23 octubre, 2006

La noche de los girasoles.

Cuando era un niño odiaba las lentejas y mi madre se volvía loca para conseguir que me las comiese. Si se enfadaba de verdad su fórmula era sencilla: “o te las comes o te casco”. Pero la mayoría de las veces resultaba mucho más imaginativa y me engatusaba con historias. Empezaba a contarme cualquier cosa y -justo cuando yo estaba más interesado- me cambiaba la información por una cucharada de guiso. “Anda, sigue”, le decía yo, y ella me contestaba “primero come”. De aquellas disputas saqué yo dos enseñanzas: que las lentejas, en el fondo, están buenísimas, y que el truco para contar bien una historia está en saber dosificar la información. Así de sencillo. No importa si se trata de cine, de literatura o del cuento que le estás contando a tu hijo. Lo importante, lo único verdaderamente importante, es alimentar el interés.

En La noche de los girasoles, Jorge Sánchez-Cabezudo hace auténticas virguerías con este planteamiento. Se nota que además de director (novel) es también guionista. Y que sabe manejar bien los recursos narrativos. La suya es una historia sencilla y corta, como indica el título; sólo una noche, apenas cuatro o cinco personajes, algún crimen. Nada demasiado original. El mérito, por tanto, está en cómo se cuenta. La noche de los girasoles se basa exclusivamente en una cuidadosa administración de la información. Y ahí hay dos recursos básicos que yo, como molo mucho y tengos amigos que me enseñan palabrejas, voy a decir en ingés: el plot point y el cliffhanger.

El plot point -o punto de giro-, consiste en proporcionar al espectador un dato nuevo que cambia el sentido de la historia. Un ejemplo típico sería el de dos amantes que, de pronto, descubren que en realidad son hermanos. El cliffhanger, a su vez, es el final en suspense, el escamoteo de la información justo cuando más la necesitas. O sea, lo que me hacía mi madre. Los dos son recursos fáciles que abundan en folletines y culebrones, por lo que muchos los consideran despreciables. Yo, sin embargo, tengo mucha fe en ellos. Pienso que si se utilizan con sabiduría pueden dar grandes resultados.

Eso es precisamente lo que ha ocurrido en La noche de los girasoles. Jorge Sánchez-Cabezudo no se limita a tirar de manual, sino que logra conciliar sus trucos sucios de guionista con una sólida estructura dramática. Su historia se cuenta en forma de episodios simultáneos que giran en torno a lo que estaba haciendo cada personaje en un determinado momento. O lo que es lo mismo, nos obliga a formular la típica pregunta del detective: “¿dónde estaba usted mientras se cometía el asesinato?”. Todo está milimétricamente calculado para que cada episodio no sólo nos cuente algo nuevo, sino que nos cuente algo tan nuevo que nos haga cambiar de opinión. Y entonces, en el preciso instante en que percibimos el impacto de la revelación, nos deja en suspense.

El resultado es una vertiginosa montaña rusa de especulaciones, intrigas y sorpresas que te engancha y no te suelta. Y eso, señores, es lo primero que yo busco en una película: que me mantenga interesado. Habrá algunos puristas que se escandalicen ante la intrascendencia del experimento, un mero juego de engaños y equívocos que no lleva a ningún lado. Probablemente tengan razón (no seré yo quien les discuta), pero una cosa está clara: las lentejas también son un plato simplón y, sin embargo, bien buenas que están.

1 comentario:

mikto kuai dijo...

Muy interesante lo que cuenta, es una película que no tenía pensado ver, pero con su crítica me pica la curiosidad. Usted está claro que la recomienda, a ver si un día de estos me animo a verla en la pantalla grande, porque sé que en dvd seguro que no lo haré. Ya le contaré. Por cierto, adoro las lentejas, babeo sólo de pensar en ellas.