27 febrero, 2011

Murcia da miedito (II). Riña en la Venta Nueba.

Hoy en día es fácil tomar el traje regional por indumentaria de borrachera o por burdo disfraz de promoción turística, pero hubo un tiempo en que también funcionaba como herramienta de reconocimiento. Si te cruzabas por el camino a un tipo con zaragüelles blancos, faja y esparteñas, sabías que venía de Murcia. La ventaja de aquella uniformidad es evidente: una vez que habías visto a un murciano, ya eras capaz de reconocer a todos los demás. El mundo se convertía en un lugar más manejable. Pero claro, también había un problema: a fuerza de simplificar la identidad de cada cual se corría el riesgo de reducirla a sólo uno o dos rasgos. Y si además esos rasgos eran negativos, arreglados íbamos. Pienso, por ejemplo, en la Riña en la Venta Nueba de Goya. Cuando el pintor tuvo la idea de mostrar una pelea de bar en su cuadro, probablemente lo único que deseaba era recrearse con el casticismo y el ambiente popular de los caminos en torno a Madrid. Pero ay, imprudente de él, en lugar de usar a personajes anónimos optó por un señor con zaragüelles blancos, faja y esparteñas. O sea, un murciano. El más macarra del cuadro, el que pega puñetazos porque no sabe perder en las cartas o porque ha sido descubierto en una trampa, ése es un murciano. Una vez más, Murcia como lugar depravado. ¿Qué pensarían de nosotros los que viesen la pintura? No es difícil suponer que nos tomarían por individuos pendencieros y tabernarios. Y tendrían miedito...

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17 febrero, 2011

Murcia da miedito (I). La Dama de Shanghai.

Orson Welles vino por primera vez a España en 1933 y acabó enterrado en Ronda. Le chiflaban los toros. Pensaba que una corrida era una tragedia en torno a la pérdida de la inocencia del animal, en torno al sacrificio de su "perfecta virginidad". Quizás por eso, cuando en 1947 escribió La Dama de Shanghai, pensó en nosotros. El protagonista Michael O'Hara tenía que arrastrar un turbio pasado; tenía que haber perdido la inocencia y estar atormentado por ello. Welles debió de acordarse de esos toros virginales a los que había visto morir heroicamente en nuestras plazas y decidió hacerles un guiño. Convirtió a Michael O'Hara en un personaje arrepentido por haber matado a otro hombre, y ubicó en España el asesinato. Más concretamente... en Murcia. De este modo, aunque La Dama de Shanghai no tiene nada que ver con nosotros, Murcia pasó a ocupar un inquietante lugar en el imaginario colectivo de los cinéfilos de todo el mundo. Se convirtió en un remoto lugar de envilecimiento: un lugar donde los hombres dejan de ser hombres y se convierten en asesinos. La censura de Franco lo cambió en el doblaje, pero aun así... ¡qué miedito!

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14 febrero, 2011

No somos nadie (y XXX). Yo sufro en silencio.

El último año he venido enumerando en mitte maneras de no ser nadie. Y me han salido treinta: desde el camuflaje hasta el anonimato, pasando por el desprestigio, la falta de glamour o la caricatura. Supongo que habrá más, pero ya no me apetece seguir. Después de todo este tiempo dándole vueltas al asunto de la insignificancia he llegado a la conclusión de que no hay nada más insignificante que este empeño mismo. Era inevitable, por tanto, que la serie No somos nadie acabase en plan suicida, negándose a sí misma. Según las estadísticas de Blogger, los únicos posts de mitte que atraen lectores son los que hablan sobre tetas u orgías. A nadie le importan un carajo mis sesudas reflexiones sobre el ser y la nada. Podría quejarme, pero en realidad me parece un oportuno descubrimiento. Creo que esta indiferencia general ilustra de manera rotunda lo que tanto me está costando dejar claro: que no somos nadie. Que nuestras inquietudes o nuestros gustos dan igual, que el mundo podría seguir adelante sin que los subiésemos a la red. Pero, como digo, esto no es una queja. Más bien es una liberación. Reconozco que al asumir este desinterés me siento un poco como el señor de la foto: feo, ridículo y con un tatuaje que pone "yo sufro en silencio" (porque a nadie le importa). Pero también, por qué no, fuerte y con muchas ganas de cachondeo.

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07 febrero, 2011

No somos nadie (XXIX). Todos somos Mark Zuckerberg.

Hace algunas semanas, los tíos del Saturday Night Live invitaron al programa a Jesse Eisenberg, el actor que ha interpretado a Mark Zuckerberg en La Red Social. Y para sorpresa del mundo entero, cuando estaba haciendo el monólogo inicial le colocaron al lado a otros dos Zuckerbergs: el de verdad y un imitador. Tres diferentes versiones de una misma persona discutiendo sobre cuál es la mejor manera de ser esa persona. Jesse Eisenberg opinaba que para ser Mark Zuckerberg basta con poner el cuello tieso y hablar a trompicones, mientras que el imitador pensaba que con decir "soy Mark Zuckerberg" ya es suficiente. ¿Y qué piensa el Zuckerberg de verdad? Nada, porque a él ni siquiera le preguntaron. El Zuckerberg de verdad ya no es nadie porque lo han eclipsado sus réplicas más mediáticas. Lo han devorado, le han arrebatado el derecho a ser como le dé la gana. Ahora, si el Zuckerberg de verdad quisiera parecerse a sí mismo tendría que estirar el cuello y hablar como un robot, como el Zuckerberg de La Red Social. Si no, alguien podría decirle que es un impostor. Desde mi punto de vista, lo escalofriante de todo este asunto es que nadie se libra de esa misma esclavitud, que todos estamos sometidos a las expectativas de los demás. "Tú eres así", te dicen un día, y ya no te queda opción a ser de otra forma. En mayor o menor medida, todos somos Zuckerberg.

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