más".
Pedro Díaz Cassou, uno de los protagonistas, escribía en la prensa del día 17:
'...la antorcha se me cae de la mano y se apodera de mí una angustia indefinible; la noche y su oscuridad que aumenta todos los horrores, el estruendo de las aguas, voces de los que mandan, carruajes a escape, galopar de jinetes, antorchas que brillan, pasan y dejan en pos mayor oscuridad. A lo lejos el toque de alarma de cuernos y caracolas... gritos de agonía y dominándolo todo el estruendo de las aguas, la voz suprema del río parecida a la voz de Dios que es, dice el libro santo, como el rumor de muchas aguas juntas'.
Al amanecer del día 15, los murcianos supervivientes pudieron contemplar la magnitud del desastre. Las casas de la ciudad sobresalían de lo que era una inmensa laguna, cuyo final no podía abarcar la vista. Ya no existía la huerta. No había más que troncos de árboles, restos de viviendas y cadáveres flotando sobre las aguas turbulentas; de vez en cuando sobresalían algunos árboles o tejados donde se apiñaban grupos de personas en espera de que alguien pudiera socorrerlas. Nadie sabía qué suerte habían corrido los habitantes de aquellas zonas que permanecían bajo las aguas.
18 mayo, 2010
No somos nadie (VIII). La riada de Santa Teresa en Murcia.
Publicado por Rfa. a las 7:00
Etiquetas: fotografía, Murcia, No somos nadie
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1 comentario:
googleando una frase en alemán me encontré tu blog, muy bueno, felicitaciones! :)
gabi
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