14 junio, 2011

On the air (XVIII). Ajustando cuentas con el lado oscuro de mi pasado.

El otro día fui a Lavapiés a ver un montaje de teatro que se titulaba El vuelo del ahorcado. La obra estaba bien, era joven y los actores resolvían con naturalidad admirable. Sólo por eso ya fue una velada aprovechada. Pero el texto tenía un problema de base que a mí, personalmente, me impidió darle el sobresaliente. Resulta que "el vuelo del ahorcado" al que aludía era, más o menos, una metáfora sobre la liberación de las ataduras. Si "vuelas" -parecía querer decir-, te "liberas"; si no, te quedas colgado (y muerto). Matrimonios, obligaciones laborales, compromisos varios, todo eso no son más que sogas que nos cortan las alas. ¡Uf! La idea me habría encantado cuando tenía 17 años, pero ahora soy más disciplinado y me muero de gusto cuando me echo una responsabilidad encima. "Volar", en el sentido más cursi de "abandonarme a la improvisación", ya no es un concepto que me haga dar palmas con las orejas. Quizás por eso, cuando el otro día pusimos en casa El lado oscuro del corazón, de Eliseo Subiela, no me emocioné como en los noventa. La película me trajo buenos recuerdos, claro, me hizo acordarme de todas aquellas veladas literarias de cuando iba a la universidad y sentía que estaba bebiéndome la vida por los poros. Pero confieso que también me sonrojó con su forzada poética. ¿Me he vuelto aburrido o es que ahora tengo una sensibilidad más exigente? Supongo que un poco de las dos cosas. Pero apelando a esa poca y refinada sensibilidad que me queda, aunque sólo sea en nostálgico homenaje a aquellos años más inocentes, ahí va un momento mítico de la peli.


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