En la facultad me inculcaron un prejuicio que no he podido quitarme de encima: que los planos secuencia molan. Sé que es mentira, que el virtuosismo no debería confundirse con la calidad, pero aun así pico y dejo que se me caiga la baba cuando directores como Paolo Sorrentino planifican secuencias complicadísimas en cintas como Il Divo. Montar una cámara en una grúa y conseguir que se mueva como una bailarina por un decorado lleno de actores cuyos diálogos, miradas y movimientos forman parte de una coreografía sutilísima es, cuanto menos, admirable. Y lo mismo pasa cuando consigues que dos actores suelten sendos monólogos, uno detrás del otro, sin que nadie grite corten. Aunque sólo sea por la de veces que tienen que haberlo ensayado. En este sentido, Il Divo ha satisfecho de sobra mi cinefilia tontorrona, esa parte de mí que disfruta quedándose con la boca abierta delante de la pantalla. Para saber cómo ha complacido al intelectual sensible y refinado que también llevo dentro, entonces hay que ir a Sindrogámico.
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2 comentarios:
magnífica, te hace congraciarte con el mal.
Hoy he estado viendo, gracias al link que tengo en mi página (que no sé si la gente lo aprovechará, porque la gente es muy vaga), Monument Valley.
Bastante rato. Y me preguntaba si eso que han puesto ahí es un mirador. O sea, si en medio del desierto ponen unos ladrillos para que los turistas se seintan más seguros desde atrás.
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