Parece ser que de repente y a raíz del escándalo de un supuesto fraude por su parte, lo de buen gusto es decir que Damien Hirst no gusta. Pues bien, a mí sí me gusta.
Y me gusta, precisamente por desatar las críticas que está desatando, las cuales contienen los típicos argumentos que ponen en evidencia al que los usa. Para muestra, un botón.
Argumento nº 1: Es malo porque sólo busca el éxito y el dinero. A los que usan este ridículo argumento, les respondería que quien esté libre de este pecado que tire la primera piedra. Acabemos con la imagen bohemia del artista que se alimenta sólo de belleza estética. Un artista es una persona que vive de hacer arte, y por tanto ansiará tener éxito en su carrera, como cualquier otro profesional. Pero a los que usan este argumento les preguntaría además si les parece igual de censurable ese ansia de éxito en grandes santones como Velázquez, quien, lejos de perseguir sólo la excelencia estética, lo que persiguió siempre fue colocarse la prestigiosa cruz de la Orden de Santiago en el pecho.
Argumento nº 2: Es malo porque no hace nada con sus propias manos, sino que sus obras las fabrica un taller de artesanos. Este argumento me merece el mismo respeto que el de “esto lo hace mi hijo”. A ver si se enteran, señores, que lo importante del arte no es el componente manual sino el mental; que a dibujar de forma virtuosa le enseñan a cualquiera en una academia, y que una obra no es más genial porque la haya hecho el genio con sus propias manos, en lugar de ser manufacturada por un vulgar artesano. A los que usan este tipo de argumento también les preguntaría si encuentran igual de censurable que todos los grandes maestros de la historia del arte trabajasen en realidad a través de grandes talleres de aprendices que se manchaban las manos por ellos, empezando por el mismísimo Rubens.
Argumento nº 3: Es malo porque no es bonito. Gracias a Dios (es decir, gracias a Marcel Duchamp), hace mucho que sabemos que el verdadero artista no es el que hace formas “bonitas”, sino el que genera significados a través de las formas. Porque “lo bonito” es algo tan subjetivo como fugaz (pues depende de las modas), mientras que los significados son eternos, porque siempre nos dirán algo interesante (del momento histórico en que fue creada la obra, de la ideología de su autor, de la sociedad que alumbró ese tipo de obra).
A mí, los animales en formol de Hirst o los globitos de Jeff Koons me dicen algo. Y parece que a sus encendidos críticos también, pues no les dejan en absoluto indiferentes. En cualquier caso, el fraude del artista británico lo que hace es poner en evidencia todo el entramado mercantil que rodea al arte actual. Que consiga que se paguen esas sumas millonarias por sus obras por medio de una estratagema tan burda como la de que sus amigos inflen los precios en las subastas, me parece una maravillosa burla al mercado.
07 octubre, 2008
A mí sí me gusta
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3 comentarios:
Totalmente de acuerdo en lo que dices. Sin embargo, la Crisis también aparecerá en el mundillo del Arte para poner a cada uno en su sitio, no crees?
A mí Damien Hirst me parece el mejor bromista del mundo. Básicamente, lo que él ha conseguido ha sido el equivalente a lograr que todos los coleccionistas del mundo se pongan una camiseta donde pone "soy tonto porque he pagado una fortuna por una camiseta donde pone que soy tonto". Es genial.
Me recuerda a Goya, que siempre lograba pintar a los reyes con caras de idiota y, aun así, que le pagasen.
Os presento mi blog sorpresa: http://jmperezdepazos.blogspot.com/ Juan.
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