07 julio, 2008

Escultura española.

Los ingleses me dan una envidia tremenda porque cada vez que levantan una estatua se monta la de Trafalgar. Justo debajo de la columna de Nelson, sin ir más lejos, en el centro mismo de Londres, hay un pedestal vacío sobre el que cada cierto tiempo se instala una escultura nueva. Y todo el país se pelea por decidir cuál. ¡Igualito que nosotros, que sólo ponemos estatuas en las rotondas de los polígonos industriales! Menos mal que de vez en cuando salta a la prensa la feliz noticia de la inauguración de un nuevo monumento y podemos frotarnos las manos con el ingenio y la inventiva de nuestros escultores. Hace cosa de quince días, por ejemplo, presentaron en Fuengirola un maravilloso monumento al Seat Seiscientos. Yo habría preferido un dos caballos por eso de mantenerme fiel a la tradición de la escultura ecuestre, pero me conformo con esto aunque sólo sea porque es de deliciosamente realista. Pero mi estatua favorita de todas es la que han puesto delante de la Maestranza de Sevilla. Nada menos que Doña María de las Mercedes, mucho más conocida por el apelativo cariñoso que le colocó el populacho: "la madre del Rey". Aunque Doña María no ha sido inmortalizada en la incómoda postura que tan célebre la hizo, me encantan las redondeces del caballo que monta con gracejo. Ya puestos, yo habría rizado el rizo de la blandura y habría puesto directamente un pequeño pony, pero supongo que a más de uno le habría dado un patatús. Hay que conformarse con lo que tenemos, que no es poco, y rezar por que la cosa siga así. ¡Más esculturas, caramba!


5 comentarios:

NáN dijo...

Escala y oportunidad. No se le puede pedir más al arte público. De lo primero, no se tiene ni idea (yo el primero) salvo cuando el mal ya está hecho. Lo segundo, se confunde con oportunismo. Como resaltar la relación de la madre del Rey con Sevilla y tener el humor de hacerlo, además, en plan tan rancio como la Monarquía.

Del seiscientos, lo que más me ha gustado es tu comentario de lo del dos caballos.

Aquí se ha cambiado el furor escultórico de aquellos años de Manzano por armatostes publicitarios que un día te asomas al balcón y te han quitado la vista "de toda la vida". Lo público, ja, já. Y ya que he citado a Manzano, un arquitecto le dijo: "Mire, serñor Alcalde, la estatua de la violetera es una birria, está en un sitio que molesta y no hace nada más. Pero si en lugar de una pone mil iguales por todo Alcalá y Gran Vía conseguirá un efecto sorprendente.

Alis dijo...

A mí la escultura me gusta (en general, no éstas en concreto, aunque la del 600 sí mola), pero personalmente me repugna esa monumentalitis que parece afectarnos en este país: estoy harta de que se aproveche cualquier oportunidad para levantar horribles monumentos que la mayor parte de las veces no dicen nada a los ciudadanos. Recuerdo que hace tan sólo unas semanas, por ejemplo, se inauguró en Madrid un monumento a Anna Frank. ¿Qué tenemos que ver nosotros madrileños con esta niña? Nada, más allá de la gran cantidad de españoles que engrosan la ya de por sí larga cola para visitar su casa en Amsterdam, y de la celebración de un musical sobre su "gesta" en nuestra ciudad (mmm... ¿relación causa-efecto musical-monumento?).
Pero si hay algo que odio más que los monumentos conmemorativos insulsos, es esos mamotretos publicitarios con que nuestro alcalde nos ha agasajado recientemente. ¿Se te ocurre algo para sabotearlos, nán? Estaría encantada de ayudarte.

NáN dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
chicoutimi dijo...

A mí también me ha dejado a cuadros el que hayan levantado un monumento a Anna Frank en Madrid...¿qué sentido tiene? Subirse a qué carro? Me parece absurdo.
En cambio, el del seiscientos me parece genial.

En Freiburg (la alemana, pero no sé si la norma se aplica en toda Alemania o era local) me contaron que cada vez que se construía un edificio público había que incluir al menos una escultura de un artista local en sus proximidades.
No es una mala manera de difundir el arte y promocionar también jóvenes valores.

Ah, me ha encantado la anécdota de la violetera.

NáN dijo...

(Eliminé el comentario anterior porque incluía cosas innecesarias que se escribe en la madrugada. Esto es lo que importa):

¡Qué más quisiera que tener alguna idea para eso, Alis! Pero me doy por vencido y aplastado.

Sé que hubo en Madrid hace 3 ó 4 años un grupo de defensa del paisaje urbano. Decían que era un bien público y que había que plantarse. Que si desde unos jardines había una abertura no podía llegar cualquiera, edificar y romper la vista.

Es un intangible que no da dinero. O al menos no lo da de imediato, que es lo que cuenta. Porque una ciudad hermosa y abierta sería como esos libros hermosos que nunca son un bestseller, pero de los que todos los años se venden un par de cientos de ejemplares.

Sin embargo, en otros ámbitos no urbanos, existe una disciplina científica llamada landscape environment (o algo así) que consideran el paisaje como una marca de la sostenibilidad. La semana pasada se ha celebrado en Baesa un congreso internacional, con professors de todo el mundo, que el año que viene será en África.

Pero la ciudad se la hemos dejado a sus dueños, el poder y el dinero, sin que nunca nos hayamos preocupado de ella. Me parece una pequeña pero intensa tragedia que un día te asomes al balcón y en lugar de ver calle arriba solo veas una pantalla de 6 metros cuadrados. ¡Ay! Nos quedan los restos.

Por cierto, empezaba mi comentario diciendo "Escala y oportunidad". Se me olvidó el tercer factor: "motivo". Lo que cuentas del monumento a Anna Frank me espeluzna: además de, otra vez, el oportunismo en lugar de la oportunidad, sospecho que el motivo puede ser de lo más infame.