06 abril, 2011

On the air (I). Sánchez Cotán y el misticismo de las lechugas.

Empiezo confesando una verdad incómoda: los bodegones me producen pereza. Pero, al mismo tiempo, reconozco que también me fascinan. Las dos emociones juntas, si es que eso es posible. Me fascinan porque veo en ellos cierta espiritualidad, un sentido trágico de la vida que tiene que ver con la certeza de la podredumbre final. Y me aburren porque, para qué negarlo, suelen ser bastante monótonos. Mi pintor de bodegones favorito es este señor: Sánchez Cotán. Además de ser uno de los primeros que cultivó el género, allá por el siglo XVII, fue uno de los pocos que colgaba las frutas. Lo normal era que se colgasen los conejos muertos, pero no las frutas. ¿Para qué iba a atarse una lechuga del techo? El hecho de que Sánchez Cotán estuviese tan colgado me despierta una simpatía inmediata. Pero es que, además, la lechuga en suspensión queda estupenda. A mí, particularmente, me agudiza la sensación de gravedad. Y de paso, también esa impresión de que al final es inevitable que todo se acabe. Igual que la manzana de Newton se descolgó del árbol, tú te vas a morir, este curro no te durará toda la vida y tu ordenador acabará echando humo. Son certezas jodidas, pero que caen por su propio peso. ¿Y cuál es la lección, entonces? No pienso ponerme profundo: la lección es que no se puede subestimar el misticismo de las lechugas. Sobre todo si están en el aire.

1 comentario:

pat dijo...

Lo verde esta en el aire, no en los pirineos como decia el decalogo del landismo... Los bodegones que mas me impresionan son los de la naturaleza muerta, mas que nada por el mal rollo que transmiten.