Woody Allen es un hombre viejo y sabio. Hace tiempo que aprendió que si quieres que la gente hable sobre la fotografía de tu película, puedes hacer una de estas dos cosas: o grabar sitios bonitos o tintar los planos de amarillo para darles una estética más pictoricista. Si aplicas las dos reglas, entonces el éxito está garantizado; la gente se queda tan encantada que ni siquiera hace falta que tu película sea buena. Es bonita, y punto. ¿Quién va a fijarse en lo demás? Escribo todo esto después de haber visto Vicky Cristina Barcelona. Para filmar este sentido homenaje a España, el director judío ha cogido al Javier Aguirresarobe de Mar Adentro y a un guía turístico, se los ha llevado de cañas por Les Corts y les ha dicho lo siguiente: "Mira, Javier, tú sólo tienes que hacer que la película parezca un cuadro de atmósfera amarilla. Y tú, guía turístico, tienes que decirle a Javier dónde están los sitios más bonitos de la ciudad, para que él coloque allí su cámara. Si los dos lo hacéis así, ya veréis qué bien nos sale la jugada". Dicen que todo el cine de los años sesenta en España se filmó con una cámara robada a los americanos. Yo, por mi parte, espero que el cine español del siglo XXI no se haga con los consejos robados a Woody Allen.
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1 comentario:
¿Por qué será que las últimas pelis de Woody Allen, aquellas en las que abandona su ámbito neoyorquino-judío-psicoanalítico, que tan bien retrata,y pasa a retratar realidades que le son ajenas (la sociedad londinense en Match Point, la española en Vicky, Cristina...), son increíblemente superficiales? Parece que es incapaz de ver más allá de sus narices.
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