21 julio, 2008

Buenos Aires. Pimpi.

Este señor trabaja limpiando las tumbas de las familias ricas de Buenos Aires. Se pasa el día metido en nichos de cinco o diez metros de profundidad, persiguiendo cucarachas y sacando lustre a fotos de adolescentes que ahora, si no se hubiesen matado en un accidente de coche, serían viejos desdentados. Su brazo es del tamaño de mi cabeza, y en el bícep tiene grandes cicatrices. Con este currículum, cualquiera diría que se llama Pimpi. La voz de Pimpi, el de las cicatrices y el pelo cubierto de ceniza de crematorio, se desliza desde las profundidades de los mausoleos para hacer filosofía cotidiana sobre la vida y la muerte. De vez en cuando asoma la cabeza al mundo de los vivos y sonríe para la foto, pero el momento no dura mucho. Inmediatamente baja de nuevo las angostas escaleras del infierno y se vuelve a disfrazar de fantasma.
Ésta y otras fotos están colgadas también en mi fotolog.

2 comentarios:

NáN dijo...

¡Qué foto tan atractiva! Con su sonrisa barre cualquier sensación de proximidad a los muertos. La foto es como un vanitas, pero al revés: todo acongoja, pero la sonrisa del Pimpi llama a la vida.

¿Sabías que en Madrid hace unos años había un picador muy famoso llamado El Pimpi?

chicoutimi dijo...

Tremenda foto y tremenda historia!
Para mí un pimpi es un monigote, un sin fuste...no cuadra nada con tu protagonista, desde luego.