El pasado fin de semana tuve dos experiencias que me han hecho replantearme este fin de semana que hoy empieza: una fue mi visita al Parque del Capricho en la madrileña Alameda de Osuna, y la otra el visionado del documental de los Hermanos Oligor.
Si tenéis curiosidad por cualquiera de las dos, o por saber qué es lo que va a ser diferente en este fin de semana, leed más.
El Parque del Capricho, gracias a dios todavía no muy conocido, es la joya de los parques madrileños. Se trata de uno de los pocos parques románticos que se conservan en este país (“romántico” en cuanto a perteneciente al Romanticismo, no del género romántico-petardo, claro), y perteneció a la duquesa de Osuna, ésa que retrató Goya y que se dice rivalizaba con la de Alba, “la maja”, la favorita del pintor. Pues bien, la señora duquesa se trajo a arquitectos y escenógrafos franceses para construirse una finca de recreo con la que epataría hasta al más cosmopolita de sus invitados y en la que, ante todo, se divertiría. De esto último me di cuenta al ver una foto de la época en la que unas engalanadas señoronas y unos caballeros con chistera están subidos a unos elegantes columpios de madera, con una inscripción: “los Señores de tal y los Condes de cual se divierten en el columpio de la duquesa”. Parece ser que en este parque jugar no era cosa de niños, sino de adultos; eso sí, ricos. Porque si algo queda claro al visitar el sofisticado Parque del Capricho, además de la perversión implícita en los impúdicos alardes de riqueza de la nobleza, es que esta gente se sabía divertir, y cómo: ¿Hay algo más caprichoso que cavar un pozo profundísimo sólo para crear una ría artificial por la que los invitados navegasen en falúas hasta un lago (con isla y todo), en el que la anfitriona les recibía con un estupendo banquete a la sombra de un quiosco chinés? Sí, probablemente sea mucho más caprichoso el construirse un fortín en miniatura sin privarse de unos elegantes soldados que lo guarden día y noche, o una “casa rural” con huertecito y agricultores incluidos. ¡Dios mío! ¡La buena señora incluso se hizo unas ruinas de ermita “románica” en las que puso, como quien pone un jarrón, a un eremita barbudo! Piadoso, además de pintoresco. Una vida dedicada al placer y al capricho, dirán algunos. Yo diría más; una vida que es eterna infancia, eterna diversión.
En cuanto al documental sobre los Hermanos Oligor y su peculiar obra de teatro Las tribulaciones de Virginia, volví a tener la misma sensación que ante la foto del columpio de la duquesa de Osuna: pese a lo que se dice en la película, la historia que cuentan no es una historia de amor. A mí me parece que el verdadero tema no era otro que la infancia, y la ruptura interior que supone el abandono de la misma. “¿Alguna vez tuvisteis una experiencia tras la que dijisteis -ya está, ya no soy un niño-?” – pregunta a los espectadores un Oligor con cara alucinada. Ése es el drama de los Oligor, llámeselo complejo de Peter Pan si se quiere. El drama del que sabe que la auténtica felicidad (y el auténtico amor) está en la infancia, en el juego. Por eso, y para no dejar de ser nunca niños del todo, se empeñan en seguir jugando, y por eso fabrican esos muñequitos preciosos con materiales de deshecho y los mueven con motores por cuerdas como si fueran funambulistas. Juego, arte.
Mi propuesta es la siguiente: Una vez superados los 5 días de la semana en que estamos obligados a ser adultos responsables, este fin de semana intentemos ser un poco niños. ¿Jugamos?
15 noviembre, 2007
La infancia, o saber jugar
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3 comentarios:
Precisamente hoy me han contado que Hermanos Oligor es un documental falso, que los dos supuestos hermanos no lo son en absoluto, que nunca hubo una Virginia ni un montaje como éste. Bueno, al parecer lo del montaje es lo único verdadero, pero sólo lo hizo el personaje de las rastas. ¿Te sientes desilusionada? Curiosamente, yo no. Ahora que es menos documental pasa a ser más cine, y creo que eso lo hace mejor película. Y, además, creerse estas cosas es cosa de niños. ¿Acaso no es de la ingenuidad de lo que tú estás hablando, querida?
Yo también lo he oido hoy en No somos nadie, y, qué quieres qué te diga, yo sí me he sentido un poco engañada.
En El Capricho estuve una primavera, que es cuando se debe de ir a un jardín romántico, y sí, el sitio es bonito. Pero apuesto que no repetiré, a no ser que se impaciente mi compañera de paseos.
Y los Hermanos Oligor está la primera en mi lista de próximas visitas al cine. Gracias por vuestro ímpetu.
Por lo demás, fracasé, no pude ser un niño, me lo impidieron mis tareas de treintañero, ya sabes, y el incidente del apagón, que me dejó resaca. Pero me mantendré alerta.
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