06 abril, 2007

La moral restauradora
















Todos tranquilos, que no voy a escribir sobre restauraciones políticas o sociales, sino sólo artísticas.

El trabajo del restaurador siempre me ha parecido muy difícil, por la compleja formación práctica que implica, y fundamentalmente por los dilemas morales que plantea. Las técnicas de reconstrucción, pero sobre todo los criterios de conservación del patrimonio, evolucionan rapidísimo, de forma que el pobre restaurador, cuyos objetivos son siempre bienintencionados, suele ser blanco de muchas críticas y sufre moralmente al ver que sus técnicas se han quedado obsoletas y que ha falseado una obra artística.

Yo me he solidarizado totalmente con la figura del restaurador en mi viaje a Sicilia. Para saber cómo, tenéis que pinchar en "leer más".

Por una parte, he tenido contacto personal con ellos, al encontrarme la Villa Romana del Casale, uno de los conjuntos de mosaicos romanos mejor conservados del mundo, repleta de esos personajillos enfundados en petos blancos. Tirados por los suelos y ateridos de frío, se pasaban el día haciendo un verdadero trabajo de chinos que consiste en extraer cada tesela del mosaico, limpiarla, y pegarla de nuevo con un material moderno. Uno podrá dudar de si con tanto trasiego las teselas no se les traspapelarán (o trasteselarán) y acabarán pegándolas en un orden diferente del original, o si al limpiarlas y abrillantarlas no se falseará su coloración. Pero qué queréis que os diga; a mí me encantó ver esos maravillosos mosaicos tan coloridos, así que les agradezco su labor, sea moral o no.

Lo mismo pensé al enterarme de que la reconstrucción del templo griego “E” de Selinunte, llevada a cabo en los años 60, había sido muy criticada por los arqueólogos. Al parecer, se usó la técnica de la anastilosis, que consiste básicamente en montar las piezas del rompecabezas, deduciendo, a ojo de buen cubero, qué piedra encaja con otra. Parece ser que este procedimiento de ensamblaje tipo puzzle no asegura que no se vaya a transformar la construcción original, cosa de la que no dudo. Pero, de nuevo, qué queréis que os diga; no cambio la preciosa vista de ese enorme templo recortado contra el Mediterráneo y las colinas verdes (que por cierto también son de construcción artificial, para ocultar la autopista), por el montón de piedras repartidas en el suelo que era el resto del yacimiento.

Porque a veces no hay que ser tan puristas ni “peerse por encima del culo”, si se me permite la expresión, y porque el arte está hecho para disfrutar de él y no para conservarlo en vitrinas, ¿no creéis?

2 comentarios:

Rfa. dijo...

Los edificios restaurados dan un poco de miedo porque pueden parecer parques temáticos. O campos de golf. Por ejemplo: en Murcia, junto a la carretera que va hacia la playa, han levantado una urbanización "a la romana", con muro de sillares y todo. Y es ridícula. Hemos llegado a un punto en que lo antiguo, cuando no está en ruinas, nos parece kitch.
Ahora bien: ¿qué sentido tiene ver las piedras desperdigadas por ahí? Para eso, mejor levantar el edificio otra vez. Aunque haya que poner una pizca de imaginación. Cuando visité el complejo de Sakkara, en Egipto, agradecí que los arquitectos de hoy hubiesen rehecho el trabajo de sus predecesores, porque te ayudaba a entender. En el caso de los templos sicilianos (¿templos griegos en Sicilia?¡qué poco sé del mundo!), estoy contigo: había que levantarlos otra vez. Y al cuerno con los romanticismos de pacotilla, que prefieren quedarse estancados antes que evolucionar poco a poco.

Hatt dijo...

La cuestión es que se puede llegar a un término medio sobre la restauración. Es decir, no hace falta levantar todo, pero se puede reconstruir, porque es de lo que se trata al fin y al cabo, una parte para que nuestra imaginación haga el resto. Pero hay que tratar de evitar realizar reconstrucciones totales in situ, más que nada porque pueden resultar erróneas y muchas veces son irreversibles (o casi). También cabe la opción de hacer una réplica junto a los restos o en otro lugar.