15 diciembre, 2010

No somos nadie (XXIII). El animal moribundo y los peligros del placer.

Siento debilidad por las novelas sobre gente que lo arriesga todo por ser demasiado sensible. La posibilidad de acabar llegando al carajo cuando se ha salido en busca de algo bello, qué gran tema. En mi trastero he reservado una balda sólo para libros que hablen sobre este asunto... y ya tengo tres. Mi favorito, sin duda, es Lolita. Luego está La Muerte en Venecia. Y acabo de incorporar a la lista El animal moribundo, de Philip Roth. Una historia donde el viejo diálogo entre putrefacción y deseo, Eros y Tánatos, alcanza una frescura inesperada, contemporánea. La novela tiene todo lo que hace falta para ponerme los pelos de punta: pedantería, decadencia, cultura e ironía. Y cinismo, claro, porque hay que ser muy cínico para reconocer alegremente que el éxtasis también está disponible por los caminos que transitan el lado oscuro. De hecho, en El animal moribundo, la cuestión de fondo es de índole casi moral: ¿cuánto podemos entregarnos al placer antes de quemarnos? Si alguien se entusiasma demasiado con la belleza... ¿acabará por no ser nadie? Apolo o Dionisos, mirar o follar, prudencia o concupiscencia. Afortunadamente para todos, Philip Roth tampoco ha podido encontrar la respuesta para el viejo debate. Habrá que seguir investigando.

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