Ibrahim tiene doce años (o eso dice, porque probablemente tenga menos). Le conocimos en Rissani, una parada casi obligatoria en las rutas hacia el desierto de Marruecos. Habla árabe, francés y una pizca, casi insignificante, de inglés. Cuando sonríe se le ilumina la expresión con franqueza y orgullo. De él nos cautivó su inteligencia ágil y simpática, todavía sin contaminar por la picaresca. En Rissani, Ibrahim nos guió por el oscuro y pegajoso laberinto de la kasba, un lugar tan negro que a veces no eres capaz de ver ni tu propia mano. Si le preguntabas por el miedo a las sombras, sencillamente no entendía de qué estabas hablando. Al ver la foto que le hice, me llama la atención esa profunda cicatriz de su frente. Supongo que será la marca de alguna pedrada, porque los niños de Risanni son bastante bestias. También me sorprende la inapelable perfección de su cara. A Ibrahim le hacía muchísima ilusión verse en Internet, pero no tiene una dirección de correo electrónico que yo pueda usar para avisarle de que he colgado su retrato. La última vez que nos vimos me contó que entraba todos los días en mi fotolog para ver si ya estaba allí su foto. Pero de eso hace casi dos meses, así que supongo que se habrá cansado. Me gustaría poder avisarle ahora: Ibrahim, ceci est pour toi. J'espere que tu le vois.
18 febrero, 2008
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2 comentarios:
Estoy leyendo un libro bellísimo de Fátima Mernissi, Sueños en el umbral, y estoy profundamente impresionada precisamente por eso que comentas de la inocencia de Ibrahim. En él describe, desde la inocencia de la infancia, el mundo en el que se crió (el del harén, la escuela coránica y las tradiciones seculares). O lo que es lo mismo, nos lo muestra libre de todos los prejuicios con que Occidente que demoniza instantáneamente todo eso que conforma el mundo en el que se crió. Y todo, sin estar exenta de un claro espíritu crítico para con su sociedad; una crítica que le nace sin embargo de dentro, de su propia naturaleza de musulmana, y no de la imposición de Occidente.
Salut, Ibrahim! -Lalla Alis
También yo deseo que no se haya cansado de entrar. Seguro que no; y por el mismo motivo por el que empezó a entrar a buscarse cuando estabais por allí y todavía no habrías tenido ocasión para subirla: porque nosotros tenemos los relojes y ellos tienen el tiempo.
Es un chico muy guapo, aunque se le están formando ya arruguillas bajo los ojos (¿por la luz, por tormentas de arena?). Es como si su belleza viniera, como dice Alis, de su inocencia, de un bienestar interior.
Si se arreglaran las cosas; si pudiera quedarse en los paisajes que ama llevando una vida agradable; si esa belleza no se estropeara por la escasez, la preocupación y el rencor.
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